Francisco Pellicer.

Francisco Pellicer. E.E.

Opinión

No pedimos imposibles, pedimos árboles

Francisco Pellicer, presidente de Legado Expo
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Zaragoza se mira al espejo y empieza a notar las arrugas de su clima extremo, la sequedad del aire y la ausencia de sombra. No es una metáfora exagerada: es la consecuencia directa de una ciudad que ha ido perdiendo árboles sin asumir del todo lo que eso significa. En una capital marcada por un clima semiárido, por episodios de calor extremo cada vez más frecuentes y por una expansión urbana basada en superficies duras e impermeables, el arbolado no es un lujo estético. Es infraestructura vital.

Con esa idea clara, la Asociación Legado Expo Zaragoza ha presentado un documento que va más allá de la denuncia retórica: un plano detallado del Parque del Agua Luis Buñuel donde se señalan, con puntos rojos, los árboles desaparecidos desde su diseño inicial. El resultado impresiona. No por su carga ideológica, sino por la contundencia visual de los datos. Ochocientos treinta y nueve árboles ausentes. Ochocientas treinta y nueve sombras perdidas. Ochocientas treinta y nueve oportunidades desaprovechadas para amortiguar el calor, fijar carbono, retener humedad y sostener biodiversidad.

El mensaje de la asociación es claro y deliberadamente sobrio: “No pedimos imposibles, pedimos árboles”. No se trata de una consigna radical ni de una exigencia fuera de escala presupuestaria. Se trata de reclamar coherencia entre el discurso verde y la realidad del suelo urbano. Porque una ciudad que presume de sostenibilidad no puede normalizar la desaparición silenciosa de su masa arbórea.

Legado Expo Zaragoza reconoce y valora la reciente campaña municipal de reposición de 2.000 árboles en la ciudad. Pero introduce un matiz incómodo, aunque necesario: esa cifra apenas cubre las bajas naturales de un solo año en una ciudad que supera los 170.000 ejemplares. En términos de gestión forestal urbana, es mantenimiento mínimo, no estrategia de futuro. Y Zaragoza, insisten, necesita ambición, no mínimos.

El Parque del Agua es, en este contexto, un símbolo especialmente doloroso. Concebido como uno de los grandes legados verdes de la Expo 2008, como un corredor fluvial capaz de reconciliar a la ciudad con el Ebro y su dinámica natural, hoy muestra signos evidentes de abandono institucional. Alcorques vacíos, alineaciones incompletas, árboles jóvenes que no prosperaron y no fueron sustituidos. El paisaje resultante no es el de una catástrofe súbita, sino el de un desgaste lento, administrativo, casi invisible… hasta que alguien lo cartografía.

Y ahí reside la fuerza del plano presentado por la asociación. No apela solo a la emoción, sino a la responsabilidad. Cada punto rojo marca una ausencia concreta y acumulada en el tiempo. La densidad de esas marcas interpela directamente a quienes tienen la responsabilidad política y técnica de cuidar uno de los principales pulmones verdes de Zaragoza. No como reproche personal, sino como llamada a corregir una deriva.

Frente a la tentación del enfrentamiento, Legado Expo Zaragoza insiste en una posición constructiva. Ofrece colaboración, datos, conocimiento del territorio y capacidad de movilización social. Reclama, eso sí, algo básico en una democracia urbana madura: ser escuchada. Pese a reiteradas solicitudes, la asociación lamenta no haber sido recibida por los responsables municipales para exponer sus propuestas. Una ausencia de diálogo que contrasta con la urgencia del problema.

Porque el debate de fondo no es solo cuántos árboles faltan, sino qué modelo de ciudad se quiere construir. ¿Una Zaragoza resignada a convivir con la isla de calor urbana como un peaje inevitable? ¿O una Zaragoza que apueste decididamente por convertirse en un bosque urbano, un oasis fluvial en el valle del Ebro, donde la sombra sea un derecho cotidiano y no un privilegio ocasional?

La idea de “ciudad-bosque” que defiende Legado Expo no es una quimera. Está respaldada por la literatura científica, por experiencias europeas y por el simple sentido común climático. Más árboles significan menos temperatura, mejor calidad del aire, más bienestar psicológico y mayor resiliencia frente al cambio climático. En una ciudad como Zaragoza, además, son una cuestión de justicia ambiental: los barrios con menos verde son también los más vulnerables al calor extremo.

El plano de los árboles desaparecidos del Parque del Agua debería entenderse, por tanto, no como una acusación, sino como una herramienta. Un punto de partida para planificar reposiciones, reforzar el mantenimiento y garantizar que las inversiones verdes no se diluyan con el paso del tiempo. Porque plantar un árbol y olvidarlo no es política ambiental: es propaganda.

Zaragoza aún está a tiempo de corregir el rumbo. Pero el reloj climático no se detiene y la sombra no se improvisa. Hace falta voluntad política, planificación técnica y colaboración ciudadana. Eso es, exactamente, lo que ofrece Legado Expo Zaragoza.

No piden imposibles. Piden árboles. Y en una ciudad que se enfrenta a veranos cada vez más largos y duros, pedir árboles es, sencillamente, pedir futuro.