El problema del electorado del PSOE, a año y medio supuestamente de las próximas elecciones, es que cada vez tienen menos argumentos para seguir sosteniendo a quien ya ha acabado con su ideología y acabará con su propio partido con tal de mantenerse en la poltrona. Esta semana ha sido lo de Paco Salazar. La propia prensa progresista ha destapado cómo las dirigentes socialistas, entre ellas la responsable de Igualdad, Pilar Benabé, han pasado por encima de su ética tapando o ignorando casos muy graves de acoso. ¿Se lo pidió Sánchez para encubrir a su gurú electoral? A su tiempo todo se sabrá.
No le basta a la delegada del Gobierno que la pillasen mintiendo en su currículum con licenciaturas que no tiene. Ahora la cogen ignorando las denuncias de acoso sexual que supuestamente ha cometido Salazar en el partido. ¡Hermana, yo sí te creo! Vaya papelón está haciendo el PSOE en su supuesto feminismo y defensa de las mujeres. Tanto en su propia casa como fuera.
Los y las socialistas han excarcelado violadores por una ley hecha por sus socios ineptos de Podemos. Han sido los responsables del fallo informático en el sistema de las pulseras de los maltratadores gestionado por la ministra Ana Redondo. Y ahora sabemos que durante varios meses ese fallo impidió acceder a datos clave sobre la localización de agresores con orden de alejamiento y provocó absoluciones y sobreseimientos en causas por quebrantamiento.
En este contexto de podredumbre moral de la izquierda, durante las últimas semanas he disfrutado de Ni más ni menos, del filósofo Fernando Savater (Ariel). Se trata de un conjunto de columnas de opinión del donostiarra, publicado tras su salida forzosa de El País, gracias al cual puedes darte cuenta de la magnitud de la podredumbre que envuelve a la "mayoría progresista" y especialmente al "sanchismo". Cómo semana tras semana van surgiendo escándalos, corruptelas o pactos ignominiosos que profundizan en la decadencia que caracteriza las dos últimas legislaturas. Y cómo los votantes progresistas no caen del burro.
Sostiene Savater que el principal impulsor del guerracivilismo al que asistimos con Sánchez en el poder fue su antecesor José Luis Rodríguez Zapatero. Fue el primero que comenzó a desmantelar el acuerdo pacífico de la Transición en el que unos renunciaron al poder y otros renunciaron a la revancha. En mi opinión, en el caso de Sánchez se trata de un guerracivilismo impostado que solo busca dividir para sacar rédito político. Solo hay que observar cualquier declaración de dirigentes socialistas, nacionales, autonómicos, provinciales o locales para comprobar cómo una y otra vez vuelven al mismo argumento, el del supuesto peligro de la extrema derecha.
Esta misma semana en Alicante, con motivo de las negociaciones entre PP y Vox para sacar adelante los presupuestos, han vuelto con la misma martingala. Y sinceramente, ya no es que canse, sino que no surte ningún efecto. Dice Savater con una prosa infinitamente mejor que la mía que "disfruten ahora, porque las nuevas huestes juveniles que llaman a la puerta están cada vez menos dispuestas a reírles las gracias". Pero ni ellos ni sus votantes caen del burro. Y las consecuencia serán para los demás.
El problema para el resto, para los que somos moderados y tampoco nos agradan los exabruptos melancólicos y populistas de Vox, es la deriva institucional que están provocando quienes deberían proteger la esencia de nuestra democracia: el respeto al adversario, a los contrapesos a un poder autocrático, el diálogo y el acuerdo, y el respeto a la separación de poderes.