Mariano Rajoy Brey

Pesadilla surrealista

Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz

Desconozco si hay centros de tratamiento de news junkies (adictos a las noticias), pero he de dejar de leerlas porque siento un cierto desequilibrio en mi vida. El síntoma más grave llegó hace un par de noches en forma de surrealista pesadilla que perturbó mi sueño cuando siempre he sido una persona de bien dormir.

La escena se desarrollaba en una conocida calle de mi ciudad y por lo visto en un futuro no muy lejano. Mientras esperábamos para cruzar por un paso de peatones con semáforo, un amigo me contaba el último logro feminista: los postes circulares, claramente fálicos, que soportaban ya hacía tiempo semáforos con imágenes homosexuales se habían sustituido por otros triangulares en clara alusión al femenino monte de Venus.

Más adelante había un poco de atasco. En uno de los cruces varios obreros, todos ellos con el rostro de Garzón o Rufián, estaban cavando una zanja, pico y pala en mano, lo cual ya es el colmo del surrealismo.

A través del escaparate de una tienda se podía observar como Susana Díaz plegaba y guardaba a su hijo en un cajón como buena persona guardadora, nueva figura con el que se había erradicado para siempre en Andalucía al padre y madre de toda la vida.

En otro local, amplio y haciendo chaflán, Pablo Iglesias e Irene Montero, vestidos lúgubremente como los tacañones del 1,2,3, regentaban la oficina de la emergencia social en la que recibían todas las peticiones de la gente para transcribirlas a unas pancartas que exhibirían en próximas manifestaciones al tiempo que las elevarían al Congreso, se pidiese lo que se pidiese, y sin aportar ningún tipo de solución viable.
Un enorme castillo flotaba en el aire sin ir a ningún sitio. Solamente giraba eternamente al son de las sardanas bailadas por sus moradores: Puigdemont, Junqueras y el resto de independentistas.

En otra esquina Albert Rivera daba la nota de color a la escena con su quiosco de zumos que mezclaba alegremente, cual alquimista, buscando la fórmula que agradase a todo el mundo.

Nota de color en un día  gris, tan anodino como  las personas que esperaban para cruzar la calle cuando el semáforo les diese paso. Un ejército de zombis sobre las que revoloteaban infinidad de gaviotas, (o charranes), que se lanzaban en picado hacia sus bolsillos, llevándose cuantas cosas de valor encontraban sin que hubiese reacción alguna por parte de los afectados. Después las aves se posaban tranquilamente en una estatua de Rajoy. ¿O no era una estatua?

Cuando los dos muñequitos que lucían en el semáforo con faldas y cogidos de la mano cambiaron de color solamente se movieron unas cuantas parejas de lesbianas. El resto protestaba y no se movía: No habían muñequitos singles, ni de niños, ni de familias con varios miembros, ni de peatones paseando a su mascota, ni de discapacitados en silla de ruedas, ni encorvados y con bastón que representasen a la tercera edad.

A través de una cámara de seguridad los funcionarios pertinentes vieron el bloqueo en el semáforo y automáticamente se activaron unas pantallas repartidas estratégicamente por la calle en las que de repente apareció, a modo del Gran Hermano de George Orwell, la cara del androide Pedro Sánchez que por fin había llegado a la Moncloa, después de 13 intentos, tras salir del Círculo Vicioso en el que se había metido y revelándose contra el ser humano obviando las leyes de la robótica de Isaac Asimov.

Repitiendo su discurso de género que tenía grabado en sus circuitos desde que retornó a la secretaría general de su partido, incitó a los ciudadanos y ciudadanas a avanzar “juntos y juntas", con lo que la situación se tornó más caótica al intentar unirse, hombres por un lado y mujeres por otro.

De repente un gran estruendo se oyó en la zona en la que picaban los Garzones y Rufianes operarios. De las entrañas de la tierra surgió primero una gran cruz que se elevó hacia el cielo y a continuación una sepultura de la que se desprendió un poco la losa que la tapaba saliendo un brazo momificado que se movió en sentido vertical al tiempo que se oía una voz de ultratumba algo temblorosa diciendo: Españoleeees.
El efecto fue inmediato pues todo el mundo se puso en marcha cagando leches (con perdón).

Escribir esta pesadilla me ha ayudado a interpretarla y empiezo a pensar que tal vez no soy tan adicto como creía y que cuando deslizo mi dedo en la pantalla de mi móvil realmente no es por tener mono de más noticias si no de noticias nuevas. Titulares que digan que por fin tenemos políticos de nivel que van a sentarse a solventar los problemas de verdad de la gente y se van a dejar de idearios, frases de manual, reproches mutuos y polémicas surrealistas

Igual un día mi pesadilla acaba con final feliz y en vez de la cruz y la sepultura aparecen los padres de la transición vestidos de  superhéroes dispuestos a salvarnos de males mayores.