reflexiones

La mandanga de Oxford

La marihuana lleva con nosotros miles de años.

La marihuana lleva con nosotros miles de años.

  1. Opinión

Aparta la taza de café y acerca el móvil. Lo desbloquea y me enseña una foto: veo una bolsita transparente repleta de marihuana. La yerba está comprimida, como si hubiera sido envasada a empujones. Detrás, hay un cenicero y un mechero. “Me la compró un amigo por Internet, es la mejor que he probado en Inglaterra”, me confiesa con una sonrisa en los labios y un trasunto de vicio en los ojos. Desprecia la hierba de su país por su procedencia y entre risas, recuerda que fumó mucho en su última visita a España. Me asegura que extrema las precauciones cuando la policía anda cerca, pero fuma en la calle de todas formas. En el Reino Unido, la posesión de cannabis puede acarrear multas indefinidas y penas de prisión de hasta cinco años. Vuelve a la foto y se indigna contándome que la tiene que compartir con su pareja porque ella nunca compra.

El contrabando, como cualquier otro negocio, está sujeto a la ley de la oferta y la demanda, y genera muchos puestos de trabajo: a uno de mis amigos le ofrecieron llevar hachís a Sevilla dentro del equipaje cada semana. Rechazó la oferta y prefirió concentrarse en la carrera, más preocupado por las revisiones de los exámenes, que por las revisiones de los guardias civiles. Fue en Sevilla donde mi profesora de la autoescuela me pidió que me desviara de la ruta habitual y aparcara en La Alameda de Hércules para comprar un saco de tierra especial para marihuana. El local estaba decorado con figuras de Bob Marley, banderas de Jamaica y cachimbas de todas las formas, tamaños y colores. El dueño, un señor moreno y enjuto, era abogado especializado en asuntos relacionados con el cannabis. Me lo imaginé llegando a los juzgados de El Prado con una china bajo la toga y La yerba del Rey sonando en la radio del coche.

Algunos fumadores reconocen que viajan con los porros, pero los propios alijos también llevan una vida trepidante, ocultos en los sitios más insospechados. Una tarde en una placita de mi pueblo, un paisano se sacó una bellota del bolsillo, nos la enseñó a los presentes y aseguró muy ufano: "Esto lo ha cagao un moro". En cierta ocasión, estuve en la casa de un tipo que la guardaba dentro de la impresora. No me sorprendió el escondite, sino que pudiera costearse ese vicio y los cartuchos de tinta sin arruinarse.

La alienación laboral propicia el consumo de estas sustancias. Un antiguo compañero decía que necesitaba desconectar con unos porros en casa después de cada jornada. Cada uno se evade de forma diferente. Cuando le pregunté a otro por qué estaba acumulando tantas horas de trabajo a la semana, cerró el puño de una mano, introdujo el índice de la otra entre el pulgar y el resto de dedos y me explicó que necesitaba más dinero para “follarse un coño”. El pasado abril, la policía de Oxford encontró un pequeño invernadero de cannabis en una casa de Chatham Road. Una de las vecinas declaró a un periódico local que nunca se lo habría imaginado, aunque había olido marihuana algunas veces. Le faltó citar a El Fary con su célebre “deja a los chavales que camelen, si ellos camelan pegarle un poquito a la lejía o pegarle un poquito a la mandanga, pues déjalos”.