José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid.

José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid.

LA TRIBUNA

O Almeida o la nada

El autor defiende la tesis de que el PP debe renunciar a competir en dureza con Vox, vender la sede de Génova y pasar a llamarse Populares, con otro líder. 

15 febrero, 2021 03:09

Ciudadanos ha muerto. Inés Arrimadas, que comenzó siendo Juana de Arco, ha acabado como una especie de Nerón inmóvil y sobrepasado ante el gran fuego que está acabando con Roma en la misma puerta de su casa. "Será ceniza, mas tendrá sentido; polvo será, mas polvo populista".

Eso es ya Cataluña, un terreno idílico para cualquier discurso chusco y reduccionista, El Dorado de la demagogia, un suelo abonado en el que germina cualquier simiente populista y crece como una madreselva, llenándolo todo de malas hierbas, heces y coces, tan identitarias como simétricas.

En realidad, Arrimadas es una mera extensión del inmenso error que para la política española supuso aquel no de Albert Rivera a Pedro Sánchez. Eso pudo cambiar el destino de nuestro país, pero Albert tenía otros planes. Él no quería ser vicepresidente y seguro sucesor de Sánchez, sino líder de la derecha, jefecillo de la otra banda, de su banda, la de los chavales de Barcelona que se creían que Madrid era lo mismo que Cataluña y que valen las mismas tonterías.

Aunque el primer no fue el de la propia Inés al rehusar presentarse a la sesión de investidura tras haber sido el partido más votado en Cataluña en 2017. Aquello podría haber obligado a Miquel Iceta a mojarse, a dejar claro qué es el PSC, hasta dónde llega la inmoralidad del equidistante entre la ley y la barbarie. Pero no lo hizo y hoy Salvador Illa y Vox recogen los frutos de sus errores.

Pero de eso ya hace mucho. Rivera hizo lo que tenía que hacer, que es irse. Y Arrimadas ha de hacer lo propio tras su enésima catástrofe electoral consecutiva: descalabro en las generales, desastre en las gallegas y descabello el 14-F. Ciudadanos ha perdido en Cataluña 30 escaños, que es como perderlo todo.

No hay botox para los principios, ni hay más cera ni la que hay arde

En realidad, hubiera sido mejor una derrota total para entender de una vez que no tiene sentido, que no hay cimientos sobre los que renacer, que no existe mayor decadencia que la de quien no acepta la realidad y se estira las patas de gallo en el espejo. No hay botox para los principios, ni hay más cera ni la que hay arde. Espero que el rol neroniano sea completo y su dimisión termine a lo grande: "¡Qué gran actriz muere conmigo!".

Sin llegar a esas cotas de desastre, el siguiente gran derrotado es Pablo Casado, que pierde uno de los cuatro diputados que tenía en el Parque de la Ciudadela. Teniendo en cuenta que Ciudadanos pierde 30, se puede pensar que el PP salva los trastos, que puede respirar aliviado. Y, en parte, así es.

Pero no debemos olvidar que se ha quedado a escasas décimas de bajar del 3% y ser, por lo tanto, una fuerza extraparlamentaria con cero escaños. Y, sobre todo, que no ha sido capaz de recoger un solo voto de la hecatombe de Carlos Carrizosa.

El PP no pierde votos hacia Vox, eso parece claro. Pero no parece menos claro que el PP ha dejado de ser la alternativa del centroderecha en Cataluña, que la tendencia es clara, que Vox está al alza, el PP a la baja y que la gente está muy cabreada. Y no es para menos.

Ni un excelente candidato como Alejandro Fernández ha sido capaz de remontar las noticias de Bárcenas, la situación de caos interno del partido y, sobre todo, los errores inmensos de Casado.

Porque es difícil pensar en unas declaraciones más miserables y mezquinas que las del líder popular contra la gestión de Rajoy del 1-O, como desmarcándose, como silbando, como en aquel chiste de Gila: "Aquí alguien ha matado a alguien. Alguien es un asesino".

¿Qué debía haber hecho Rajoy si no es cumplir la ley, Pablo? ¿Qué otras opciones tenía el presidente?

Lo dice ahora. Se ve que antes no pudo, claro. Se ve que antes ya lo pensaba, pero no lo dijo, se ve que tenía la fórmula mágica pero no la quiso decir, se ve que mantuvo un diálogo interno compungido delante del espejo ese de la foto en blanco y negro, debatiéndose entre su obligación como secretario de comunicación y las recetas de sus pócimas mágicas como futuro líder.

Se ve, se ve todo, se ve a la legua. ¿Qué debía haber hecho Rajoy si no es cumplir la ley, Pablo? ¿Qué otras opciones tenía el presidente aparte de mandar a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado a proteger las leyes y al pueblo del que emanan? ¿Cuál era tu plan? ¿Dialogar con los golpistas? ¿Mandar a los tanques?

