A todos nos gusta que triunfe el amor. Que pierdan los malos y sople el viento a favor, aunque haya que esperar, como dice la canción. Tal vez por eso nos gusta ver a Pamela Anderson y a Liam Neeson enamorados, desafiando la dictadura de la edad en unos cuerpos que siguen sirviendo para lo importante, que es vivir y volver a empezar.
Hay mucho de belleza en un posado añoso e inesperado, tal vez porque nos encanta que las cosas parezcan seguir un orden y que les vaya bien a quienes presuponemos que debería irles bien; aunque no sepamos nada de los otros y a veces sólo proyectemos en ellos nuestros propios deseos.
De hecho, la belleza está en casi todo cuando dejamos que la vida suceda, y nadie es inmune a sus efectos. Hay quienes la relacionan con la actitud, con la esencia o con los recuerdos que despierta en nosotros. Hay belleza en el orden y belleza en el caos; en un bebé que sonríe y en el anciano que lo sostiene; y también en una sonrisa y en un llanto desconsolado. Hay mucha belleza, también, en el amor; y un poco en el olvido si libera del sufrimiento.
Pamela Anderson suele decir que la belleza reside en la libertad de ser uno mismo. Y, aunque suene a libro de autoayuda, creo que tiene razón. Ella hace activismo renunciando al maquillaje y eso nos seduce por dos motivos. El primero, la coherencia. El segundo, la atracción que ejercen sobre los demás quienes son capaces de mostrarse como son y no sólo de adaptarse al molde, aun cuando esto tenga sus riesgos.
Por eso, y aunque yo quería escribir de algo tan frívolo y estacional como los amores de verano de tercera generación, es imposible hablar de Pamela y de su historia de amor versión Hollywood como algo del montón después haber visto el documental sobre su vida. Sobre todo, si ella es noticia por una relación sentimental.
El documental se estrenó hace un par de años para responder, indirectamente, al estreno de una ficción basada en la historia de la actriz y su ex marido. Sus productores fueron sus hijos, que también aparecen en algunos momentos de la película. En menos de dos horas, uno descubre una vida marcada por la violencia, los abusos sexuales y el carácter de una mujer capaz de contar con total sinceridad que posar para Penthouse fue una liberación y que ha vivido sin pensar en las consecuencias en muchas más ocasiones de las que parece razonable.
Pamela, enfundada en una bata de casa y alejada de su imagen de icono sexual, cuenta cómo fue violada al menos dos veces: una en su adolescencia y otra cuando se difundieron masivamente los vídeos sexuales que había grabado con su marido, Tommy Lee. Haciendo un repaso desde su infancia y utilizando las referencias de los diarios que nunca ha dejado de escribir, explica cómo hizo frente a un robo y asalto a su privacidad, a la filtración de las imágenes eróticas con Lee a escala mundial y a un juicio social masivo sobre su sexualidad.
Haber posado desnuda o interpretar a una vigilante de la playa demasiado dotada anularon su posibilidad de recibir empatía o consuelo y acabaron con su carrera durante décadas.
No sé cómo se sale de eso, tal vez sólo se sobrevive. En el documental, Anderson confiesa que nunca ha podido ver esos vídeos, y que tanto cuando la violaron como cuando airearon su intimidad ante millones de personas, no llegó a considerarse una víctima porque se sentía demasiado culpable ante la expectativa de que alguien supiera que la habían agredido o de que pudiera filtrarse algo más a la prensa.
Esta misma angustia era, paradójicamente, la que sentían sus hijos: “¿Por qué hicisteis ese vídeo, mamá?”, le preguntaba uno de ellos al volver del colegio. Ahora, ya adultos, reconocen que les aterraba que pudieran salir más cosas sobre su familia y tener que someterse, de nuevo, a un juicio global ausente de toda humanidad.
Dice Pamela que para algunas situaciones solo hay dos remedios. En nuestro idioma, ambos remedios tienen misma raíz etimológica: el amor y la amargura. Y que ella sigue decidiendo amar, aun cuando es la opción que más valentía requiere. Que convirtió el odio de algunos hombres en la razón para elegir sus batallas; y transformó el escaparate del escarnio público en un poderoso púlpito para el activismo a favor de un mundo menos cruel con los animales. Que el dolor es siempre el catalizador para encontrar una mejor versión, y que sólo desde la vulnerabilidad nace lo más parecido a un ser humano invencible.
Por eso, y por mucho más, esto no podía ser sólo una columna sobre un amor de verano (o no) entre Pamela Anderson y Liam Neeson.