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Lobos humanos

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Permitan que hoy les cuente una pequeña historia. Érase una vez el lobo de toda la vida, ese animal feroz que mataba por instinto sin mirar a quien. Ovejas, vacas, cabras o ciervos, entre otros, formaban parte de su inseparable apetito devorador. Tan solo del hombre se guardaba en distancias, sin duda sabedor de que éste siempre se hacía acompañar de algún medio de defensa. El astuto lobo tuvo sus momentos de gloria dentro de la literatura infantil, es más, incluso mostraba rasgos de falsa ternura en el papel estelar de Caperucita Roja.


De aquél ejemplo de lobo traído de un precioso bosque surgió el auténtico sentido de lo que esta especie carnívora era capaz de urdir para conseguir a su presa. Astucia y un instinto de poder basado en su fuerza con unos poderosos dientes carnasiales hacían de él un animal tan intimidatorio como voraz. Como ustedes sabrán, el mencionado lobo acabó disfrazándose de abuelita para así dar buena cuenta de Caperucita. A partir de ese preciso instante es cuando esta especie comenzó a mutarse hasta convertirse más en ser humano que en conservar su filiación como fiera de muy mala ralea.


Flaco favor hizo este lobo solitario a los de su especie por distintas consideraciones zoológicas. La primera, su travestismo simulando ser la abuela de Caperucita. La segunda, que un lobo casi siempre ataca en manada por aquello de que la unión hace la fuerza. Y tercera consideración, el lobo de hoy en día ha cambiado su dieta. Ahora ataca al ser humano, principalmente a las mujeres. Una especie de tortura exquisita, según ellos.


Partiendo de la base que Caperucita Roja se desenvolvió en una época muy diferente a la actual, conviene situarse dentro del contexto de aquél entonces. Una sociedad compuesta por una madre, una abuelita y un cazador fueron suficientes elementos para juzgar a un feroz lobo que exhibía maldad y perseguía a una víctima desprotegida. Es curioso como la justicia obró en favor de la indefensa Caperucita sin la existencia de una Audiencia Provincial. Por consiguiente, al no haber tribunal, tampoco había magistrados; de manera que sin un código penal sujeto a interpretación, ni presión mediática que lo abogase, la racional justicia se puso del lado de la víctima. O sea, la ley natural o sentido común, como lo prefieran.


A todo esto cabe decir que la infeliz Caperucita Roja, si bien pecó de inocente y confiada, no es menos cierto que se sintió intimidada ante los peores instintos de un lobo que tenía a su favor la fuerza suficiente y la experiencia de otras actuaciones parecidas. El cazador de nuestra historia dio fe de ello: “Este indeseable tenía varias causas pendientes. Por suerte se ha hecho justicia” Caperucita Roja, que al parecer, llevaba en su cesta un sabroso pastel y una botella de vino para su abuelita vino a decir: “Menos mal que aquél día no bebí ni un solo trago de alcohol, de lo contrario el lobo hubiera abusado de mí sin ninguna consideración ni resistencia por mi parte” Más tarde dio gracias haciendo valer la suerte de no haber sido atacada por una manada.


Desde 1697 año en que Charles Perrault ilustrara a tanta infancia durante tantos siglos a base de sus cuentos, lo cierto es que las moralejas de esta cultura popular poco o nada difieren de las situaciones parecidas que se vienen repitiendo en nuestra sociedad actual. Saquemos las conclusiones que interesan y comprobarán como la mujer sigue siendo la víctima de cualquier historia real o ficticia. La no aplicación de sentencias condenatorias ejemplarizantes nos conduce al “No es No” por mucho que la violación se disfrace de abuelita aparentando ser un abuso sexual. Algo está fallando en el ordenamiento jurídico.

El marco legal hay que adaptarlo en función de los vacíos legales, pero mientras llega la claridad meridiana para los juristas existe la cuestión racional de los abusos, violaciones, vejaciones y/o violencia que la mujer del siglo XXI resulta víctima. Y eso no debe estar sujeto a la interpretación porque los lobos de antes han ido mutando y hoy se encuentran entre nosotros. Son lobos humanos que dejaron el bosque y se internaron en una sociedad en donde la justicia resulta injusta y el voto particular favorece al infractor y condena al inocente. Y esto sí que no es ningún cuento.