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Niñas pijas

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“Señorito es la degeneración de Señor”. Lo dijo el Ausente, todo un Señor que en sentencia simple sintetizó de un aforismo la lucha de clases. Una de tantas, claro: la eterna lucha de los imitadores que aspiran a parecer lo que no son. El señorito de antaño es el equivalente al pijo contemporáneo. Ambos pertenecen a la especie de los arribistas de toda la vida.

A esta especie humana se la distingue, como las enfermedades epidérmicas, por sus formas. Formas tóxicas que, bajo su aspecto nocivo, reflejan un grave desequilibrio. Porque ya sabemos que las formas son el fondo y la ética es la estética, y el pijo, en su embuste acomplejado y bravucón, hace de la destrucción de ese par de valores, sus señas de identidad. Más ridículo, si cabe, es su contraste de lucha con la aristocracia, cuerpo social que, con todas sus miserias, le salva el tener el patrimonio de la educación formal que no es otra cosa que la discreción y el disimulo. Estos antídotos, siempre efectivos, disgustan a la nueva casta que viene del eructo en las comidas y pedos en los pubs, y así ríen su maldita gracia por la excusa de “lo natural” o “espontaneidad”.

El pijo tiene mayor delito porque su problema es olvidar quién es y así asalta el escalafón a las bravas por un estatus dudosamente conseguido en cuyo paso no ha conseguido limar defectos de orgullo ni taras emocionales. La Clase, así, les pasa inadvertida y sólo su gran vanidad muestra, de nuevo en las formas, lo que realmente son. Los pijos, hijos de la nueva burguesía posmoderna -dos palabras terribles- han llegado para apartar con sus modos tan peculiares a una aristocracia ya muerta, no para renovar nada sino para ejercer de nuevo rico en patrimonio antiguo. Si hay que elegir entre unos y otros, dos males necesarios, me quedo con la extinción digna de los “fin de raza”, los “gatopardos”, en fin, fieles a un Código y a una Clase que no negocian algo tan sagrado como las Formas con los trepas maleducados del momento.

Si la endogamia no era una solución, menos parece que sea el pacto con la vulgaridad y la mala educación. Al final, advertimos que un ente tan extraño como la Monarquía va a tener que sobrevivir...como se ha hecho toda la vida: casándose entre iguales y “concubinando” con coristas discretas que alivien pasiones y renueven la sangre con Jeromines.

Una lástima, pero se ve que es lo que hay.