El apagón masivo que el lunes pasado dejó a gran parte de España sin electricidad ha puesto de manifiesto algunas de nuestras debilidades como país y como sociedad. En estos días se está debatiendo mucho sobre cuestiones de emergencias y de seguridad del sistema eléctrico que, sin duda, son críticas. Pero poco se habla, como se dice ahora, de cómo este acontecimiento está poniendo en evidencia el hecho de que nuestra sociedad se hace constantemente preguntas equivocadas que le impiden avanzar o que se lo ponen muy difícil.
Ante cualquier reto, formular preguntas adecuadas es esencial para abordar los problemas reales y encontrar soluciones efectivas. El método científico es un buen ejemplo de ello. Los investigadores dedican mucho tiempo y esfuerzo para determinar bien las preguntas porque definen el problema, guían la exploración y proporcionan un marco para la obtención de resultados. Una pregunta bien formulada permite delimitar el enfoque de la investigación, justifica su necesidad, orienta la formulación de objetivos y métodos, y facilita la interpretación de los resultados.
En un entorno político, formular las preguntas adecuadas puede facilitar el diálogo y la colaboración entre diferentes actores. Preguntas como "¿Qué opinan los expertos sobre esta cuestión?" o "¿Cómo podemos trabajar juntos para resolver este problema?" abren la puerta a la participación de diversos grupos y perspectivas. Este diálogo es esencial para formular políticas inclusivas que reflejen las necesidades y deseos de toda la sociedad.
Sin embargo, nuestra sociedad no utiliza este sistema, pues ante cualquier contratiempo se impone el componente emocional sobre el racional. Así, algunos grupos de interés intentan aprovechar las situaciones de crisis para imponer sus propias preguntas, siempre tramposas, que dan respuesta a sus propios problemas, pero no a los de los ciudadanos.
Estos grupos de presión no buscan mejorar los sistemas de emergencias, la robustez del sistema eléctrico, la prevención de los incendios forestales o la protección de la población ante las inundaciones, por poner unos ejemplos. Algunos buscan beneficios particulares fáciles de identificar si se sigue la pista del dinero. Otros, los más peligrosos porque son menos evidentes, tratan de imponer un marco de debate público que les beneficie, lo que supone desviar la atención hacia cuestiones no esenciales. Por el contrario, una elección correcta de las preguntas fortalece la confianza pública y asegura que los recursos se utilicen de manera eficiente y efectiva.
Se impone la estrategia particular frente al beneficio común a medio y largo plazo. Las preguntas emocionales prevalecen sobre las racionales y constructivas.
En el caso del apagón, el debate sobre la energía nuclear eclipsa la investigación sobre las causas del fallo. De manera similar, en el debate sobre los aranceles de Estados Unidos, la prolongación de la vida de las centrales nucleares ha sido introducida de manera que desvía el foco de las medidas necesarias para proteger la economía.
Deberíamos estar centrados en conocer las causas del apagón, desarrollar medidas para prevenir incidentes similares y elaborar estrategias colectivas para fortalecernos frente a posibles adversidades. Y aclarado todo, presentar la factura a quien corresponda.
Pero se reaviva de forma absurda y torticera un debate superado sobre la energía nuclear, se aprovecha para erosionar como sea al rival político y, de paso, se enrarece y complica todavía un poquito más la convivencia.
No es el apagón. Los aranceles, la guerra de Ucrania, los fenómenos migratorios, la delicada situación de la sanidad pública, la proliferación de universidades privadas… El tacticismo vence una vez tras otra, se imponen los enfoques emocionales y gastamos nuestro tiempo y nuestras energías en las cuestiones más insignificantes. Y mientras, gana terreno la desconfianza y la polarización.