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Oda a la vida, a la historia, a la razón...

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Como la vida se vive una vez y dado que, a no mucho tardar, otros cantarán las odas al buen hacer y sobre todo las odas al buen decir, me adelanto a proponer un pequeño resumen de estas últimas:

Mi querido y estimado Sancho, has de aprender a discernir, que quiere decir distinguir, entre predicar, proponer, hacer, decir y justificar.

Bendito Sancho, en las polis griegas todos esos conceptos se llevaron a la práctica de tal modo que la traición a los mismos se castigaba, siempre, con el desprecio de la ignorancia y, en ocasiones, hasta con el silencio de la muerte.

Superada la Prehistoria, el Antiguo Testamento y la Edad Media, amigo Sancho, las modernas sociedades, conocidas como gremios, utilizan los mismos códigos: predicar, proponer, hacer, decir y justificar y, más te digo, paciente Sancho, profecías conocerás que confirmen las mismas ideas en siglos venideros, algunas de las cuales te adelanto en esta carta, que a mi entender algún amigo tuyo letrado te leerá:

El predicamento es base de todo aquel que desea gobernar; mejor sería decir, que desea acumular poder; en muchos casos no importa cómo, “París bien vale una misa”. Lo importante es tener verbo, palabrería... el resto lo hace la cla, importante por aquello de que no vaya a ser “como predicar en el desierto”.

La proposición, acción y efecto directo de proponer, no pasa de ser un simple enunciado sobre algo que puede ser verdadero o falso. La historia nos describe en páginas, muchas veces manchadas de sangre, que se han propuesto y defendido enunciados no digamos ya falsos o verdaderos sino, simplemente, interesados y utilitarios para alcanzar el poder los que predican.

Sancho, amigo, el espacio entre predicar, proponer y hacer no es, por desgracia, “sin solución de continuidad” sino, como la experiencia pone de manifiesto, la distancia o espacio es tan corta o tan larga como los medios para el poder necesiten. El poder se sube al carro dominador, alzado por el entusiasmo de la cla, y, recorriendo las calles de “cada ciudadela”, se olvidan de hacer lo que predicaron y propusieron.

Entronizado el poder, su permanencia se supedita a saber decir; se perpetúa en lo que se conoce como poder asambleario, que no es sino hablar en espacios suficientemente amplios en los que oír y entender no sea fácil pero aplaudir en masa sea entretenido... Lo que se DIGA, para el Poder, no tiene importancia... lo importante es la asamblea generalista, mentalmente enmudecida, que grite cuando se deba gritar, aplauda cuando el control lo indique y termine preguntando al de al lado, ¿qué se ha dicho?

Sancho, tú que cultivas la bondadosa crítica del que madura con la sencillez del terruño, tú, Sancho, el sabio sin letras, tú, entenderás, sin grandes discursos quijoteros, que, llegada esta situación, el poder no tiene ninguna otra salida que no sea la de justificar.

Justificar, para el poder, es, sencillamente, retroceder en el tiempo y echar la culpa a la Prehistoria, al Antiguo Testamento, a los Griegos, a los Romanos, al Medioevo, al Absolutismo de época, a Europa, a la ONU y, en España, sobre todo, a Franco.

Mi Señor, don Quijote, usted me enseñó que su poderio era muy diferente al de los GIGANTES que atacaban sus ideales. Usted me enseñó, de la mano de don Miguel de Cervantes, que el poder es guiar con razocinio, llevando siempre el refranero bajo el sobaco sudoroso del luchador a pie de calle sin necesidad de cuadrigas triunfalistas, perecederas en el tiempo.

Tomo nota, mi señor, y, en un WhatsApp imaginario, aconsejo leer este mensaje y pasarlo, por favor.