Los bombardeos aéreos de Estados Unidos de este viernes sobre más de 85 objetivos militares en Irak y Siria, como represalia por la muerte por un ataque con dron de tres soldados americanos desplegados en Jordania el pasado domingo, recrudecen las tensiones en Oriente Medio.
Los ataques han resultado en dieciocho bajas de miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán y de milicias proiraníes que operan en esos países. Más allá de una mera respuesta a la acción inicial de la agrupación Resistencia Islámica en Irak, Joe Biden parece decidido a lanzar una operación contundente. "Si hieres a un estadounidense, responderemos", ha alertado, avanzando que estos bombardeos han sido sólo el principio.
Además, las Fuerzas Armadas de Irak han considerado que los ataques suponen "una violación de la soberanía iraquí" y que representan "una amenaza que arrastrará a Irak y a la región a consecuencias imprevistas, cuyas repercusiones serán desastrosas". Las autoridades sirias también han querido amedrentar a EEUU, advirtiendo de que los bombardeos alimentarán el conflicto en Oriente Medio de una forma muy peligrosa.
Con todo, Biden ya ha dicho que no busca un conflicto en la región. Y John Kirby ha aclarado que el objetivo es que cesen las agresiones de los grupos paramilitares y terroristas islámicos, pero que "no buscamos una guerra con Irán".
Resulta difícil dudar de la buena fe de estas intenciones. Porque un choque directo con Teherán iría en contra de los intereses estadounidenses. La prueba es que EEUU se ha abstenido de realizar ataques en suelo iraní, y ha devuelto la agresión con una respuesta calibrada de objetivos "elegidos cuidadosamente" para evitar bajas civiles. Aún así, Washington no podía mostrarse débil tras un ataque letal.
Los últimos bombardeos van en la línea de la estrategia de EEUU en Oriente Medio en los últimos años: mandar un mensaje a sus enemigos limitando a la vez el daño y evitando involucrarse en una guerra mayor.
Está ahora en una tesitura similar a la de hace dos semanas, cuando junto con Reino Unido lanzaron una ofensiva aérea contra los hutíes en el mar Rojo (reeditada este domingo): lograr un equilibrio entre reafirmar su capacidad de disuasión sin provocar una escalada mayor. También entonces contuvo sus represalias, y no se propuso borrar a los terroristas del mapa, como sí intenta hacer Israel con Hamás.
La presencia estadounidense en Oriente Medio había ido disminuyendo tras las guerras de Irak y Afganistán, y en consonancia con las nuevas prioridades geopolíticas de Washington. Aunque mantienen varios miles de efectivos para contrarrestar la influencia de Irán y desalentar una posible agresión contra su aliado Israel, así como para prevenir el resurgimiento de Estado Islámico. El objetivo de los ataques de las milicias podría ser precisamente presionar a EEUU para que retire las tropas que le quedan de Irak.
Irán intenta asegurarse el control de la zona por medio de las fuerzas proxy de su "eje de resistencia", una serie de sucursales en los países aledaños para extender su influencia y poder ahorrarse el atacar a sus enemigos directamente. Las principales son Hezbolá en Líbano (que también amenaza a Israel), los hutíes en Yemen y Hamás en Gaza.
La guerra en territorio palestino ha sido el catalizador para el reavivarse de las tensiones en Oriente Medio. Desde octubre, grupos armados proiraníes han llevado a cabo centenares de acciones contra objetivos estadounidenses en Irak, Siria y Jordania, aunque hasta el domingo ninguno se había saldado con muertos.
El riesgo de que las represalias estadounidenses contribuyan a desestabilizar aún más la región no se puede descartar. Pero es en el tejado de Teherán donde está ahora la pelota, a la espera de su decisión de responder o desescalar.
Lo cierto es que, pese a su retórica anatemizante contra EEUU e Israel, tampoco a Irán le interesa iniciar un conflicto directo que entraña demasiados peligros, y ha venido preocupándose por evitarlo. Lo mismo puede decirse de Israel, que tendría que dividir el esfuerzo bélico y retirar efectivos de Gaza para cubrir un nuevo frente en Líbano.
El mundo puede gozar de la relativa tranquilidad de que ninguno de los actores quiere una guerra regional.
El problema es que Irán están llevando las provocaciones al límite. Y el hecho de que Washington y Teherán hayan convertido a Irak y Siria en un tablero en el que mandar mensajes, retarse y dejar constancia de sus respectivos potenciales militares redunda en una situación cada vez más volátil en Oriente Medio.
Los desincentivos contra el descontrol de la escalada bélica van a seguir vigentes. Pero en este contexto, un error de cálculo o un accidente puede ser la chispa que haga prender la mecha de un conflicto fatal.