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El reto educativo ante la robotización del trabajo

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Recientemente hemos tenido noticia de las conclusiones del informe “European Tech Insights 2019”, en el que se arroja un dato estadístico que es muy significativo: el 56% de los ciudadanos europeos están preocupados sobre el avance de la robotización y automatización del trabajo, un fenómeno que es percibido como una amenaza laboral. Resulta llamativo, asimismo, que un 51% de los jóvenes europeos con edades comprendidas entre 18 y 34 años no parezcan mostrarse muy entusiastas ante este fenómeno.

El informe es sorprendente respecto a esto porque a diferencia de lo que podría suponerse a priori, la robotización está siendo percibida socialmente de forma bastante escéptica. La tecnología aplicada al trabajo está despertando incertidumbre y según la opinión de muchos ciudadanos europeos no parece que vaya a contribuir a mejorar sus perspectivas económicas, sobre todo para los trabajadores de menor cualificación.

En efecto, los sistemas de Robotics Process Automation (RPA) que se están implementando en muchas empresas aumentarán la productividad y eficiencia, pero lo harán en cierto modo a costa de la reducción de la fuerza laboral humana. Aunque los RPA se introdujeron hace ya muchos años, será en un futuro próximo cuando entren masivamente en las organizaciones, revolucionando los centros de trabajo de todo el mundo. El bajo coste de las licencias de estos programas de software hará que muchas empresas comiencen a sustituir sus trabajadores humanos por computadoras avanzadas.

Aquellas tareas repetitivas, como revisar documentación, archivar, comparar datos o rellenar formularios serán fácilmente automatizables y progresivamente dejarán de ser desempeñadas por profesionales humanos. Por tanto, si en las empresas estas tareas representan un coste superior a la implantación de herramientas robóticas, la probabilidad de que en los próximos años los trabajadores sean despedidos o no sean necesarios se incrementará sustancialmente. De hecho, un estudio del experto Holger Bonin afirmó que en los próximos 20 años se perderían en Alemania unos 5 millones de empleos por la automatización. Si esta proyección es fiable, con más razón deberíamos afrontar este desafío ya mismo en España, con una economía mucho más vulnerable. 

Por lo tanto, hay que preguntarse qué podemos hacer. Me propongo plantear un breve esbozo para una respuesta desde el prisma de la educación, que debería ser el eje principal de la gobernanza tecnológica. En primer lugar, parece claro que los humanos tendremos que diferenciarnos de las máquinas y hacer las cosas que ellas nunca podrán hacer, que en definitiva es pensar, razonar, intuir, sentir, crear, imaginar. Por esta razón, en la educación nos jugamos nuestra propia humanidad. El sistema educativo debería erradicar las inercias burocráticas y repetitivas en los estudiantes y en los profesores, es decir, la concepción de la enseñanza como una cadena de producción industrial en la que se transmiten y gestionan inmensos paquetes de información cada vez más complejos y masivos.

La educación ya no puede concebirse sin experiencias creativas, intuitivas o artísticas, y menos aún sin elementos interdisciplinarios. En este sentido, el sistema educativo en su conjunto, si quiere contribuir al mejoramiento real de una sociedad hipertecnológica y desplegar todo su potencial, tendrá que apostar por todo aquello que un software robótico no pueda hacer por sí mismo o emular, incluso aunque éste disponga de sistemas de inteligencia artificial y aprendizaje autónomo (Machine Learning). 

Las instituciones educativas deben ofrecer su valor más excelso a todos los miembros de sus comunidades, que ha de ser, principalmente, la contribución al mejoramiento social a través del pensamiento creativo y crítico sobre la realidad circundante, yendo más allá de las rutinas e inercias heredadas, de los automatismos tecnológicos y de las burbujas de confort, alumbrando así espacios donde se incentive el desarrollo audaz de actitudes y aptitudes humanistas.

La digitalización y robotización, paradójicamente a como se está planteando y percibiendo en muchos ámbitos, debería contribuir precisamente a una búsqueda más profunda de la (re)humanización en los entornos educativos donde se formarán los futuros profesionales y líderes sociales. Éste debería ser, a mi juicio, el eje de la gobernanza tecnológica que los ciudadanos deberíamos exigir a nuestros dirigentes y autoridades políticas, pues de ello dependerá el bienestar colectivo de la sociedad y su capacidad de adaptación al cambio tecnológico. Solo una transformación educativa que apueste por la revalorización de las capacidades intrínsecamente humanas permitirá afrontar el futuro laboral y económico con confianza.