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Sufragio universal

Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda

Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda

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Andalucía no es una excepción para poner a prueba la voluntad popular a través del libre ejercicio de votar. Un acto legal que en una democracia como la nuestra nos acerca a la conciencia individual para premiar o castigar a quienes dicen representarnos. En consecuencia, el voto es una de esas premisas que a priori nos puede convertir en presuntos adúlteros hacia quienes en amor y compañía dicen, prometen, engañan e incluso juegan con nuestro destino. De ahí que pasar por las urnas es la única manera de ser tratados por igual.

Ya sé que esto es la parte más romántica de la película, pero sirve para retratar a unos y otros cuando el recuento final pone a cada candidato en el lugar que le corresponde. Después  llegan las reacciones, las valoraciones, el análisis, las consecuencias e incluso los pactos, los compadreos y las conveniencias de gobierno, O sea, es cuando el voto toma la deriva de esas maletas que facturas y luego no aparecen en destino. 

No teman, mi intención no es otra que la de entrar en las elecciones andaluzas por la parte menos vistosa. Nada de resultados, estadísticas ni demás ecuaciones aritméticas, lo mío  guarda estrecha relación con la parte íntima de lo acontecido. Susana Díaz tuvo muy mal perder. Un rictus de mala leche invadió todo su ser. No es para menos cuando el monopolio de  40 años daba paso a otras alternativas de gobierno con signo contrario. La señora Díaz vendió su derrota con los peores argumentos posibles. Achacó la causa de su fracaso a los propios electores que optaron por  quedarse en casa y no fueron a votar. Dio por seguro que éstos  la hubieran elegido a ella y no a otros candidatos.

Faltó el respeto, porque Doña Susana no entiende que la acción popular es el resultado de la desgana, de la indiferencia o tal vez del ejercicio de libre disposición que cada ciudadano o ciudadana con su voto tenga a bien hacer o mejor le convenga. Faltó el respeto a los andaluces que de manera libre han elegido otro ideal de ser gobernados. Faltó el respeto a su soberbia por subestimar la capacidad de los casi más de 400.000 andaluces que han decidido cambiar el pensamiento único apostando por recuperar señas de identidad en vías de extinción. Faltó el respeto al cambio. Faltó el respeto a la derrota, porque la humildad no está reñida con la mala leche cuando se está al servicio del bien general. 

Doña Susana está en su derecho de criticar a los rivales. Faltaría más. Ahora bien, me parece que ha olvidado que Andalucía es España, que los andaluces son españoles y que el partido que ella representa ha cambiado cromos de Gobierno con todo lo que nada tiene que ver con la estabilidad constitucional. Que el PSOE ha puesto en venta nuestras señas de identidad y nuestra propia honra  en favor de quienes quieren una España disoluta, anárquica, quebrada en valores, dividida, machacada.

Ha faltado el respeto porque los andaluces no son una especie inferior a nadie ni por haberla votado a ella ni tampoco a los oponentes que prometen respetar, defender a España, a los españoles y a la Constitución; y eso, señora Díaz, no es ultraderecha ni fascismo, al menos para mí que aspiro a ser valorado como un ciudadano español de lo más normal nacido en España por el sistema tradicional de la semillita poco antes de los años 50. Pero claro, hoy en día dar gracias por ello ya es causa suficiente para ser facha, ser correcto, también lo es y buena persona, ya ni les cuento. De manera que tan solo nos quedan las urnas como solución  para recuperar  nuestro ego de nacimiento. 

Andalucía es patrimonio de España al igual que España es mejor país gracias a los andaluces, como sucede con todas esas regiones que españolizan con orgullo. No dudo de usted, Doña Susana, como buena andaluza e incluso defensora de la Constitución que lo es, y me consta que también opuesta a lo que vaya en contra de la unidad, entonces ya solo por esa  razón debió usted dimitir cuando su jefe de partido, Don Pedro Sánchez, vendió España a cambio de un plato de lentejas hace ahora casi seis meses. Hubiera ganado usted la honra de cuantos rechazamos ser tildados de fascistas por tener la decencia de ser españoles. Ahora ya es tarde, Doña Susana,  ahora el peso del sufragio universal ha roto aguas. Su partido la dejará sola porque el poder omnívoro de su jefe va mucho más lejos. Será fagocitada por los servicios prestados como suele pasar en política de altura.    

En fin, es lo que tiene el pueblo soberano cuando aprende a separar el grano de la paja, Y si este cambio no funciona, pues a real y media manta, elegimos a otros que para eso nuestros votos son de nuestra exclusiva propiedad.