Lara Cotera.
Cuenta una historia que Platón, que era un joven avispado y lleno de inquietudes, observaba al maestro Sócrates sin entender por qué nunca daba respuestas demasiado concretas a sus alumnos. Normalmente, contestaba a cada pregunta de sus pupilos con otra pregunta, a pesar de ser considerado el más sabio de todos los que le habían precedido.
Sócrates, que ya peinaba canas, se sentó un día con Platón y le explicó que formular las preguntas oportunas le ayudaría mucho más en su viaje hacia la sabiduría que repetir las respuestas de otros. Y que sólo intentando entender qué motivaciones estaban detrás de las personas con las que se cruzaba lograría avanzar.
Después, Platón empezó un viaje que duró varios años y que le llevó a la guerra, donde sirvió como hoplita, en la infantería pesada. Al volver, era otro. Y lo demás es historia.
Ha llovido mucho desde entonces y sería razonable pensar que formamos parte de una sociedad mucho más libre que aquella y de las que la sucedieron. Pero ser libre es hoy el camino más fácil hacia el revolcón social y profesional. No serlo también tiene sus consecuencias, pero éstas se parecen más al moho que parasita una pared: escondido de puertas para dentro para evitar el escarnio público, porque nunca estuvo tan vigente aquello de que los trapos sucios se lavan en casa.
La libertad -de palabra, acto u omisión-, se castiga con la purga demasiadas veces en un mundo con tantas posibilidades de elegir como de terminar esclavizados. Nuestros círculos suelen ser cada vez más endogámicos, a pesar del algoritmo -o quizás gracias a él-; y el criterio ajeno suele convertirse en un enemigo. Siempre lo es cuando lo que predomina es el proyecto personalista y el liderazgo narcisista.
Nunca antes se trató con menos dignidad a los vencidos ni se asumió la victoria con tan poca humildad. Algunos lo llaman polarización, y esconde el fracaso del diálogo y de lo único que nos mantiene cuerdos: la capacidad de involucrarnos con la vida, de dudar y de tratar de entender aquello que Sócrates buscaba sin descanso: qué nos mueve, a nosotros y a los demás.
La polarización no sólo se limita a la política: se cuela en los medios que consumimos, en las redes donde opinamos, en las aulas, en el trabajo e incluso en las conversaciones más íntimas. Todo se ha vuelto un campo de batalla: la duda se castiga con saña, y las discrepancias activan nuestras trincheras en vez de abrir nuestras mentes.
Byung-Chul Han, reciente ganador del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, explica bien por qué andamos con ese peso en los pulmones cuando se supone que deberíamos ser más libres que nunca.
"Perdemos toda empatía, toda atención hacia el prójimo. Los arrebatos de autenticidad y creatividad nos hacen creer que gozamos de una libertad individual cada vez mayor. Sin embargo, al mismo tiempo, sentimos difusamente que, en realidad, no somos libres, sino que, más bien, nos arrastramos de una adicción a otra, de una dependencia a otra. Nos invade una sensación de vacío. El legado del liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo".
Su línea de pensamiento como filósofo cuestiona una sociedad enfocada en el rendimiento, la auto-explotación y la autoexigencia. Y todo esto nos conduce al agotamiento masivo, la depresión y otros trastornos neuronales. Él lo ha llamado la sociedad del cansancio.
Tal vez la capacidad de tenerlo todo, e incluso de conseguirlo cada vez más rápido, no tenga que ver nada con la libertad y sólo nos haga más esclavos y más tristes. Tal vez entender que no podremos tener algunas cosas, que otras saldrán mal y que nuestro valor tiene poco que ver con nuestra productividad nos ayude a aliviar el enorme cansancio que arrastramos. Tal vez la solución esté en mirar más hacia dentro y hacia los otros, y dejar de enfocarnos en las metas que ni siquiera sabemos si deseamos.
De eso habla también Rosalía en su nuevo disco: de desear menos de lo que no nos llena y de hacer renuncias. De contarse la verdad y ser capaz de ser libres, al margen de lo que los demás esperan o de lo que fuimos. De respetar la vida de los otros y de tratar de entender a los demás. Y de declarar la guerra al narcisismo y al individualismo en el que vivimos tan solos.
Aunque caigan piedras.