La abuela Paquita y su receta de torrijas auténticas: Se acaban enseguida porque cuando hago vienen todos a comer

La abuela Paquita y su receta de torrijas auténticas: "Se acaban enseguida porque cuando hago vienen todos a comer " E.E

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La abuela Paquita y su receta de torrijas auténticas: "Se acaban enseguida porque cuando hago vienen todos a comer "

En Villanueva de Gállego, vive Paquita de 83 años y ha querido compartir su receta de torrijas con El Español.

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En Villanueva de Gállego, un pequeño municipio al norte de Zaragoza, hay una cocina donde la Semana Santa huele a aceite caliente, canela y pan empapado en leche. Es la de Paquita, abuela de mi amiga María, que a sus más de ochenta años, sigue preparando torrijas como lo hacía su madre y su abuela antes que ella.

No hay Semana Santa sin torrijas”, dice con la convicción de quien ha vivido muchas. No hace falta apuntarlo en un recetario: lo tiene todo en la cabeza, y en las manos. Paquita no necesita batidoras modernas ni medidores digitales. Ella utiliza “pan de pueblo de toda la vida, del que queda blando pero no demasiado duro”. Ese equilibrio justo que permite que la torrija salga tierna por dentro, sin romperse.

Antes y después de un plato de torrijas de la abuela Paquita.

Antes y después de un plato de torrijas de la abuela Paquita. E.E

La elaboración no tiene secretos, pero sí tiene pasos que no se pueden saltar. Primero, se empapan las rebanadas en leche templada, “como se ha hecho siempre”. Después, Paquita insiste en un detalle que muchos pasan por alto: “hay que dejar que suelten la leche sobrante en una rejilla antes de pasarlas por huevo, si no, no se fríen bien”. Y cuando el aceite –siempre de oliva, nunca de girasol– está bien caliente, empieza el baile: las torrijas entran una a una en la sartén, dorándose hasta alcanzar ese tono entre caramelo y tostado que solo da la experiencia.

Al sacarlas, rebozado rápido en una mezcla de azúcar y canela. Nada más. Ni siropes, ni rellenos, ni modernidades. Torrijas como las de antes, auténticas. Como las que se comía su hija de pequeña, “una detrás de otra”, recuerda entre risas. “Ahora es mi nieta la que hace lo mismo”, explica Paquita.

Lo que empezó como una forma de aprovechar el pan sobrante en invierno, se ha convertido en un ritual que solo ocurre una vez al año. “Antes las hacía en cualquier momento, pero ahora solo en Semana Santa. Y se acaban enseguida”, dice Paquita. Porque cuando en su casa hay torrijas, todos lo saben. “Vienen a casa, a comer o a llevarse un tupper. Siempre se las llevan todas”.

Más allá del sabor –que tiene ese punto exacto de dulzor, sin empalagar–, hay algo en las torrijas de Paquita que no se puede comprar en ningún sitio: el tiempo, la memoria, el gesto repetido cada año como un ancla a lo que importa. Una receta tan sencilla como contundente. Como ella.

Mientras en las ciudades las pastelerías compiten por ver quién lanza la torrija más creativa o fotogénica, en pueblos como Villanueva siguen saliendo de las cocinas familiares las de toda la vida. Sin cámaras, sin hashtags, sin coberturas de colores.

Solo pan, leche, huevo, azúcar, canela… y una abuela que sabe exactamente cuándo darles la vuelta.