La calle de los Estébanes, en el Tubo de Zaragoza, en obras.

La calle de los Estébanes, en el Tubo de Zaragoza, en obras. E.E Zaragoza

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La zona de tapas más famosa de Zaragoza lucha contra el tiempo: derrumbes, simas y un deterioro que va a más

Según los expertos, aproximadamente, se deberían revisar y rehabilitar "un tercio" de los edificios de El Tubo.

Más información: Miguel Almau, dueño de un histórico bar afectado por el desprendimiento en el Tubo: "Serán miles de euros perdidos"

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Nadie es ajeno al paso del tiempo, y mucho menos si hablamos de edificios y calles que se remontan al siglo XIX como las de El Tubo, la zona de tapeo más famosa de Zaragoza.

Lo primero que preguntan quienes visitan por primera vez la ciudad es dónde está la basílica del Pilar. "Y lo segundo, dónde está El Tubo", cuentan orgullosos los hosteleros de la capital, que han logrado convertir sus calles en un auténtico referente gastronómico capaz de competir de 'tú a tú' con la afamada calle del Laurel de Logroño.

Pero si al paso de los años se le suma el olvido y una evidente falta de mantenimiento, el resultado es la aparición de grietas, simas, o incluso derrumbes como el que hace unos días se vivió en esta popular zona.

Fue el último día de octubre, noche de Halloween y víspera de Todos los Santos -una de las fechas marcadas en rojo por el ocio nocturno-, cuando la fachada trasera del edificio situado en el número 12-14 de la calle de los Estébanes se desprendió sobre la terraza de la calle de la Libertad y volvió a sacar a la luz sus achaques.

Como consecuencia, se cortó parcialmente el acceso, lo que provocó el cierre de otras cuatro terrazas y de la popular discoteca Kenbo, que tuvo que devolver todas las entradas vendidas para ese fin de semana, uno de los más importantes del año.

No será hasta dentro de un mes, según han calculado los técnicos municipales, cuando los locales puedan volver a trabajar al completo, una vez se haya conseguido apuntalar la fachada.

Otra vez aquí el tiempo vuelve a cobrar protagonismo. Los comercios miran el calendario con la esperanza de que los trabajos no se demoren mucho más porque, cada día que pasa, las pérdidas se acumulan en una cuenta que ya es de "miles de euros".

La palabra ERTE ha vuelto a colarse en establecimientos de El Tubo a pocas semanas de que empiece la tan esperada campaña de Navidad. Lo que parecía un mal recuerdo de los tiempos de la pandemia ha vuelto a la primera plana sin previo aviso. "No podemos mantener a toda la plantilla cuando tenemos el local con un aforo del 10%", señala Hermógenes Carazo, dueño de La casa de las Migas y de otros dos locales más en la zona.

La valla que corta el acceso por obras en la calle Estébanes.

La valla que corta el acceso por obras en la calle Estébanes. E.E Zaragoza

La mala suerte, asegura, "le persigue". Hace 14 meses El Tubo sufrió otro revés, con la aparición de una sima en la calle de la Libertad. Una tubería que abastecía a los edificios y las viviendas de la zona reventó justo en la finca donde vive este hostelero.

No solo eso. El siniestro "o como lo quieran llamar" afectó también a otro de sus locales (además de a otros tantos en la zona). "Llevo desde entonces en 'stand-by'. Tuve que despedir a tres empleados, el local sigue cerrado y, por cuestiones burocráticas, los trabajos de rehabilitación están parados", cuenta.

Pese a todo, el empresario asume la situación con "filosofía" y "calma": "Confío en que las instituciones están poniendo todo de su parte para solucionar el problema lo antes posible".

Su bar, La casa de las Migas, lleva abierto desde 2014. Justo enfrente, Casa Almau está a punto de cumplir 156 años de historia. Tal y como lo cuenta el dueño, Miguel Ángel Almau, el local ha vivido ya "una Guerra Civil, una posguerra, la casi desaparición del Tubo, una pandemia, dos o tres incendios y, ahora, un derrumbe".

Y, pese a todo, el establecimiento "sigue aquí", con experiencia de sobra ante este tipo de situaciones.

Haciendo números, Almau es consciente de que van a tener que dar vacaciones a parte del personal. "Nos han quitado las mesas de la terraza y el lateral de la calle, donde teníamos veladores. Eso es, por lo menos, un 50% de nuestra facturación", estima.

