La entrada en el talego de Ignacio González ha desencadenado una tormenta perfecta que amenaza con arrasar todo lo que se cruce en su camino. De alcanzar sus últimos objetivos, ahora sí que a este país que no lo iba a conocer ni la madre que lo parió, que diría Alfonso Guerra.

La primera víctima de este maremoto puede ser el Gobierno de Mariano Rajoy que, lejos de recientes euforias que le hacían soñar con una legislatura placentera y saneada, se tambalea ahora con un panorama jurídico inquietante en el que otros compañeros populares podrían hacer compañía en poco tiempo al expresidente regional finalmente encarcelado.

El chorizeo se amontona en Génova 13, no hay semana sin un caso nuevo de corrupción y no se descarta que en breve, haciendo bueno el meme que hace reír a los conciliábulos madrileños, María Dolores de Cospedal, secretaria general de los conservadores, se tenga que ver en la obligación de pedir oficialmente el acercamiento de presos del Partido Popular. Todo ello sin olvidarnos, claro está, de la citación judicial que pesa sobre el jefe de todo para que explique lo que parece resultar inexplicable: la financiación de su partido.

Ante tango sinvergonzonerío, ante tanta y tanta debilidad, la alegre muchachada de Podemos ha visto la ocasión. Prepara una mascarada disfrazada de moción de censura aún a sabiendas de que la pantomima fracasará.

No le importa utilizar el Parlamento como si fuera una nueva temporada de Gran Hermano con tal de que el PSOE, haga lo que haga, se quede con el culo al aire, y de que al Partido Popular, tras dos días recibiendo leches, le entre el miedo en el cuerpo y se dé cuenta de que unas elecciones anticipadas ya no lo colocarían con los 160 diputados soñados recientemente sino, quién sabe, quizá con bastantes menos de los que ahora tiene.

La segunda víctima puede ser precisamente un pepé en el que cada vez son más las voces que arremeten no contra el corrupto enchironado sino contra Cristina Cifuentes por haber hecho lo que tenía que hacer después de encontrarse la cataplasma -una de las muchas- que se encontró. Ignoran los ignorantes que la partida ya estaba en marcha cuando apareció ella en escena y que si no hubiera querido jugar, ahora sería la propia Cifuentes la que estaría en el precipicio no por corrupta sino por tapar al corrupto.

Estoy convencido de que en los últimos días más de un compañero de partido ha hecho suyos los epítetos del periodista indeseable contra ella y su jefa de gabinete. Los partidos -esas máquinas de picar carne- no soportan las ideas más allá de las que proceden de la dirección; tienen miedo a los que levantan la cabeza; pavor a los que saben decir no y terror a quienes saltándose las normas hacen lo que les viene en gana si creen que lo deben hacer. Y además, es sabido, las maquinarias prefieren a los sinvergüenzas conocidos que a los honestos por conocer.

Y por último, pero no por ello menos importante, la tercera víctima de la Operación Lezo está siendo la Justicia, con mayúscula, o menor dicho la falta de ella. Tenemos un ministro que manda mensajes que nunca debería mandar un ministro de Justicia; un número dos que recibe a quien nunca debería recibir el número dos de Justicia; unos jueces que andan a palos para ver quién tiene la toga más negra; un fiscal general que hace descaradamente lo que le manda su jefe y un fiscal anticorrupción que parece haber aterrizado con el único propósito de acabar con la Fiscalía Anticorrupción.

¡La que ha montado el bueno de Nacho!