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Fracaso

Casado, Sánchez, Rivera e Iglesias en el debate en la televisión pública.

Casado, Sánchez, Rivera e Iglesias en el debate en la televisión pública.

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A escasos días de cumplirse cinco meses desde la celebración de las elecciones generales del 28-A, la XIII legislatura en España desde la restauración democrática, ha visto disuelta la composición de su Parlamento ante el fracaso absoluto de las principales fuerzas políticas, y sus líderes actuales, que han evidenciado su incapacidad para llegar a acuerdos, demostrando un bajo perfil político, pareciendo solo predispuestos a imponer sus planteamientos y recibir la pleitesía de los propios.

Los hechos son los que son, y lo de menos es el intento de patrimonialización del relato que, unos y otros, intentan de cara a defender su cuota de mercado en las próximas elecciones.

El fracaso es evidente, y el suspenso general, más que expreso, a las principales fuerzas políticas que podrían haber hecho mucho más de lo que han hecho, comenzando por haber optado por el menor de las males, antes de volver a poner la responsabilidad en los electores, a través de unos nuevos comicios.

Fracaso de Pedro Sánchez, y el PSOE, al no ser capaz de armar una mayoría suficiente para iniciar la legislatura aún contando con 123 escaños de los 350 que conforman el Congreso de los Diputados, cuando hace poco más de un año sí le fueron suficientes 84 escaños para articular en torno a si la moción de censura a Mariano Rajoy, consiguiendo la confianza de la Cámara Baja del Parlamento español para alcanzar ser el inquilino del Palacio de la Moncloa. El actual presidente en funciones, y su corte de asesores y politólogos, deberían entender que los sondeos solo son eso, previsiones, y que únicamente los votantes son propietarios del sentido de su voto, y experiencias en el pasado reciente están muy frescas en la piel de David Cameron, por ejemplo.

Fracaso de Pablo Iglesias, y Podemos, al poner la carreta por delante de los bueyes, condicionando cualquier posible acuerdo programático al hecho de que algunos despachos de ministros fueran ocupados por integrantes de la formación morada, algo, quieran o no, incomprensible para muchos de sus asombrados militantes.

Fracaso de Albert Rivera y lo que queda de su opción política, Ciudadanos, tras varios cambios de perfil y de posición, desde socialdemócratas moderados a liberales, hasta llegar a identificarse con las posiciones conservadoras, algo legítimo, sin duda, pero sorprendente para sus propias bases electorales. Su rechazo a articular una mayoría de centro progresista con el PSOE se estudiará en el futuro en las universidades y solo se entiende desde la ambición de su líder, quien prematuramente se ha imaginado a si mismo como futuro presidente del Gobierno sin llegar antes, siquiera, a ser líder de la oposición, ni plantearse si hacerlo desde la derecha o el centro; mientras la sociedad española le sigue recordando su firma en el Pacto del Abrazo, de 2016, con Pedro Sanchez y el PSOE, ¿por qué antes sí?, ¿por qué ahora no?

Fracaso de Pablo Casado y el Partido Popular, incapaz de jugar el rol de los partidos con vocación de sentido de Estado para aportar estabilidad a las instituciones. Su simple abstención habría permitido que la legislatura empezase a andar y no se entiende muy bien que es lo que sí pasaba en 2016, cuando parte de los diputados del PSOE se abstuvieron ante la investidura de Mariano de Rajoy, diferente al escenario actual. Alberto Núñez Feijóo ha visto, con acierto, como el rol de principal partido de la oposición, en este momento, debería haber dado un paso hacia la estabilidad, ganando un tiempo para sí que le hubiera venido bien en su propia sedimentación como oferta política, bajo el nuevo liderazgo de Pablo Casado.

La curiosidad de la situación actual es que los mismos líderes políticos que han sido incapaces de pactar un acuerdo de mínimos que permitiría el inicio de la legislatura en base al sentido del voto expresado por los españoles el 28-A, serán los mismos que encabecen las opciones de sus partidos. Es decir, aplicando el conocido refrán español de “si no quieres caldo, toma dos tazas”, más de lo mismo.

La democracia se basa en la participación de los ciudadanos en el sufragio y los resultados de ese proceso siempre son acertados. La complejidad de la negociación de los acuerdos subsiguientes es un reto que los líderes de las formaciones deben afrontar saliendo del maximalismo de sus propias propuestas e intereses personales.

Fracaso y decepción son las dos palabras que merecen nuestros partidos políticos y sus líderes, pero ese enfado que la ciudadanía siente de una forma mayoritaria no puede sustanciarse ni en la abstención, ni en el voto en blanco. Se debe votar, seguramente eligiendo entre lo malo y lo peor, pero apartarse de la responsabilidad de participar activamente en estos comicios sería dar la victoria a la incapacidad demostrada por los integrantes de nuestra casta política actual, en la que cada líder parece decidido a contribuir a un proceso permanente de elecciones hasta que la ruleta marque su propio nombre. Todo lo demás les da igual.