Guadalest.

Guadalest. Laurine Maurice

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El pueblo más navideño de Alicante: un balcón de cuento entre montañas que enamora en invierno

Reconocido como uno de los pueblos más bonitos de España, este pequeño enclave de apenas doscientos habitantes se convierte cada invierno en un destino de postal.

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Alicante
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Entre las montañas del interior de la provincia de Alicante, donde el aire huele a tomillo y el silencio tiene eco entre los barrancos, se esconde un rincón detenido en el tiempo. Estamos hablando del Castell de Guadalest.

Reconocido como uno de los pueblos más bonitos de España, este pequeño enclave de apenas doscientos habitantes se convierte cada invierno en un destino de postal, un escenario que parece sacado de una historia de Navidad mediterránea.

Un castillo suspendido

Guadalest no se conquista: se descubre despacio. La carretera serpentea entre almendros y bancales hasta llegar a una roca impresionante coronada por su castillo medieval, que fue durante siglos fortaleza árabe y refugio de nobles.

Al traspasar su puerta tallada en la roca, uno siente que cruza también el umbral del tiempo, calles empedradas, fachadas encaladas, balcones floridos incluso en pleno diciembre.

Desde lo alto del balcón del castillo, el mirador ofrece una de las vistas más sobrecogedoras del interior alicantino. Abajo, el embalse de Guadalest destella con un color turquesa intenso que contrasta con las montañas grises de la Sierra de Aitana y la Xortà.

En invierno, la niebla baja y parece abrazar el valle, dando a todo un aire de misterio y melancolía. Es fácil entender por qué muchos lo llaman "el balcón más bonito de la montaña alicantina".

Guadalest en Navidad

Cuando llegan las fiestas, la magia del pueblo se multiplica. Las luces navideñas se enredan entre las callejuelas de piedra, los belenes artesanales ocupan las ventanas y los sonidos de villancicos salen de alguna tiendecita escondida.

Todo aquí respira una Navidad sencilla y auténtica, lejos del bullicio de la costa.

El ambiente es íntimo y acogedor, las casas rurales decoran sus chimeneas con ramas de olivo, los cafés sirven chocolate caliente frente a ventanas con vistas al castillo, y los visitantes pasean con bufandas entre las pequeñas tiendas de productos locales.

Se venden turrones artesanos, aceites de la sierra y figuras de belén talladas a mano. Es ese tipo de Navidad que no necesita grandes adornos, porque el encanto está en la esencia del lugar.

Museos, tradiciones y artesanía

Guadalest es también un pueblo sorprendentemente cultural. En sus estrechas calles se encuentran varios museos curiosos: desde miniaturas talladas en la cabeza de un alfiler hasta un museo etnológico que muestra cómo se vivía aquí hace más de un siglo.

Entre visita y visita, uno puede detenerse en las terrazas con vistas, donde el tiempo parece deslizarse al ritmo tranquilo de los pueblos de montaña.

Durante el mes de diciembre, los vecinos preparan actividades y celebraciones en torno a la plaza principal: mercadillos, degustaciones de dulces navideños, villancicos tradicionales. Todo el pueblo se viste de espíritu festivo, pero sin perder esa autenticidad que lo hace tan especial.

Refugio de invierno

Lo que asombra de Guadalest es su cercanía al Mediterráneo. En apenas treinta minutos en coche, uno pasa de las playas de Benidorm al corazón montañoso de Alicante, donde el clima es más fresco y el paisaje cambia por completo.

Este contraste convierte al pueblo en un refugio perfecto para quienes buscan una escapada invernal con alma entre el mar y la montaña, entre el ruido y la calma.

Y cuando cae la tarde, las luces del castillo se encienden sobre el valle, reflejándose en el agua del embalse como si fueran miles de luciérnagas.

Es entonces cuando Guadalest muestra su mejor cara, la de un pueblo pequeño, suspendido entre la historia y la poesía, que en Navidad brilla con una luz serena y mágica.