Ahora que la ETA ha dado otra vuelta a la rueda sin fin de una historia que no debió ser, me vuelve a la mente un pensamiento recurrente, el del anonimato de la inmensa mayoría de sus víctimas.
Tenemos referencias de víctimas concretas: Buesa, Múgica, Pagazaurtundúa, López de Lacalle, Blanco, y varias otras. Concretas, con nombre y apellidos, con biografía, pero escasas, porque ¿qué pasa con la mayoría del resto hasta totalizar casi mil considerando solo los asesinados?
Por lo que tengo entendido, en esto andaba Fernando Altuna Urcelay, un vasco al que "la orga", referencia que estaba muy en boga en la ETA en aquellos primeros años, decidió hacer un roto en el negro año de 1980, por el expeditivo sistema de dejarle huérfano a los 10 años.
Dicen que Fernando no superó el trauma, lo que en mi opinión dice mucho y bueno de él, pero lo encauzó por derroteros que a muchos nos asombran y manifiestan en toda su crudeza la vileza de los viles. Es la página mapadelolvido.blogspot.com.es, un trabajo muy personal de él, con las colaboraciones que en la misma se precisan singularmente la de María José Grech con su blog In Memoriam de Libertad Digital. En el sitio se precisan factual y cartográficamente todos los atentados. Consultarlo me pone los pelos como escarpias, pero me confirma que estoy en lo cierto cuando pienso lo que pienso de los asesinos etarras.
También está el atentado de su padre, Basilio Altuna Fernández de Arroyabe, en Erenchun (Álava), el 6 de septiembre de 1980. Su reseña rompe el corazón y aporta alguna clave sobre la temprana muerte de Fernando hace unos días, quien solo pudo narrar los hechos, pero no los nombres de los asesinos. Su caso es uno de los más de 300 sin autor conocido.
Escribía que Fernando murió, lo hizo días antes de que “la orga” hiciera pública su intención (la última) de desarmarse. Al menos esa burla se evitó. Los que le conocieron dicen que murió de pena, por hastío y por fracaso.
Pero yo sé que no fracasó. Lo sé muy bien a pesar de que nuestra amistad solo lo fue por medio de Twitter (@fernandoaltuna). Sé que la sangre que corría por su cuerpo era un torrente de vida contra la desmemoria, la impunidad y la indignidad.