Dos paseantes, en Barcelona, con mascarillas.

Dos paseantes, en Barcelona, con mascarillas.

LA TRIBUNA | MASCARILLAS SÍ, MASCARILLAS NO

Adiós a las mascarillas: la libertad era así

"Yo el gran Leopoldo Primero, marqués de Esquilache Augusto, rijo la España a mi gusto, y mando en Carlos Tercero, hago en todo lo que quiero, nada consulto ni informo" (pasquín popular español)

27 junio, 2021 01:41

Tengo los ojos secos de tanto hablar un código morse que hemos aprendido todos de urgencia por culpa de la mascarilla. Con ella nos hemos dado cuenta de que estamos un poco más sordos y de que nos pasa en la vida como a mi abuela le ocurre con la televisión. El viernes pasado tuve una conversación de sordomudos durante varios minutos con un camarero para pedir una cerveza. Al final me envalentoné, me bajé la mascarilla y le pedí la caña a las claras, y los dos lo celebramos como si volviésemos a hablar la misma lengua.

Lo de la mascarilla, que ha sido un mal muy pequeño en comparación con el resto, nos ha venido bien a los columnistas para mirar aún más, que es el único secreto de este oficio. He visto chicas con los labios pintados por encima de la tela y a tipos llevarla en el bolsillo de la americana. Incluso vi a una mujer usarla de pañuelo para evitar despeinarse en mitad de un vendaval de estos últimos de junio.

Los políticos la han usado cada uno a su manera. Hay independentistas a los que les ha servido para hacer oídos sordos a la supuesta concordia decretada por el Gobierno, ministros que la han aprovechado para decir medias verdades con la excusa de que no se les oía bien, y una oposición a la que le ha venido mejor aún para no tener que decir nada. Para qué, si no se les iba a entender.

Digo que ha sido un mal pequeño porque morirse es una jodienda mayor. Pero la obligatoriedad de la mascarilla hasta en el monte sí me parece síntoma del país que se nos está quedando. Una democracia civilizada y libre (pero con una libertad de verdad y no de pladur) debe legislar lo menos posible. Y en España, al contrario, cada vez nos gusta más el autoritarismo

Desconfianza de partida en el ser humano: eso es lo que de verdad tapaba la mascarilla

Ahí están las pruebas. Presumir del confinamiento más estricto del mundo y forzar al personal a llevar la mascarilla puesta y la boca cerrada incluso por los parques a esas horas donde no hay ni un alma. ¡Ay, las Administraciones! Esas que confían en la libertad, pero en diferido. Primero hacen la trampa de encerrarnos en casa a las ocho de la tarde y luego ya deciden confiar mucho en el personal cuando el Supremo les echa abajo la ocurrencia.

Esa imposición de llevar mascarilla hasta debajo del agua durante meses es lo único que me preocupa. Desconfianza de partida en el ser humano: eso es lo que de verdad tapaba la mascarilla.

Todavía hay fundamentalistas que no quieren admitir lo evidente y que siguen defendiendo el tapabocas hasta en la cama. Y aún con todo no es suficiente para negar la mayor. Que la mascarilla al aire libre, cuando no había nadie alrededor, nunca debió ser obligatoria. Y si aún después de todo queda algún consejero de Sanidad cabreado porque no le consultaron, eso sólo se explica como el cabreo con Carlos III, al que le armaron el motín de Esquilache porque ya no les dejaba ir embozados.

La libertad es un Gobierno tratando a la sociedad como adultos, que es lo que lleva meses evitando

En España las buenas noticias sólo las da Pedro Sánchez y para las malas, la cogobernanza. Nada nuevo. Y puede que la mascarilla sea para disimular lo de los indultos y que como todas las medidas de este Gobierno sea un cálculo estudiado de Iván Redondo.

Pero pese a todo me quedo con esta libertad recobrada de críos pudiendo volver a leerle los labios a las chiquillas después de una ley seca de muecas y de besos. 

La libertad es precisamente así. Un Gobierno tratando a la sociedad como adultos, que es lo que lleva meses evitando.

Es junio y yo creo en la libertad individual porque es el único patrimonio que le queda a Occidente. Eso sí, desde ayer siento la misma desnudez por la calle que cuando olvido el reloj por las mañanas. Y la ciudad es más mía y más hermosa. Tiene Valladolid más patrimonio del que ha tenido nunca, un patrimonio de labios nuevos, de bocas curiosas, de voces explícitas y de libertades sin censura.

*** Guillermo Garabito es periodista.

Una pareja come en un restaurante de Ronda, Málaga.

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