Hace tiempo que me viene a la cabeza esa canción de Presuntos Implicados que escuchaba cuando era un niño: “¡Ah! ¡Cómo hemos cambiado…!” Y la recuerdo con tristeza porque pienso en el peligroso giro que ha dado el panorama político de nuestro país en los últimos años.

Recuerdo las elecciones generales de abril de 2019, en las que todavía no se vislumbraba la polarización que hoy vivimos. Fue entonces cuando Ciudadanos, la opción de centro, almacenó en sus arcas 1.650.318 votos y consiguió 57 escaños en el Congreso de los Diputados, logrando ser la tercera fuerza política más votada. Perdimos entonces una oportunidad histórica para tener un Gobierno de centro y moderado.

El centro político en nuestro país se ha ido constriñendo hasta desaparecer, aplastado por el radicalismo y los extremos políticos que están haciendo irrespirable el ambiente y han convertido a España en un país ingobernable.

Resulta imposible entender todos los intereses políticos encontrados que sirven de apoyo al Gobierno de España: Sumar, ERC, Junts, PNV, Bildu… Una amalgama de formaciones con ideologías variopintas y con proyectos políticos absolutamente enfrentados que sostienen a un Ejecutivo socialista que cada vez tiene más difícil explicar a los ciudadanos qué es lo que está haciendo para mejorar su vida.

¡Cómo hemos cambiado! ¿Qué hemos hecho mal como sociedad? ¿Qué hemos hecho mal como políticos para que los ciudadanos tengan que recurrir a un voto radical y de odio? Esta opción extrema solo busca arrinconar, apartar y expulsar de nuestro país a una parte de nuestra sociedad. Al más puro estilo Cristóbal Colón, quieren pisotear cualquier tipo de cultura que no sea la suya.

Tenemos que reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí, con gobiernos en los que lo más importante es hacer declaraciones que no sirven para nada. Gobiernos que no cambian las cosas, no mejoran los servicios públicos y la atención a los ciudadanos de nuestro país.

Nos dirigimos, a velocidad vertiginosa, a una polarización que está empoderando a la derecha autoritaria, no la de las últimas décadas. Esa derecha que no cree ni en nada ni en nadie, que no respeta nada ni a nadie, solo su propia opinión. Esos proyectos políticos no se basan en lo económico, en lo social, en los servicios, en lo público o en lo privado, solo se fundamentan en el odio al contrario, en el enfrentamiento y en el ataque directo; su proyecto político no tiene nada que ver con un proyecto de país, con un proyecto de la Unión Europea, con un proyecto de planeta. Sus planes solo miran intereses personales, egoístas y egocéntricos en los que el actor principal siempre es el mismo, el que se cree mejor que los demás.

Me da pena decir que España no va por buen camino. Porque frente a la opción que describía anteriormente hay una izquierda absolutamente destrozada que no sabe cuáles son su lugar y su rumbo. Esta izquierda está formada por pequeños partidos políticos que son una amalgama de trocitos rotos, como si fueran de un jarrón chino, que se han ido pegando unos a otros tras su fragmentación y que hoy dicen una cosa y mañana justo la contraria. Esa izquierda, que fue capaz de protagonizar un momento determinado de la historia de nuestra democracia, ahora ha desaparecido y lo ha hecho traicionando y demoliendo sus propios cimientos.

El autoritarismo político, la izquierda radical, los movimientos que solo buscan destruir al que tienen enfrente han hecho desaparecer el centro político en nuestro país, esa opción política que es la única capaz de construir un país próspero en el que todos quepamos. Es la única alternativa al radicalismo y a esa locura colectiva que hoy se ha adueñado de la política.

Es momento de parar y reflexionar. Ojalá en unos años podamos volver a decir cómo hemos cambiado, pero esta vez para bien.