Opinión

Catalexit, contraria al 'ethos' histórico de la integración europea

Carles Puigdemont en Bruselas

Carles Puigdemont en Bruselas Reuters

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El germen de la Europa comunitaria, como se sabe, se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), cuando el 9 de mayo de 1950, el Ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, con la colaboración de Jean Monnet, presentó un nuevo plan de recuperación económica: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

Pero la declaración Schuman iba más allá de la recuperación económica a partir de la puesta en común de las decisiones en el ámbito de la producción de carbón y acero, ya que la declaración era también una llamada a la reconciliación entre los Estados europeos.

Los principios fundamentales de la Unión deben ser vistos como un elemento esencial de un lenguaje común para la resolución de conflictos. Ésta es una decisión básica inspirada por la voluntad de hacer avanzar el constitucionalismo europeo supranacional.

No se crearon, por tanto, organizaciones con objeto, tan sólo, de administrar un espacio de bienestar o un mercado interior.

En la actualidad, hay veintiocho Estados miembros de la Unión Europea. Desde los seis Estados fundadores de las originales Comunidades Europeas hasta su composición actual, la Unión ha experimentado sucesivas ampliaciones que han extendido sus fronteras hasta abarcar en la actualidad la mayor parte del territorio continental bajo la gobernanza común de la Unión Europea.

Los Estados de la Unión difieren entre sí en su historia, cultura, población, geografía, modelo político y territorial de gobierno, e incluso forma de Estado, pero se encuentran vinculados entre sí por el compromiso político, económico y jurídico que deriva del proceso de integración europea asumido por todos en el marco de los Tratados constitutivos de la Unión Europea.

El prioritario argumento que la Generalitat aduce para desconectarse de España es de tipo económico. El España nos roba es comprado por muchos catalanes. El Catalexit aportaría a la República de Cataluña unos 16.000 millones de euros, afirmación, como ha recodado Josep Borrell, que no suscribe ni el propio Consejo Asesor para la Transición Nacional; afirma que utilizar la bandera del agravio comparativo implica el riesgo de identificar el patriotismo y la voluntad de ser de los catalanes con una manifestación exacerbada de egoísmo. Actitud ésta diametralmente opuesta a las aspiraciones de la UE que pretende, derribando fronteras y creando puentes, la progresiva transferencia de los poderes de los Estados a un nivel político de carácter superestatal y no su descomposición,

A esa misma conclusión llega la profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Fernández Pasarín: “Más allá de los condicionamientos legales que rigen toda adhesión, existen unos valores y principios anclados en la historia y en la propia idea de Europa unida y como tal, exigibles a todos los que pretende formar parte de ella”. Más adelante denuncia que “pretender jugar en la liga europea cuando uno demuestra día tras día una escasa capacidad para desenvolverse sin romper una liga más próxima, como es la española, no parece la manera más acertada e informada de hacer valer unas credenciales europeas”.

Catalexit, la salida de Cataluña de España, carece de alma, es contraria al ethos histórico de la integración europea.