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Érase una vez un país

Reunión del Gobierno en Quintos de Mora a principios de febrero.

Reunión del Gobierno en Quintos de Mora a principios de febrero. Europa Press

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Este breve relato podría arrancar reseñando el día que un dirigente político con aires de altanería es destituido por el comité de su partido y decide desarrollar una estrategia basada fundamentalmente en el apoyo de “las bases”, así como en movimientos populistas e independentistas para reconquistar de nuevo su liderazgo y alcanzar la jefatura del gobierno de su país.

Una vez alcanzada la jefatura de gobierno, con repetición de elecciones por medio y pactos con partidos populistas e independentistas, la maquinaria del poder y la propaganda ideológica-mediática se pone a trabajar con esfuerzo para sellar la conquista alcanzada a través de un cierto “modus operandi okupa”.

Este “modus operandi” se plasma en el control interno del propio partido político, la gobernanza del país, el control paniaguado de los medios de comunicación y sindicatos, los centros de inteligencia, el poder judicial, el ataque barriobajero y permanente a la oposición, desarrollar una dialéctica demagógica de género y de política migratoria, y por último el asalto, cuando llegue el momento, a la jefatura del estado bien por acción u omisión.

Una vez más, y desgraciadamente de forma repetitiva, las referencias y gestos relacionados con conflictos del pasado lejano del país, el revisionismo histórico, así como la derogación de leyes de legislaturas anteriores vuelven a aparecer como arma demagógica para moldear voluntades y denostar a la oposición parlamentaria que previamente había gobernado.

Da la casualidad de que en el país mora una oposición dividida, algo acomplejada y vilipendiada mediáticamente que no puede hacer frente a toda una maquinaria muy bien engrasada, y todo hay que decirlo, muy exitosa que lidera el país de forma “populista-progresista”.

Es tal el poder de la maquinaria propagandística que incluso la gran crisis epidemiológica que está afectando al mundo es aprovechada por medio de grandes dosis de mentiras, promesas ilusorias e insuflando miedo a la población para embridarla y hacerla cada vez más “adicta-dependiente” del supuesto amparo que proporciona el “progresismo gubernamental”.

El aludido “progresismo gubernamental” relega propagandísticamente al auténtico progreso social y económico, ya que el evidente deterioro económico y su impacto en las personas lo subsanará el bondadoso Estado proporcionando rentas compensatorias a costa del endeudamiento colectivo, la asfixia fiscal y la pérdida del poder adquisitivo.

En tiempos convulsos con debates exacerbados sobre xenofobia y supremacismo racial, habría que preguntarse si no basta, por ejemplo, con tener la piel de color para ser víctimas de otro tipo de supremacismo moral muy ligado a populismos-progresistas, quizás mucho menos tangible, pero que hace tanto daño o más como el supremacismo racial.

Cuando se instala e inocula el supremacismo moral, no importa mentir y controlar instituciones a la vez que sus casos internos de corrupción se silencian y se diluyen mediáticamente mientras que los de la oposición se amplifican y se sostienen “ad-eternum”.

Además, se da el caso de que en el país aludido se dan los ingredientes y dosis perfectas para sostener en el tiempo el populismo y las derivas totalitaristas ya que el ejecutivo en el poder es plenamente consciente de la facilidad para arrastrar a la sociedad hacia sus objetivos.

Lo expuesto se demuestra claramente en las encuestas de opinión ya que, a pesar de las evidentes mentiras, promesas incumplidas y fracaso estrepitoso en la gestión, los que gobiernan el país se mantienen de forma sorprendente pero sostenida como líderes en tales encuestas, validando ellos mismos que están desplegando la estrategia correcta.

En tales circunstancias solo cabe una ligera brizna de esperanza, y no es otra que apelar a que la sociedad reaccione antes de que sea tarde para evitar una debacle rupturista y, a su vez, tratar de librarse de tanta mediocridad, deterioro social y sobre todo del supremacismo ideológico-progresista-populista que constituye una auténtica lacra muy perniciosa.

Por cierto, tal país es de los pocos en el mundo donde exhibir su bandera y poner en valor su cultura, conquistas, tradiciones e historia casi resulta un pecado a redimir como consecuencia de la implantación del citado supremacismo moral e ideológico que intenta controlar y, en gran medida, acomplejar a la sociedad en su conjunto.