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Investidura al victimismo

Albert Boadella, ante la casa de Puigdemont en Waterloo (Bélgica). EFE.

Albert Boadella, ante la casa de Puigdemont en Waterloo (Bélgica). EFE.

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Tras noventa días, desde las elecciones catalanas del 21-D, sin que los buenos oficios del president del Parlament, Roger Torrent, consiguieran poner en marcha un pleno de investidura con un candidato que contara con una mayoría tras de sí, a las veintidós horas del veintiuno de marzo, el sucesor de Carme Forcadell en la cámara autonómica catalana, convocó a los ciento treinta y cinco diputados con acta en ella, a debatir sobre la candidatura de Jordi Turull (PDeCAT) a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, en el corto plazo de diecinueve horas más tarde, con máxima urgencia, pero sin el habitual tramite previo de reunir a la Mesa y a la Junta de Portavoces.

Finalmente no cuajó el intento de investidura virtual de Carles Puigdemont mientras él permanecía en su nueva residencia de Waterloo, ni tampoco llegó a coger fuerza la propuesta del anterior sobre Jordi Sánchez, su número dos en las listas electorales de JxCAT, al renunciar éste a su actividad política, para centrarse en su defensa respecto a los cargos que se le imputan y le mantienen en prisión preventiva en el centro penitenciario de Soto del Real (Madrid).

La primera sesión del pleno de investidura de Jordi Turull, como candidato a la presidencia de la Generalitat de Cataluña empezó sombría, con un ambiente gélido y terminó marcada por el anuncio de la CUP de que finalizaba su apoyo al sumatorio de fuerzas de JxCAT (PDeCAT más adláteres) y ERC, pasando a formar parte de la oposición parlamentaria, entendiendo que son algo más que vínculos los que el candidato mantuvo con la “CDC” del “tres per cent”, la familia Pujol, y Artur Mas. Todo ello enmarcado por la renuncia a sus escaños de Carme Forcadell, Dolors Bassa y Marta Rovira, aún más acentuado a la mañana siguiente, cuando se conoció su decisión de exiliarse fuera de España antes de comparecer ante el juez Llarena, en el Tribunal Supremo por la causa abierta en relación a las responsabilidades asumidas dentro de los acontecimientos desarrollados el 1-0.

Realmente ¿no había otros candidatos que presentar para president de la Generalitat, que los tres propuestos desde las bancadas de JxCAT y ERC? Después de tres meses desde las elecciones catalanas, y más a más, ¿cual era la pretensión de nominar al Sr. Turull, unas pocas horas antes de su comparencia ante el juez? Evidentemente solo una coartada es creíble: escenificar el víctimismo de que un president “electo” pudiera ser objeto de medidas cautelares. Pero la realidad, como tantas veces en la vida, se ha impuesto más allá de los cálculos partidistas, y la pantomima vivida en el Parlament de Cataluña solo ha encontrado una réplica a su nivel, a través de la performance realizada por el dramaturgo, y actual presidente de Tabarnia, Albert Boadella, a las puertas de la actual residencia de Carles Puigdemont en Waterloo, en las cercanías de Bruselas, a la voz de “¡Carlitos, sal: estamos preparados para la conferencia al más bajo nivel!.

El espectáculo ha sido mejorable, pero, como en la vida, todo tiene su parte positiva, incluso los pasajes menos edificantes y, al menos, la sesión vivida en el Parlament de Cataluña ha tenido la capacidad de acabar con el bloqueo impuesto desde que Roger Torrent consideró suspendido el primer pleno de investidura anunciado para el treinta de enero pasado (supuestamente para la nominación virtual del Sr. Puigdemont) y el “reloj” ha comenzado a andar. Si antes de dos meses no hay president de la Generalitat, quedarán convocadas nuevas eleciones en Cataluña, las quintas en ocho años, desde que en 2010 fuera elegido president Artur Mas, ¿solo soy yo, o no tienen ustedes la sensación de vivir en un inacabable día de la marmota?