Medios de comunicación

La bajada al infierno de los comentarios de internet

Un hombre ante un ordenador.

Un hombre ante un ordenador.

Hubo un tiempo en el que hablar en público implicaba adoptar ciertas normas de respeto, decoro, suponía planificar bien lo que estábamos a punto de decir y, algo inherente al vertido de tu opinión dado el riesgo a que la pisoteen los demás, decir cualquier cosa en público implicaba ciertas dosis de vergüenza ante el qué pensarán de todo lo que opino. Hubo un tiempo hace no tanto que la opinión se circunscribía a un ámbito cercano y más bien escaso. Un tiempo en el que no existía Internet o, al menos, un tiempo en el que cada publicación no disponía de su grada de espectadores con turno permanente de palabra.

El viraje hacia la doble vía de comunicación entre publicaciones y lectores transitó por una senda sinuosa hasta el descenso a los infiernos en el que se ha convertido el último tramo. El llamado internet 2.0 trajo consigo una mayor participación en todos los medios. Primero las redes sociales; después los blogs; los periódicos más tradicionales llegaron después abriendo los comentarios a imagen y semejanza de las publicaciones nacidas en lo digital. La revolución: el lector pasaba de ser un ente pasivo a un activista que lo mismo podía ampliar la información del artículo cómo verter su opinión en torno al mismo.

Llevo escribiendo en internet desde que para entrar en la red de redes había que utilizar un módem conectado al teléfono que emitía un concierto de R2-D2 con cada conexión. Cuando yo empecé Internet se cobraba por minutos. Y más valía que corrieras para navegar por donde necesitabas, porque la factura del teléfono engordaba al mismo ritmo que un comedor compulsivo de vacaciones en la Fábrica de chocolate. Te debías dar prisa. No como ahora, que hay todo el tiempo del mundo para atacar de manera gratuita a todo el que no piense de idéntica forma.

Basta echar un vistazo a cualquier publicación con un mínimo de polémica. Periódicos de temática general, diarios deportivos, blogs, foros de opinión... Y la crema de todas las salsas: YouTube. Los comentarios en el portal más famoso de vídeos en streaming son de una desfachatez tal que cuesta mantener la esperanza en el género humano. Despectivos, soeces, sin guardar ningún nexo de unión con lo que se plantea en el vídeo... Internet nos trajo la libertad de decir lo que nos dé la gana. Y eso se traduce en batallas dialécticas campales que lo mismo apuntan al creador o al medio como a otros comentaristas. Encontrar respeto suele ser tan difícil como no toparse con diez faltas de ortografía en cada comentario.

A la hora de comentar siempre tengo una máxima: no decir nada por lo que alguien pueda soltarme una hostia en la calle. ¿Hemos olvidado tan rápido que detrás de la pantalla hay una persona que leerá todo lo que hayamos escrito? ¿Qué necesidad hay de faltar al respeto y no aportar nada coherente a la argumentación? Descalificar porque sí es algo tan corriente que no puedes verter ninguna opinión de manera pública sin que alguien venga a pisotearla de idéntica forma. Por el simple placer de hacer daño. Con la sola intención de dejar plasmada una superioridad que en la mayoría de los casos no existe.

Una publicación siempre se puede enriquecer ya que no hay nadie que sepa absolutamente todo del tema para el que escribe. También es enriquecedora la discusión sobre dicho tema si se lleva de manera respetuosa y con argumentación. Esto, que parece tan lógico y de perogrullo, choca de plano con el infierno en el que se han convertido los comentarios. Auténtico nido de indeseables que aguarda cualquier pedazo de carne para abalanzarse sobre ella y no dejar ni el tuétano.

Moderar comentarios es algo tan costoso que no vale la pena hacerlo; de ahí que la mayor parte de medios y creadores de contenido opte por ignorarlos y ni siquiera entrar a leerlos. ¿Quién se dejaría dar de hostias por la calle solo por haber expresado su opinión? Pues en internet ocurre a diario.

¿Qué ocurrirá finalmente? Que los medios cerrarán los comentarios, una tendencia que está al alza. Y será una lástima.