“¡Esto en Francia no pasa!”, chilla indignada una estricta gobernanta del aeropuerto parisino Charles de Gaulle. Chilla porque cree que yo la he acusado, a ella o a sus colegas, de robarme un frasquito de Chanel 5, que hay que ser canalla. Error: el frasquito obra en mi poder y yo nunca he sugerido lo contrario. Al desfacerse el entuerto la quijada de la francesa se relaja. Exuda esa beatitud de quien ve reanudarse el feliz ciclo natural, es decir, francés, de las cosas. Yo me debato entre el sarcasmo que tengo en la punta de la lengua (pues chata, en tu inmaculada Francia, anteayer a mí me trincaron el teléfono móvil, ni te cuento lo que nos pasó en una brasserie de infame recuerdo, y a mi chico estáis a punto de perderle una maleta…) y la más sincera y prosternada admiración. Qué envidia ese “¡Esto en Francia no pasa!”, así no siempre se sostenga. Qué gusto nombrar a tu país y que se te enciendan las mejillas como pomelos.

Esto sí que en España no pasa... tanto. Me doy cuenta a medida que se van acercando las fechas del 22, 23 y 24 de abril, que es cuando voy a tener el honor de participar en el XIV Encuentro Eleusino. Ya saben, esas cumbres filosóficas que de vez en cuando capitanea Fernando Sánchez Dragó a la usanza de la antigua Eleusis. Esta vez vamos a hablar de España, mira tú. ¿Quién dijo miedo? Yo por lo menos no, al ver además en qué buena y apetecible compañía oratoria me han puesto. Voy a compartir mesa, micro y mantel con Antonio Garrigues Walker, con Manuel Pimentel, con Federico Jiménez Losantos y con un interesante etcétera al cual igual se suma alguna deslumbrante y divertidísima sorpresa de última hora. Atención a todas las unidades: va a ser del 22 al 24 de abril en El Escorial, y quien se quiera venir a echar el fin de semana con todos nosotros sólo tiene que curiosear en la siguiente web www.encuentroseleusinos.com. No puedo prometer que les harán descuento si llaman de mi parte… Pero tampoco dejaría de preguntarlo.

Cumplidas las formalidades aclaratorias, más que nada para que el personal sepa de qué estamos hablando: yo me incorporé ilusionadísima a esta oportunidad de hablar de España. Fíjense, es un vicio que trato y trato de quitarme y no se me pasa. Y no será porque el enemigo no lo intente. Sin ir más lejos alguien va y me pregunta si mi irrupción en esta Eleusis escurialense va a ser para hablar del…¡problema catalán!
Pues no. Por la sencilla razón de que YO NO TENGO NINGÚN PROBLEMA CATALÁN. ¿Lo tiene usted? Conste que no lo digo por mis inteligentes lectores de EL ESPAÑOL, donde ya me despaché con un diccionario político-satírico sobre lo catalán donde, modestia aparte, creo que apuntaba maneras muy españolas y hasta universales. Tampoco va por los lectores de mi último libro, ¿Los españoles son de Marte y los catalanes de Venus? (Península, 2015), donde también me reía del maldito problemita y de la madre que lo desencadenó.

YO NO TENGO NINGÚN PROBLEMA CATALÁN. Yo tengo la suerte de ser catalana y de ser española, entre otras cosas, porque me da la gana, porque me hace ilusión, porque hasta diría que me pone… ya sé que a otros no, pero qué quieren que les diga. Para mí España es un juguete lleno de posibilidades que todavía no se han agotado. España es para mí un filón de pasión y de intuición, toda ella, de la cruz a la bola. Pienso pasármelo pipa en El Escorial. Me voy a poner más chula que la francesa del aeropuerto contando todo lo que aquí pasa y lo que aquí no pasa. Vénganse conmigo todos los que sepan montar… pero sin complejos, eh. Aguafiestas y chafapatrias, abstenerse.