Vamos a darle una alegría a los de “los tiempos cambian y que se joda el que no se adapte”. Es decir a los adolescentes. En España, de escribir, lo que se dice escribir, casi nadie vive. Si acaso, se sobrevive. Vivir viven Pérez-Reverte, Javier Marías, Julia Navarro, Milena Busquets y Nacho Carretero, pero este último no cuenta porque es gallego y estos viven de lo que quieren. Pero de ellos para abajo, todos inadaptados.

Y no es que la gente no lea. Si así fuera sólo quedaría aceptar la derrota como deben aceptarla mineros, taxistas y hoteleros. Pero yo tengo ahora diez, veinte, a veces cien veces más lectores que hace apenas unos años. Sólo que los de antes pagaban al productor del contenido y los de ahora pagan al intermediario. No me quejo, sólo expongo.

Dice Jaron Lanier en su libro Contra el rebaño digital que si quieres saber lo que ocurre realmente en una sociedad sólo tienes que seguir el rastro del dinero. Si el dinero acaba en manos de los publicistas (es decir Google y Facebook) en vez de los creadores de contenidos (periodistas, actores, escritores, músicos) entonces esa sociedad está más interesada en la manipulación que en la verdad, la belleza y el arte.

Que los tiempos han cambiado es una obviedad. Que lo han hecho a mejor siempre y en todos los terrenos es debatible. Es el mito del “existen decenas de casos de éxito y sólo hay que echarle un vistazo a los youtubers para comprobarlo”.

Vamos a dejar de lado el hecho evidente de que el mercado digital es un juego de suma cero en el que unos pocos productores de contenidos, por ejemplo los youtubers más conocidos, se llevan todo el pastel mientras que millones de pequeños productores no obtienen nada. El mercado digital tiende por naturaleza, y por razones demasiado largas de explicar aquí, a los monopolios. Su motor, además, no son los contenidos sino la publicidad.

Lo relevante es que si esos youtubers y demás triunfadores del mercado digital han logrado vivir, temporalmente, de su éxito es porque vivimos una época de transición en la que aún se puede disfrutar de los contenidos producidos por las viejas empresas culturales en declive para exprimirlos en los nuevos medios de comunicación en auge. Pero ¿qué pasará cuando esa etapa de transición acabe con la desaparición de los viejos medios o los contenidos sean simples vehículos publicitarios de su mecenas particular?

Se le ha hecho poco caso a la frase “si no pagas por un producto es que el producto eres tú”. La reacción habitual a ella suele ser “dame pan y dime tonto” cuando debería ser más bien “si el producto soy yo, y alguien está pagando dinero por mí, ¿por qué no estoy recibiendo mi ración del pastel?”. Pero allá ustedes. No hay nada más salvajemente neoliberal que un viejo marxista digital de veinte años dispuesto a venderse por nada.

Ahora ya pueden despotricar de este artículo en Facebook (“a llorar a Parla” y tal) y perder un poco más de dinero. Alguien en California se lo agradecerá.