El pasado 28 de abril España se apagó literalmente. Miles de empresas se vieron afectadas por una interrupción masiva que paralizó operaciones, dejó inservibles sistemas y generó pérdidas incalculables. No sabemos si fue un ciberataque, pero el resultado fue el mismo: caos, parálisis y una exposición dramática de nuestras debilidades tecnológicas. Este incidente ha sido una señal de alarma más —tal vez la más clara en mucho tiempo— sobre la fragilidad de nuestras infraestructuras digitales y la urgencia de adoptar una estrategia real de ciberresiliencia.

En un momento de máxima incertidumbre geopolítica, económica y tecnológica, el incidente ha puesto sobre la mesa una verdad incómoda: muchas empresas aún están jugando con fuego. Y lo hacen por una razón muy concreta: siguen viendo la ciberseguridad como un gasto, no como una inversión. Como un mal necesario, no como un escudo imprescindible para garantizar su supervivencia.

Los ciberataques no son una amenaza futura, son una realidad muy presente. Cada día se registran miles de intentos de acceso no autorizado, secuestros de datos, fraudes internos y externos, suplantaciones de identidad y sabotajes digitales. Ninguna empresa —ni grande ni pequeña— está a salvo. Y sin embargo, muchas continúan con planes de contingencia mínimos, obsoletos o inexistentes.

El eslabón más débil

El problema no es solo técnico, es esencialmente cultural, donde las personas son el eslabón más débil. Se toman decisiones estratégicas que afectan al negocio, pero se relega la ciberseguridad a una cuestión táctica. Se invierte en ventas, en talento… pero no se blinda el núcleo que lo sostiene todo: la infraestructura digital que permite que una empresa funcione.

La ciberresiliencia no es solo prevención. Es anticipación, respuesta rápida y capacidad de recuperación. Es la diferencia entre cerrar una jornada con normalidad o verse obligado a detener toda la operativa durante horas —o días—. Es también reputación, confianza y continuidad de negocio.

Invertir en ciberresiliencia significa construir una empresa preparada para lo imprevisto. Significa disponer de sistemas redundantes, backups seguros, protocolos de actuación claros y un equipo formado para actuar en momentos críticos. Significa poder levantarse rápido después del golpe, o incluso evitarlo.

Cada euro invertido en ciberseguridad se traduce en horas de tranquilidad operativa, en datos protegidos, en clientes fidelizados y en decisiones respaldadas por información veraz. Pero, sobre todo, se traduce en la capacidad de no detener el negocio cuando todo a tu alrededor colapsa.

La reacción más peligrosa que puede tener un directivo ante estos riesgos es la negación. “Nunca nos ha pasado nada”, “nuestro sector no es objetivo”, “no tenemos información sensible”... Argumentos que se repiten como mantras y que carecen de fundamento real.

Un ataque puede bloquearte

El error está en pensar que un ataque informático solo tiene como objetivo robar dinero o datos confidenciales. Hoy en día, un ataque puede simplemente bloquearte. Hacer que no puedas facturar, que no puedas comunicarte, que no puedas operar. Y en un mundo tan digitalizado como el actual, eso es sinónimo de pérdidas inmediatas y, en algunos casos, de daños irreparables.

El apagón del 28 de abril ha sido una especie de simulacro real. Un ensayo forzado de lo que ocurre cuando todo depende de lo digital y no hay un plan B. Quien no lo aproveche para reflexionar y actuar, está perdiendo una oportunidad valiosa. O lo que es peor: está asumiendo riesgos que ni siquiera comprende del todo.

No se trata de tener “un plan de recuperación”. Se trata de tener una estrategia transversal que contemple todos los escenarios posibles. Y esto empieza por involucrar a los equipos directivos, a los comités de dirección, a los consejos de administración. La ciberresiliencia no es un asunto del departamento de IT. Es una prioridad del negocio.

Los planes de continuidad deben revisarse cada año. Deben contemplar desde interrupciones tecnológicas hasta ataques maliciosos, errores humanos o fallos de terceros. Y deben ir acompañados de simulacros, auditorías y cultura interna de prevención. Porque si el equipo no sabe cómo actuar, da igual cuántos protocolos haya escritos en un documento.

Es momento de cambiar la narrativa. De dejar de hablar de ciberseguridad como algo técnico, complejo o caro. Y empezar a hablar de oportunidad estratégica. De diferenciación competitiva. De ventaja operativa. Porque las empresas que son resilientes no solo sobreviven mejor a las crisis. También crecen mejor, porque una empresa ciberresiliente inspira confianza. Está mejor preparada para cumplir normativas, para pasar auditorías, para abrir nuevos mercados y para asociarse con grandes clientes. Tiene más margen para innovar, para escalar y para atraer talento. Porque transmite algo clave en estos tiempos: estabilidad y responsabilidad.

A quienes toman decisiones estratégicas, les quiero mandar un mensaje directo: no es sostenible seguir postergando la inversión en ciberresiliencia. Cada día que pasa sin actuar es un día que se deja abierta la puerta al desastre. No se trata de sembrar el miedo, sino de sembrar conciencia. Lo que está en juego no es un servidor o un archivo, sino la continuidad del negocio, la reputación de la marca y la confianza de los clientes y esto se protege con inversión y compromiso.

Conclusión: actuar antes de que sea tarde

El gran apagón de abril ha puesto a prueba nuestra dependencia digital. Pero también nos ha ofrecido una lección: los imprevistos no avisan, pero sí dejan huella. Solo quienes se preparan de forma real y profunda podrán resistir el próximo embate. Porque no es cuestión de si ocurrirá, sino de cuándo. Y cuando llegue, más vale estar preparado.

Félix Gil
Presidente del clúster de empresas de tecnología de Aragón, Tecnara
CEO de Integra Tecnología