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Feliz Día de Europa

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La celebración del Día de Europa el pasado 9 de mayo ha pasado este año bastante desapercibida, diluida en las noticias de la pandemia en la que estamos inmersos. La paradoja es que quizás esto sea una buena noticia que sirva para dar nuevos bríos a la construcción de Europa. En una columna de opinión que firman en el diario The Guardian Lorenzo Marsili y Ulrike Guérot, se abunda en la idea de que han sido las grandes convulsiones internacionales las que han impulsado a la Unión. La Segunda Guerra Mundial dio como resultado la génesis del mercado común y la caída del muro de Berlín propició los Tratados de la Unión y la expansión hacia el este.

Si esta hipótesis es cierta, la pandemia actual y el desastre económico que se avecina pueden ser una nueva oportunidad para resolver (o por lo menos encauzar) algunos temas pendientes y evitar el declive. Hay, a mi modo de ver, cuatro "independencias" por las que Europa debe luchar para seguir en la brecha.

La primera es la independencia industrial. La crisis sanitaria ha evidenciado los riesgos de concentrar en exceso el origen de las cadenas de suministro en una única y enorme fábrica. No se trata de sustituir la totalidad de las importaciones pero sí de tener capacidad propia de fabricación. La adaptación rápida de industrias ya existentes, como ha ocurrido con SEAT fabricando respiradores es un ejemplo, y deberíamos tomar nota para no improvisar sino para sistematizar la práctica.

La segunda, muy relacionada con la primera, es la independencia tecnológica. Muchos recordarán el gran debate previo a la crisis: ¿5G chino o americano? Europa no puede ser únicamente el comprador rico al que todo proveedor aspira. Si no podemos ser influyentes por recursos naturales ni por cantidad de población, debemos poner a funcionar el conocimiento. En este campo, Estados Unidos y China compiten con modelos muy diferentes y ninguno es directamente trasladable a Europa. Ni vamos a fomentar una libertad total de emprendimiento a la americana ni vamos a dirigir la industria tecnológica mediante inversiones públicas como hacen en China. Urge encontrar un camino propio, que no puede ser el de procesos legislativos largos y complejos por bienintencionados que éstos sean.

La tercera es la independencia energética. Al margen de lo que cada cual piense del "New Green Deal", la descarbonización de la economía y la transición a fuentes renovables disponibles en Europa, reduciría la dependencia de combustibles fósiles no disponibles en nuestro territorio. Puede resultar tentador obviar este frente cuando acabamos de vivir un episodio de precios negativos del barril de crudo, sin embargo, este aspecto es relevante si tenemos en cuenta la posición relativa de Europa frente a otros actores mundiales (China, India, Rusia o Estados Unidos) ante un conflicto serio motivado por recursos energéticos.

Por último, la cuarta independencia es la de seguridad y defensa. Aumentar el gasto en defensa siempre es controvertido, pero urge un debate sereno sobre las implicaciones de no hacerlo. Se trata de reconocer, desprovistos de ingenuidad, que no podemos fiar toda la defensa de nuestros intereses de manera exclusiva a nuestro "soft power" y a una OTAN cuya redefinición, una vez desaparecida la amenaza de la URSS, está por ver si sigue siendo una herramienta útil a los intereses europeos.

La necesidad de hacer cambios que brindan las crisis como la que estamos viviendo es un momento ideal para sentar las bases del futuro de las próximas generaciones de europeos. Está por ver si seremos capaces de aprovechar la oportunidad.