Hace unos días vi 'El 47', una película basada en los problemas de los inmigrantes a su
llegada a Barcelona; concretamente, los que se ubicaron en “Torre Baró”, en los años
50 y 60.

Confieso que me ha traído muchos recuerdos, pues cuando empecé a estudiar en
Barcelona, a principios de los 70, tuvimos que hacer algunos trabajos sobre estos
barrios periféricos (marginales se les llamaba entonces) encargados por los
profesores de la escuela de arquitectura.

Teníamos que entender su formación y plantear posibilidades de urbanización; una sola calle completa, con todos los servicios urbanísticos, o solamente algún servicio repartido entre todas las calles.

Evidentemente, no había solución buena; se trataba de conocer la realidad y las
posibilidades de mejorar los barrios.

Todo en la película es muy real.

Pasado lo peor de la posguerra (los años 40), el año 1956 se aprueba la primera ley del suelo. Se pretendía regular las facultades dominicales sobre los terrenos según su
calificación urbanística, para constituir un estatuto jurídico del suelo. Nunca se
desarrolló a través de reglamentos, por lo que no se aplicó. Hacía falta construir
muchas viviendas lo más deprisa posible, y no era imaginable plantear una
urbanización completa ni los necesarios equipamientos.

En ciudades grandes seedificaban “polígonos” de viviendas, en los que únicamente se construían las viviendas. Algunas ciudades se declararon “polos de desarrollo”, favoreciendo su industrialización. Eso supuso unos movimientos migratorios enormes del campo a las ciudades.

Volviendo al comienzo de la película, en aquella época, efectivamente, si la “casa”
estaba “techada” al amanecer, ya no se podía derribar, lo que favoreció que los
inmigrantes se unieran para, entre todos, techar cada día una para una familia antes
del amanecer.

Aquí en Zaragoza, el origen de Valdefierro fue una parcelación de un monte que
ocuparon, mayoritariamente, inmigrantes extremeños. Aún quedan propietarios que
tienen el contrato de compraventa (sin elevar a escritura pública), en el que adquieren
una parcela y la parte proporcional de calle del frente de la misma hasta el eje.

Por supuesto, no había transporte público ni servicios urbanísticos y los que había eran
muy precarios. Poco a poco, los ayuntamientos fueron mejorando las condiciones de las “urbanizaciones” para hacerlas más habitables; al fin y al cabo, son parte de las ciudades y lo seguirán siendo en el futuro, por lo que fueron apareciendo calles urbanizadas, aceras, farolas, y todos los servicios urbanísticos, poco a poco.

Es curioso que hoy el Ayuntamiento tiene en Valdefierro un grave problema con las tuberías de agua y vertido, porque en muchos casos pasan por las partes de las calles que aún son privadas, impidiendo un mantenimiento adecuado, que algún día deberá resolverse.

Hasta 1975 no se aprueba una nueva ley del suelo que se desarrolla reglamentariamente los años posteriores, llegando, también poco a poco, el urbanismo que hoy conocemos. Pero hay que recordar que en aquellos años anteriores, al plantear una nueva calle, si tu parcela era calzada, se expropiaba el terreno por poco dinero; y si te tocaba solar edificable te ponían en casa. Era lo que se llamaba la “lotería del planeamiento”.

También existían las denominadas “actuaciones aisladas”, en las que un promotor
edificaba en una parcela (normalmente sin relación con la ciudad existente, es decir,
aislada), como por ejemplo Kasan en Zaragoza, que ahora cumple 50 años y que por
cierto edificó bastantes más alturas de las que le autorizaba la licencia. Un edificio en
medio de la nada que, por lo menos, tuvo la previsión de construir un sótano para
guardar coches, lo que no sería obligatorio hasta 1974, con la aprobación de las
ordenanzas de edificación de Zaragoza.

También había “edificios singulares” más altos que el resto, sin conocer los motivos que los permitían. El edificio Torresol, en la avenida de Valencia y el que hay entre Cesáreo Alierta y la avenida de San José, por ejemplo, en Zaragoza.

También en los años 70, el gobierno desarrolló “actuaciones urbanísticas urgentes” en
ciudades como Zaragoza, en el Arrabal, que de urgente no tuvo nada si vemos lo que
se tardó en urbanizar (se llamaba Rey Fernando). Se expropiaron alrededor de 600
hectáreas en terreno inundable al otro lado del Ebro y se urbanizó el “Actur”, nombre
con el que se quedó para paliar el problema de la vivienda en aquellos años.

Desde la Ley del Suelo de 1976, el legislador quiso que la ciudad, al crecer, creciera
bien, planificando, urbanizando y edificando por este orden, con todos los terrenos necesarios para equipamientos y distribución equitativa de costes y beneficios para todos los dueños de los terrenos, de manera que ya no existía la lotería del
planeamiento.

Pero hoy parece, por el contrario, que lo que exige la ley ya no es tan necesario y
vemos cómo suelos destinados a dotaciones o equipamientos, pueden cambiar de
destino y ser edificados para usos residenciales. En fin, el famoso péndulo.

Bueno, vuelvo al principio, la película me ha traído muchísimos recuerdos, me ha
hecho retroceder en el tiempo, a los años 60 y parte de los 70, en los que las ciudades
y el urbanismo eran distintos y que, por cierto, dieron lugar a movimientos sociales
urbanos potentes, hoy casi inexistentes.