El veto de Valonia, una región de Bruselas de apenas 3,5 millones de habitantes, condena a naufragar un tratado de libre comercio con Canadá (CETA por sus siglas en inglés) que beneficiaría a 500 millones de europeos. La imagen más evidente del fracaso al que parece abocado este acuerdo, cuya negociación ha ocupado a las cancillerías los últimos siete años, la ofreció este viernes la ministra canadiense de Comercio. Visiblemente emocionada a las puertas del Parlamento valón, con lágrimas en los ojos, Chrystia Freeland dio por dinamitado el tratado tras comprobar que sus esfuerzos habían caído en saco roto.

Lo paradójico del caso es que la impotencia de la representante canadiense es el reflejo exacto de la incapacidad de la propia Unión Europea para caminar en una misma dirección justo cuando más necesidad tiene de mostrarse cohesionada. De hecho, los presidentes de la Comisión, Jean Claude Junker, y del Consejo Europeo, Donald Tusk, no han podido más que sumarse a la frustración de la ministra canadiense con palabras de desengaño que deberían servir a las instituciones europeas y a todos los Estados miembros para reaccionar de una vez ante los distintos síntomas de aluminosis comunitaria.

'Brexit' y TTIP

Después del 'Brexit', el fiasco con Canadá supone un mazazo para la credibilidad de la UE en el exterior, de consecuencias imprevisibles sobre las negociaciones pendientes con Reino Unido y sobre las ya existentes con Estados Unidos para la firma del otro tratado de libre comercio (TTIP). La conclusión de Chrystia Freeland, para quien "es evidente que la UE ahora no es capaz de firmar acuerdos ni siquiera con países con los que comparte valores", constituye un presagio susceptible de ensombrecer el proyecto europeo cuando más debilidades muestra.

La presiones de todos los líderes europeos y del propio Gobierno belga no han servido de nada. Valonia se ha enrocado en sus propios prejuicios sobre la globalización y ha pretextado que someterse a tribunales internacionales de arbitraje -en casos de conflicto- socavaría el poder legislativo de los Gobiernos frente a las multinacionales.

Soberanía

Llegados a este punto es muy difícil confiar en que de aquí al jueves próximo, fecha en la que estaba prevista la firma del tratado en Bruselas, se pueda recomponer el acuerdo. Este caso es una prueba palmaria de que Europa como proyecto será incapaz de superar sus problemas, lo mismo en lo que atañe a la crisis de refugiados que a la contención del déficit, mientras sus Estados miembros dependan del arbitrio y las decisiones cantonalistas de sus regiones o comunidades autónomas. Vuelve a demostrarse que la cesión de soberanía es la correa de transmisión de la maquinaria europea. También hasta qué punto los localismos pueden convertirse en aliados de la eurofobia.