Y, sobre todo: ¿cuál es tu plan ahora? ¿Ser conservador, ser liberal, ser liberal conservador, ser centrista, centroderecha, derecha democristiana, socialdemócrata, social-liberal-tradicionalista o funcionario-madridista-pipero? ¿Cuál es el discurso ahora: el duro o el blando?

Y, sobre todo: duro o blando ¿contra quién? ¿Duro con Sánchez y blando con Vox? ¿Duro con Vox y blando con Ciudadanos?

Se supone que le votaron contra el discurso posibilista y centrado de Rajoy y Soraya, para abanderar una vuelta a lo duro, al PP conservador, a las esencias ideológicas y poner así freno al desagüe de votos hacia Vox. Pero tras unos añitos de escarceos en todos los espacios demoscópicos ha vuelto al sitio de Rajoy (no hay otro), pero renegando de él y de su valentía al hacer lo que había que hacer, lo único que se podía hacer en el momento más difícil de la historia reciente de España.

Con amigos así, ¿quién necesita enemigos?

No se puede competir en dureza con Vox porque la base de la derecha civilizada es precisamente huir de esos discursos

No se puede competir con Vox ideológicamente porque Vox no tiene ideología. No se puede competir tampoco en dureza porque la base de la derecha civilizada es precisamente huir de esos discursos, abrazar las instituciones, escribir odas a la estabilidad y al crecimiento económico, a Europa y a las autonomías, a la prudencia y la moderación, es decir, despreciar a Vox sin enfrentarse a ellos, sonriendo con la mitad de la cara y aguantando las arcadas con la otra mitad.

A Vox se le combate con inteligencia.

Pero ¡qué difícil es responder con inteligencia a los rebuznos! En el New College de Oxford se puede leer Manners makyth man, es decir, "los modales hacen a la persona". No es la cuna, el apellido o el dinero lo que define a un hombre. Tampoco es su posición en un momento dado, sino su comportamiento con los demás, y más aún cuando eres político y esos demás son las instituciones del Estado. 

Hay que extremar los modales porque son esos modales los que hacen al ser humano; la educación forja a la persona y nos libra del salvajismo. La maldad se reboza en el estiércol. Y más en la vida política. Da algunos votos, eso sí. Pero son efímeros. Se entiende ahora qué bien estaban algunos con un carguito y escondidos en el sótano de Génova 13 para que nadie los viera.

El tiempo de Casado se ha terminado. Y no por lo de ayer, es casi un honor fracasar en el lugar donde para triunfar hay, bien que ser un cafre, bien reírse de los españoles durante un año, como Illa. Se ha terminado porque no hay más tiempo, porque no sabemos quién es, porque no es capaz de forjar una alternativa, porque no se entiende su modelo, porque no es creíble, porque de tanto dar vueltas corre el riesgo de acabar en el mismo sitio, pero mareado.

Solo un cambio drástico puede terminar con esta pesadilla de la Moncloa: acabar con la marca PP, pasar a llamarse Populares

Y en su mareo, el resto de España vomitando las consecuencias. Y la cara de Sánchez de fondo, claro, riéndose como el Joker con el nuevo juguete de Iván Redondo: Vox. ¿Veremos cómo hacen a Abascal interlocutor válido de la derecha para renovar el Poder Judicial, dejando al PP como una mera comparsa sin protagonismo? ¿Veremos a Vox al rescate del PSOE y viceversa de nuevo? No lo duden. Se necesitan. Y les va bien.

Solo un cambio drástico puede terminar con esta pesadilla de la Moncloa: acabar con la marca PP, pasar a llamarse Populares, vender la sede de Génova 13 y poner al frente a alguien que sea capaz de regenerarlo todo, de enfrentarse al PSOE, de atraer votos de Vox y de asimilar los restos de Ciudadanos.

Alguien válido, con la imagen limpia, un talante moderno y abierto, buen gestor y, sobre todo, que no tenga que hacer malabares para ser lo que se supone que tiene que ser por la sencilla razón de que ya lo es.

Esa persona no es otra que José Luis Martínez-Almeida y no hay otra opción si el PP no quiere convertirse en UCD. Sin primarias, dejándole entrar a caballo en un congreso extraordinario, sin rivales, con el aparato a favor, el cetro de poder y las manos limpias.

Me lo he imaginado y se me ha venido a la cabeza el príncipe Baltasar Carlos pintado por Velázquez corriendo por El Prado. No sé en qué estaré pensando.

*** José F. Peláez es columnista, publicista y consultor de marketing.

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