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Ideas para un feminismo mejor

La RAE saca la escopeta tuitera en defensa del masculino genérico

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Tenemos los feministas la obligación moral y cívica de luchar contra cualquier forma de machismo en nuestra sociedad y en nuestra cultura; y, en este sentido, bien es sabido que uno de los principales culpables es el idioma. El español, producto y herencia de una civilización patriarcal, no es sólo fuente de machismo sino que, además, es su principal vehículo, por ser el lenguaje la principal herramienta para la transmisión de pensamientos e ideas. De modo que toda batalla contra las incontables facetas misóginas de nuestro idioma es poca.

Por eso hay que aplaudir todos los esfuerzos que hasta ahora ha hecho el feminismo para rectificar, en lo posible, los aspectos más ofensivamente machistas del español, como la norma de que el género masculino sea inclusivo, o como la insultante ausencia del femenino de muchísimas palabras.

No obstante, lo que yo vengo a proponer aquí supondría un importantísimo paso hacia adelante, otro orden de magnitud en esta guerra contra los fachas, pues todo lo hasta ahora logrado se basa en una suposición tácita errónea y, además, deja sin resolver un dilema fundamental inherente a las soluciones propuestas.

Empezando por este último, el problema es que la fórmula o+a (decir, por ejemplo, "candidatos y candidatas") requiere necesariamente establecer un orden en la enumeración, orden que es imposible de resolver a plena satisfacción de las mujeres: o bien, como es habitual, nombramos primero el masculino, con lo cual, en virtud del llamado "efecto primacía", le damos prioridad al varón y ratificamos precisamente el machismo que queremos combatir, o bien nombramos primero al femenino: "candidatas y candidatos", y quedamos a merced del llamado "efecto recencia", que favorece al último de los términos nombrados, por dejar una huella más fresca en la percepción del receptor; de modo que estamos en las mismas.

Pero, más que este dilema sin solución, me interesa la suposición tácita errónea que mencioné: la de que existen, de modo natural, letras para el masculino y otras para el femenino. En efecto, casi toda nuestra reivindicación feminista, hasta ahora, en el terreno del idioma se limita a reforzar el uso de palabras acabadas en -a (previa su invención, si es necesario), ¡como si dicha vocal les estuviese asignada por naturaleza a las mujeres! Lo cual, evidentemente, es falso. Debemos superar ese error.

Como sabemos, el español es una lengua machista porque ha nacido y evolucionado en el seno de sociedades patriarcales desde tiempo inmemorial, y por tanto lleva impregnada, inherente, la supremacía del hombre: forzosamente ha de ser machista en su totalidad, y no sólo en algunos aspectos; de donde se desprende que las desinencias mismas, en sí, ¡también lo son! La idea de asignar una -o para el masculino y una -a para el femenino es, de hecho, una arbitrariedad machista, pues machitos fueron quienes la introdujeron; y por tanto debemos rechazarla de plano. ¿Por qué no elegir la -o para el femenino y la -k para el masculino, por ejemplo? ¿O la -e y la -u? (No estoy seguro, en cambio, de que nos valga la fórmula del inglés, donde la mayoría de las palabras no tienen género, ya que esto, más que reivindicar a la mujer, quizá sólo lograse hacerla invisible de un plumazo y escamotearle la deseada y justa venganza por tantísima afrenta como ha sufrido durante milenios.)

Y puesto que nuestro idioma es así de arbitrariamente masculino en su conjunto, de cara a una definitiva superación de su machismo inherente yo abogo por este salto de gigante: tenemos no ya que feminizar las palabras o expresiones, ¡sino desechar el español por completo! Sustituirlo por algo enteramente nuevo. Porque, ¿quién sabe qué sutiles implicaciones machistas no residen, agazapadas, en su sintaxis, gramáica, vocabulario, condicionando y moldeando subrepticiamente nuestro pensamiento sin siquiera ser conscientes de ello? Deberíamos, pues, obliterarlo. Así como no puede considerarse erradicada una enfermedad, o vencido un germen, hasta que no se ha exterminado hasta la última bacteria, así tampoco podremos librarnos de los invisibles peligros que nos acechan bajo una lengua intrínsecamente misógina hasta que no hayamos borrado todo rastro de ella en nuestra sociedad. Y, para ello, ni siquiera deberíamos descartar un nuevo Fahrenheit 451. Hiberica lingua delenda est.