Una manifestante contraria a Israel, en el campus de UCLA.

Una manifestante contraria a Israel, en el campus de UCLA. David Swanson Reuters

LA TRIBUNA

Una nueva ola de antisemitismo nos avergüenza

¿Nos imaginamos lo que hubiera sido de Occidente tras la victoria nazi? Pónganse, pues, en un escenario en el que los terroristas doblen el pulso a Israel.

3 mayo, 2024 02:12

“De ahora en adelante –escribió Selma Lagerlöf en El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia–, siempre que me encuentre en un callejón sin salida, pensaré que no es así. No olvidaré que puede evitarse el daño propio sin perjudicar al otro. Nunca falta una tercera salida: lo bueno es encontrarla”. Nada tiene de extraño que la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Literatura (1909) tuviera en mente, entre otras muchas situaciones conflictivas que vivió a lo largo de la vida, su estancia en Jerusalén, donde permaneció entre 1899 y 1900, siendo testigo de las tensiones entre la población árabe, la cristiana, la judía y la turca.

Estamos viviendo en Occidente una nueva ola de antisemitismo. La respuesta militar israelí a los ataques del pasado 7 de octubre ha renovado esa forma de odio, nunca vencido, de una parte no menor de la opinión pública occidental. Se trata de un tremendo error de juicio de quienes, movidos por oscuros prejuicios ancestrales, no ven la realidad de lo que está pasando, y trataré de explicar por qué.

Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, con un camión de ayuda humanitaria de fondo.

Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, con un camión de ayuda humanitaria de fondo. Evelyn Hockstein Reuters

En el ánimo de los ciudadanos de Israel existe hoy la percepción de que lo ocurrido el 7 de octubre sigue la línea siniestra del pogromo y de la Shoah. En el ciclo incesante de la violencia en Palestina no lo habíamos visto todo: no me refiero sólo al calibre de los daños infligidos por los terroristas de Hamás aquel día sino al hecho de que lo grabaran y lo difundieran masivamente.

Habíamos sufrido horrores similares, pero éstos no habían sido filmados y proyectados. Teníamos grabaciones del Estado Islámico decapitando occidentales, pero eran sobrias en comparación con lo exhibido ahora. El medio es el mensaje y aquí el recado está claro: ante la exigencia ese mismo día de Arabia Saudí de activar un proceso de paz definitivo que incluyese el reconocimiento por la comunidad de países árabes del Estado de Israel, Hamás quiso sembrar, como ha explicado Yuval Noah Harari, nuevas semillas de odio para las próximas generaciones.

La respuesta israelí está siendo demoledora, sí. Nadie en su sano juicio se opone a su derecho a defenderse, pero se lamenta y hasta condena la desproporción. Ninguna comparación me podría resultar más odiosa, yo no tengo esa balanza. Se conmina a Israel a activar un alto el fuego, pero nadie ha mostrado una alternativa creíble a la acción militar a dicha escala; se le exige el reconocimiento del asesino con carácter inmediato o previo (130 ciudadanos siguen secuestrados), lo que equivaldría a aceptar el horror como precio para existir, pero se ignora que dicho reconocimiento jamás traería el complementario por parte de los asesinos.

"Las líneas que definen lo ético son siempre líneas de sombra"

La iniciativa de Pedro Sánchez –reconocer a Palestina como Estado inmediatamente después de una masacre terrorista– había nacido muerta ya antes de los ataques iraníes del sábado 13 de abril.

Amos Oz, en su última conferencia, pronunciada el 3 de junio de 2018 en la Universidad de Tel Aviv, y dedicada íntegramente al conflicto israelí-palestino, señaló como ejemplo de líder político al presidente Harry S. Truman. Era el tipo de liderazgo que se necesitaba en su tierra. Oz alaba de Truman que fuese capaz de convencer a la ciudadanía para dar por bueno algo que, aun desagradándoles, en el fondo de sus corazones sabían que había que hacer.

Oz omite en su discurso que Truman ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Quizás lo daba por sabido, pero pocos ejemplos históricos responden mejor al inaceptable aserto de que el fin (la rendición incondicional de los japoneses) justifica los medios (un ataque tan devastador que la amenaza de que fuese a ser repetido bastase para lograr la rendición).

La debilidad del argumento está en que se puede aplicar a cualquier cosa que a un determinado gobernante le interese hacer. Lo demostró con enorme coraje la filósofa inglesa Elisabeth Anscombe cuando se opuso frontalmente a la concesión al presidente Truman del doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford, como nos han narrado Clare Mac Cumhill y Rachel Wiseman en el libro Animales metafísicos, recientemente traducido y publicado al español.

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Decir que un acto es bueno, recordaba la discípula de Wittgenstein, no puede mantenerse en un plano descriptivo porque debe implicar la totalidad de la realidad y, por decirlo con una expresión aristotélica, el florecimiento humano. De las consecuencias positivas de un acto no se deriva retroactivamente la bondad del acto como tal, ni aquellas convierten en bueno lo que es malo. Para que un acto sea bueno, el contenido de este ha de ser bueno.

Pero las líneas que definen lo ético son siempre líneas de sombra. Paul Celan lo escribió en un verso hermético y bellísimo: “Dice la verdad quien dice sombra”. El propio Oz ha recordado que los campos de exterminio no se liberaron izando la bandera de la paz sino blandiendo las metralletas. Se emplearon directamente en contra de otros asesinos, pero las bombas que rindieron a las potencias del eje cayeron, como la lluvia de la que habla el Evangelio, también sobre muchos inocentes.

¿Nos imaginamos lo que hubiera sido de Occidente tras la victoria nazi? Pues no me quiero imaginar un escenario mundial en el que los terroristas o los regímenes autoritarios y teocráticos de Oriente Próximo doblen el pulso al Estado democrático de Israel.

*** Álvaro de la Rica es profesor de Humanidades en el Colegio Universitario de Estudios Financieros de Madrid.

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