Mi abuela Dolores junto a unos calamares rebozados.

Mi abuela Dolores junto a unos calamares rebozados.

Vivir

Ni harina ni huevo, el sencillo truco de mi abuela alicantina para que los calamares rebozados queden muy tiernos.

Dolores siempre enfatiza en hacer bien estos dos pasos para que queden perfectos.

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Existen momentos de nuestra infancia que nos marcan para siempre y nos invaden de nostalgia al recordarlos en la adultez.

Instantes como los que pasábamos con nuestras abuelas en la cocina, intentando ayudar en lo que se podía y empaparnos de su sabiduría.

En mi caso, siempre recordaré cuando mi abuela Dolores y yo, con tan solo 7 años y ganas de aprender, preparábamos los calamares rebozados en la cocina de la casa de mis abuelos en Torrevieja.

Recuerdo tener las manos llenas de huevo y harina y pasarle a mi abuela los calamares bien rebozados, a lo que siempre me decía "tienes que pasarlos por el huevo y la harina unas tres veces para que queden muy tiernos".

Otro de los trucos que siempre me decía era que, en el caso de no tener a mano calamares frescos, sacar los calamares del congelador el día anterior y dejar que se descongelen poco a poco en la nevera durante toda la noche.

El proceso

Una vez ya teníamos a mano los calamares crudos, mi abuela preparaba dos platos distintos en los que batía unos cuatro huevos en uno y vertía una buena cantidad de harina en el otro.

Mientras ella calentaba el aceite de girasol (o de oliva) en la sartén, yo me encargaba de pasar los calamares primero por el huevo, luego por la harina y repetía el proceso unas tres veces.

Acto seguido, le paso uno por uno los calamares a mi abuela Dolores, quien los introduce con precaución en el aceite mientras yo corría al lavabo para lavarme las manos.

Una vez quedaban dorados, los sacaba y los depositaba en un plato cubierto de papel de cocina para absorber el exceso de aceite.

Finalmente, los presentaba en otro plato, cortábamos limones en dos para echar el zumo encima, abríamos un bote de ali-oli y ya solo nos quedaba disfrutar de unos calamares muy tiernos y hechos con mucho amor.

En definitiva, hacer unos calamares muy tiernos en casa no es nada de otro mundo y no supone ni mucho gasto ni mucho esfuerzo.

Es más, se convierte en un proceso gracioso y lleno de amor cuando se hace junto a nuestros seres queridos. Momentos que nos marcan de por vida y gracias a los cuales recordaremos siempre que las pequeñas cosas de la vida son las que más felicidad nos proporcionan a medio y largo plazo.