Aranzazu Soba.

Aranzazu Soba.

Aragón

Una militar jubilada a los 47 años desvela los secretos del Ejército: "Íbamos siempre armados, hasta al baño"

La exmilitar zaragozana ha estado en conflictos como Afganistán o Bosnia y ha conseguido escalar en un mundo de hombres hasta llegar a ser militar de carrera.

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Nazaret Parrilla
Zaragoza
Publicada

Aránzazu Soba lo tuvo claro desde los 16 años: quería ser militar. Sin embargo, sus padres no lo aceptaron y tuvo que esperar hasta los 19, cuando alcanzó su propia independencia. Desde que alcanzó su sueño, ha estado en guerras como la de Bosnia o Afganistán, y se ha abierto camino en un mundo dominado principalmente por hombres: “Las mujeres siguen teniendo dificultades”, confiesa.

Lo que más le atrajo de este oficio fue precisamente ese hecho: “Era de esos puestos en donde las mujeres habíamos estado vetadas”. Solo los hombres tenían que hacer el servicio militar y lo que le motivó fue precisamente que les habían dicho que era "un sitio donde no podíamos estar”, cuenta.

Así, Aránzazu aprobó las pruebas físicas, teóricas y psicotécnicos, y comenzó en el Ejército como soldado. A pesar de las presiones externas, llegó al cuartel de Burgos con determinación: “Yo me decía: puedo hacerlo”, declara.

Frío, largas caminatas y guardias nocturnas marcaron a la militar en su primer destino. Llegó con cuatro amigas, pero le sorprendió ver que apenas había mujeres: “Fue muy chocante”, recuerda.

Aunque asegura que tuvo suerte con sus compañeros, también escuchó “las típicas tonterías”: “¿Vas a dormir en la misma habitación que nosotros? ¿Arriba o abajo?”, relata con ironía.

A los dos años y medio ascendió, y con 22 años se marchó a su primera misión internacional en Bosnia.

“Me impactó mucho ver las ciudades derrumbadas y las casas agujereadas por los ataques, además, había muchos huérfanos y la verdad es que daba mucha pena sobre todo ver a los niños”, confiesa sobre aquella misión.

Tres años después llegó a uno de los lugares que más le han impactado, Irak. “Ha sido en el lugar más hostil en el que he estado, teníamos hasta un búnker donde acudir cuando sonaban las sirenas de ataque. Allí fue la primera vez que vi heridos y muertos por ataques, íbamos siempre con el chaleco protector de placas y armados, hasta al baño”, recuerda.

Aranzazu Soba en el cuartel militar de Zaragoza.

Aranzazu Soba en el cuartel militar de Zaragoza. Imagen cedida

Especializada en sanidad, Aránzazu formaba parte del escalón médico avanzado (EMAT) donde trabajaba en el hospital: “No salí de la base en los cinco meses que estuve, solo en convoyes a Kuwait a la recogida de vacunas y sangre”, ha explicado.

No obstante, en busca de una independencia económica y segura, a los 26 años aprobó la oposición para ser militar de carrera, lo que le garantizaría estabilidad hasta su jubilación.

Jubilación temprana

Pero la jubilación llegó antes de tiempo. Alrededor de los 30 años, Aránzazu sabía que algo no iba bien. “No oía como los demás”, reconoce.

Su vida profesional comenzó a complicarse porque no podía realizar acciones indispensables dentro del ejército y a los 40 años tuvo que ponerse audífonos, dado que “ya no podía hacer vida normal”.

La causa viene de que su familia materna tiene un gen degenerativo que puede o no heredarse, y Aránzazu posee un 65% de pérdida auditiva. Los militares deben de pasar pruebas físicas, psicológicas y médicas todos los años. Ella no superó estas últimas y resultó ser “excluyente para el ejército”, explica.

Aunque gracias a conseguir ser militar de carrera le ha quedado una pensión de funcionaria y gana “un sueldo completo de jubilación”, cuenta que echa mucho de menos su trabajo: “Es una sensación muy rara el quedarme sin trabajar tan joven porque yo siempre tuve muy claro desde adolescente que quería trabajar, no ser ama de casa”. Pero Aránzazu no suele estar en casa, sino que disfruta de su tiempo de ocio.

Pese a todo, amante de su oficio, tiene un mensaje claro: “Animaría a las mujeres a ser militares”, dice rotunda.