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Vox no es ultraderecha

Santiago Abascal, presidente de Vox.

Santiago Abascal, presidente de Vox.

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Ahora que Vox ha provocado una ola de desesperación colectiva creo que no estaría de más analizar, en plena era de la globalización, los conceptos de “derecha” e “izquierda”. Lo que los medios y la sociedad nos venden es que son conceptos estáticos y de ideas irreconciliables entre sí; nada más lejos de la realidad: tales conceptos han funcionado como formas orientativas de entender distintas cosmovisiones políticas. 

La división social entre derechas e izquierdas nace en la Revolución Francesa. Convocados los Estados Generales, lo que hoy llamaríamos Parlamento, tras más de un siglo sin utilidad, nobleza y clero se sentaron a la derecha del rey, y el pueblo llano a la izquierda. Más adelante, la burguesía, clase social hegemónica en el siglo XIX, antaño parte del pueblo llano, se encuadraría en el concepto de derecha para la ciencia política al ser el grupo privilegiado frente al auge del movimiento obrero. Posteriormente, la implantación del marxismo en Rusia generaría una ola de apoyo mundial al nuevo orden al considerar que, por vez primera en la historia de la humanidad, una nación reconocía la dignidad de sus trabajadores como clase social hegemónica. El problema es que tal dignidad disfrazada encerraba un resentimiento y odio atroz a todo aquel que no comulgara con el ideal de erigir al pobre como ser moralmente superior.

Con el auge de la sociedad de masas, el mundo occidental buscó dirigir los destinos de sus pueblos mediante la alternancia de opciones políticas de corte conservador y progresista. Los partidos más conservadores se encuadraron en el concepto de derecha, y los más progresistas en el de izquierda. La Gran Guerra y los ‘Felices años 20’ supusieron una continuación ya anacrónica del sistema de valores decimonónico, roto ya con la crisis del 29. En este momento, y parejo al aparente éxito del comunismo frente al consumismo frívolo del capitalismo, nace el fascismo como corriente romántica y resucitadora de antiguos valores: su sentido vital lo hallaba en el sentido patriótico y épico de los reinos premodernos; el problema es que su visión mesiánica ya no era compatible con los nuevos tiempos de libertad individual y búsqueda de la prosperidad y la dignidad humana.

Hitler o Mussolini creían firmemente que la guerra, como para Napoleón, Pedro el Grande, Luis XIV, Carlos V, Fernando el Católico, Carlomagno, Alejandro Magno o Julio César era noble en cuanto a su sentido de búsqueda de la verdad; algo que también compartían Lenin y Stalin. La guerra, bien acabada, traía el amor. Pero al final guerra es igual a odio, y el odio sólo genera odio.

Apunte: para los necios incultos que proclaman a bombo y platillo “antifascismo ya”, el franquismo nunca fue fascismo: fue una suerte de conservadurismo religioso, un ‘fascismo light’ si se le puede llamar, que basó su esencia última en el catolicismo, no en el intento de implantar un nuevo orden mundial bajo la idea de raza. Y sin tintes totalitarios y de exterminio. 

Todas estas corrientes románticas, franquismo incluido, no supieron aceptar la realidad de su tiempo y se entregaron a las armas para intentar implantar una suerte de paraíso terrenal; construyeron una nueva Biblia nacionalista copiando el modus operandi de la Iglesia como institución, que desde los primeros tiempos del cristianismo degradó el ideal de Jesús de Nazaret al no comprender la simbología metafórica de las Sagradas Escrituras, aplicándolas de forma literal.

El fascismo y el marxismo fueron formas modernas de mesianismo atroz. Con todo, por sus diferencias sustanciales, el fascismo se encuadró en la idea de derecha, y el marxismo en la de izquierda. Pero realmente sólo diferían en el ámbito de los valores, pues su praxis fue la del control totalitario de sus sociedades: la única diferencia entre el nacionalsocialismo y el socialismo nacional de la URSS era en la esencia de su visión maniquea: para Hitler, el germano es la representación del bien, y el judío la del mal. Para Stalin, el proletario ruso es el bien, y el burgués el mal. Cuando se dice que los extremos se atraen no suele haber mentira en tal afirmación: esto es la extrema derecha y la extrema izquierda. Vox no es extrema derecha.

Gracias a Dios el fascismo fue vencido en el 45. Los que proclamáis todo el día soflamas antifascistas no habéis superado el pasado y vivís de anacronismos. El comunismo fue derrotado con el derrumbe del Muro de la Vergüenza, pero todavía prevalecen sus trágicas secuelas en Cuba, Venezuela o Corea del Norte. Ése es el auténtico enemigo de las sociedades libres, no un falso fascismo inexistente. Un comunismo reinventado de forma light bajo el repugnante podemismo, con mucha mejor prensa que Vox, un partido conservador y liberal; nada que ver con la extrema derecha. En vez de disfrazar continuamente la verdad con cuentos chinos convendría que la sociedad se diese cuenta de que el verdadero enemigo de la libertad, hoy en día, es el comunismo revestido de socialdemocracia de Pablemos, y no Vox.