Lo mismo en Casa Buisan, al otro lado de la calle, desde donde confirman que ya han tenido que despedir a un trabajador y no descartan "tener que llegar a más".

El Tubo de Zaragoza, antes de 1960.

El Tubo de Zaragoza, antes de 1960. E.E Zaragoza

"La preocupación es, sobre todo, por el alcance de la situación. Tanto en tiempo como en la afección que pueda tener para la clientela", asegura Luis Femia, gerente de la Asociación de Empresarios de Cafés y Bares de Zaragoza y Provincia. Algo que confirma el propio Carazo al señalar que "la gente tiene miedo a venir a los bares afectados por el derrumbe". "Aunque en el interior no haya peligro. A partir del cruce entre Libertad y Estébanes no entra nadie", incide.

Afrontándolo con humor, pese al agujero económico al que tendrá que hacer frente, el empresario asegura que "la culpa" es de "la valla tan ostentosa que han puesto los técnicos para cortar la calle. "Parece mucho más de lo que es", dice resignado.

Eso sí, confirma que "hay trabajo por hacer en el Tubo". Empezando por la rehabilitación de los edificios que podrían provocar otra situación como esta y que se acometa “de una vez” la plaza de la calle de los Estébanes.

"Es muy necesario, daría más amplitud a la calle y permitiría el paso a ambulancias y otro tipo de vehículos que ahora no pueden acceder", asegura.

En cuanto a la rehabilitación de edificios, el Ayuntamiento ya ha anunciado que, una vez finalizadas las actuaciones de mejora en las infraestructuras de Zamoray-Pignatelli, otra de las zonas más degradadas de la ciudad, el siguiente paso será esta zona del Casco Antiguo. Según señala el historiador Jesús Martínez, el trabajo debería abarcar aproximadamente "un tercio" de los edificios de El Tubo.

La degradación

Pese a lo que pueda parecer, el historiador asegura que este no es ni de lejos el peor momento de esta histórica zona de Zaragoza. "En 1960, El Tubo se degradó mucho. En aquellos años había sobre la mesa un proyecto municipal que buscaba prolongar el paseo de la Independencia hasta la plaza del Pilar, arrasando el Casco Histórico a su paso", cuenta.

Se trataba de una de las obras más importantes de Zaragoza, "lo hubiera cambiado todo tal y como lo conocemos". Dado el calibre de los trabajos, se creó "todo un debate ciudadano". Muchos eran los que defendían que derribar esta zona histórica "sería una barbaridad".

Todo señalaba a que se iba a llevar a cabo, "por lo que los propietarios de los edificios dejaron de invertir en ellos". Se cerraron la mayoría de los locales y "de más de 90 establecimientos solo continuaron dos".

"La gente tenía miedo a entrar en esta zona. De calle Alfonso a Don Jaime nunca cruzaban por estas calles, iban dando un rodeo", corrobora el dueño de la Casa de las Migas. "Fueron momentos horribles. Los bares y comercios desaparecieron casi en su totalidad, dejando vía libre a otro tipo de personajes no muy queridos en la sociedad", explica.

La Serafina, una de las 'tabaqueras' más conocidas de Zaragoza, en el Tubo.

La Serafina, una de las 'tabaqueras' más conocidas de Zaragoza, en el Tubo. E.E Zaragoza

Se llegó a tal punto que "había gente que intentaba donar sus casas al Ayuntamiento, porque valía más la rehabilitación que el edificio en sí". Y, si uno no invierte en mejorar las infraestructuras, "el tiempo gana y siempre acaban cayéndose", asegura el historiador.

La situación continuó hasta los años 2000. El Tubo sobrevivió, aunque algo cambió en el siglo XXI. "La construcción de Puerta Cinegia fue una intervención muy grande, pero muy conflictiva", recuerda Martínez.

"Se construyó el gran edificio blanco y negro que hoy en día conocemos y que permite el paso directo a la calle de la Libertad de forma directa. Pese a las quejas por su apariencia moderna, esa obra es la que ha hecho que El Tubo sea lo que conocemos hoy en día", remarca.

El tiempo dirá si las grietas ganan la batalla o si el problema consigue subsanarse antes de alcanzar un punto de no retorno. Tras el último derrumbe, el mensaje de expertos y hosteleros es claro: hay que cuidar la zona para que pueda seguir siendo uno de los motores gastronómicos (y económicos) de Zaragoza por muchos años más.