En una hora y media de discurso el martes Pedro Sánchez no mencionó la palabra “Kabul”. Ni “Afganistán” ni “embajada” ni “atentado”. Al día siguiente, en una mañana y una tarde de intervenciones, tampoco lo hicieron ninguno de los líderes de los partidos.

Sánchez habló en general del terrorismo internacional y en una ocasión del “terrorismo machista”. En el debate, se citó el terrorismo “como arma electoral”. Nadie se acordó de Isidro Gabriel Sanmartín, que estuvo horas agonizando en el patio de la embajada española en Kabul, y de su colega Jorge García Tudela, que fue asesinado en su habitación. En el Congreso nadie habló de ellos ni de los que resistieron en diciembre las 12 horas de asalto nocturno de la embajada española.

Aquel día el presidente del Gobierno dio información incorrecta sobre la situación. Creyó que no había víctimas, aseguró que el ataque no era contra la embajada y le quitó importancia. El error sigue sin explicación.

La falta de responsabilidad política es grave, pero todavía lo es más que siga faltando una investigación pública y a fondo sobre las deficiencias de seguridad de la embajada española en Kabul, una realidad desde hace años que cualquier diplomático considera ya parte de la normalidad. La embajada está fuera de la green zone donde otras legaciones están más protegidas, tiene sólo una puerta de chapa que en diciembre estaba estropeada y está a mano de cualquier cóctel molotov.

El atentado sucedió cuando faltaban diez días para las elecciones y cualquier petición de investigación entonces podría haberse malinterpretado como una jugada electoral. Ya han pasado los comicios, hay nuevo Parlamento y, se supone, una nueva manera de exigir cuentas. 

En las últimas semanas he preguntado a los partidos en el nuevo Congreso si estaban interesados en este asunto y si planeaban pedir una comisión de investigación sobre qué sucedió en Kabul y sobre la inseguridad de la embajada. La respuesta de la mayoría fue que estaban demasiado ocupados con las negociaciones para formar Gobierno. Ciudadanos, algo más receptivo, tal vez pida una comparecencia del ministro Margallo. Parece insuficiente.

Si los parlamentarios no se preocupan ni de proteger a quien nos protege ¿qué sentido tiene su papel? ¿Para qué sirven tantos discursos?

La grandilocuencia y las generalidades no valen nada. La única acción está en lo concreto. Si quieren hacer un servicio público, los diputados deberían empezar a hablar de Isidro y de Jorge. De cómo evitar que se repita aquella noche en Kabul. Ésa es la sesión que podría servir de algo.