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El "Quedabién"

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Es bastante habitual encontrar a nuestro alrededor un espécimen humano al que me gusta llamar el “Quedabién”. Suele ser un ejemplar que está siempre detrás de la reja de la pantomima de querer quedar bien ante los demás. El fingimiento es una de las características de este hominídeo que convierte su vida en una auténtica comedia.

Sus ideales van en la misma dirección del aire, se dejan llevar, tienen siempre la sonrisita en la boca con tal de quedar bien y lograr la aceptación y, si viene al caso, que viene muchas veces, para beneficiarse de algo. Su rumbo es siempre el mismo: su propio interés, sin preocuparse del de los demás. Se arrima siempre a sombras que cobijan y que le den algo a ganar.

El “Quedabién” muda su criterio con mucha facilidad; con tanta, que llega a defender lo contrario de lo que un día criticó. Su vida es una farsa, una caja llena de falsedades y contradicciones.

Es un perdedor nato; un artista evitando los conflictos; no lleva la contraria a nadie, al menos mientras esté presente su interlocutor; no discute, no se moja ni en la ducha; es un victimista empedernido; es muy aficionado a hablar de la vida de los demás, como si esto reforzará su autoestima; la hipocresía es su gran paraguas, su forma de vida; es… ¡eso!, ¡un “Quedabién”!

De pequeño me contaban un cuento sobre un lobo hambriento que babeaba ante un rebaño de ovejas a las que no podía acercarse porque siempre estaban vigiladas por su pastor. El lobo, un día, encontró por casualidad en el bosque una piel de oveja. Conforme pudo se la echó al lomo para que le cubriera el cuerpo dándole una apariencia de oveja y, así, pudo engañar al pastor y acercarse a su objetivo.

Decía un moralista francés que el arte de agradar es el arte de engañar. Ojo avizor, que a la vuelta de cualquier esquina te puedes encontrar un “Quedabién”. Avisado estás.