El otro día, cuando se fue la luz en España, muchos pensaron: "Bueno, será un rato". Pero no fue solo eso. Fue la sensación de parálisis, de vulnerabilidad, de desconexión total… y no solo eléctrica. Como administradora de fincas colegiada, estoy acostumbrada a lidiar con lo inesperado. Pero aquello fue distinto. Fue como si nos hubieran quitado de golpe la herramienta más poderosa de nuestra era: la comunicación.
Porque sí, se fue la luz, pero también se fueron los teléfonos móviles, internet, y con ello, la capacidad de respuesta. No podíamos llamar ni recibir llamadas, los mensajes no salían, los portales estaban cerrados y los timbres no funcionaban. Y lo más angustioso: hubo personas atrapadas en ascensores que no podían avisar de su situación.
Es comprensible que, sin luz, los ascensores no funcionen. Lo que no debería fallar es el sistema de emergencia que permite pedir ayuda desde el interior y conectarse con la central de alarmas del mantenedor. Pero, claro, si tampoco hay red de teléfono... ese canal se convierte en un bonito adorno luminoso que no lleva a ninguna parte. En muchas comunidades, especialmente las que no cuentan con portero o conserje, los vecinos quedaron completamente desamparados. Encerrados, sin información, sin poder pedir auxilio, sin saber cuánto tiempo estarían así.
En otras comunidades, la situación fue más llevadera. El conserje actuó como lo que es en muchas ocasiones: un auténtico ángel de la guarda. Informó, ayudó, calmó, buscó soluciones improvisadas. Pero ¿y las fincas donde no hay nadie que haga esa labor? En algunos casos, los vecinos pasaron horas atrapados hasta que se restableció el suministro.
A esto se sumaron las bombas de agua que dejaron de funcionar. Muchas comunidades se quedaron sin suministro de agua potable. Y aunque fue algo pasajero, fue suficiente para recordarnos lo frágil que es el equilibrio de lo cotidiano. Las calderas se pararon también, pero eso, por fortuna, fue lo menos grave: con el calor que ya hace en muchas ciudades, pocas calefacciones seguían encendidas.
Como administradora, la impotencia fue indescriptible. Siempre digo, medio en broma medio en serio, que con un teléfono puedo gestionar cualquier incidencia, esté donde esté. Porque los administradores de fincas colegiados sabemos reaccionar, coordinar, buscar soluciones. Pero ese día no pude hacer nada. Literalmente, nada. No podía contactar con mis comunidades, no podía llamar a técnicos, ni saber si había personas mayores que no habían podido subir a su vivienda, si alguien estaba encerrado, si la domótica funcionaba, si las puertas de garaje estaban abiertas o cerradas, si alguien necesitaba algo. El teléfono era un ladrillo brillante en el bolsillo.
Al final, decidí ir a ver a mi madre. No podía hacer mucho más y necesitaba asegurarme de que estaba bien. Me fui con el corazón encogido y con una frustración que pocas veces he sentido. En el camino, me crucé con un grupo de chavales jugando a las cartas en un banco. Sí, jugando a las cartas. Sin móviles, sin pantallas. Reían, bromeaban. Los niños jugaban en la calle, sin tablets, sin consolas. Fue como una escena de otra época. Y, de repente, me descubrí sonriendo.
Porque cuando se apagó la luz, también se apagaron las prisas, las notificaciones, los chats de grupo. Levantamos la mirada de la pantalla y nos miramos a la cara. España se detuvo durante unas horas, sí, pero también se detuvo para ver.
Lo urgente, lo grave, se resolvió con más lentitud de la deseada, pero sin consecuencias trágicas, afortunadamente. Las comunidades han vuelto a la normalidad y ahora nos queda el aprendizaje. Quizá deberíamos revisar los sistemas de comunicación de emergencia en los ascensores, valorar tener un plan alternativo cuando la tecnología nos falla. Y, sobre todo, quizá deberíamos volver a mirar más a menudo a quien tenemos al lado.
Por cierto, si tenías una radio a pilas, fuiste el rey del barrio ese día. Y si eras el conserje, el héroe. Lo que está claro es que esta experiencia, que pudo ser una catástrofe y fue una lección, nos ha recordado que sin luz... vemos otras cosas. Y que a veces, en medio del apagón, es cuando más claro se ve lo importante.
Beatriz González Bosque, miembro de la Junta de Gobierno del Colegio de Administradores de Fincas de Aragón.*