El cantante canadiense Justin Bieber es un hombre de paja facilón. Es multimillonario con poco más de veinte años, tiene la profundidad intelectual de una mosca de la fruta, la insoportable prepotencia de un adolescente consentido y su talento musical oscila entre lo vaporoso y lo inexistente.

Pero si estamos de acuerdo con el diagnóstico coincidiremos también en que criticarle por eso es una idea digna del que asó la manteca. El área profesional de Justin Bieber es la que es, el entretenimiento para niñas, y ahí el zagal roza la excelencia. Tiene setenta y siete millones de seguidores en Facebook, tardó solo veintidós minutos en agotar las entradas del Madison Square Garden y ha vendido quince millones de discos en un momento en el que no se venden discos ni regalando jamones.

Esta semana Justin Bieber ha visitado España para promocionar Purpose, su último disco. Lo habrán leído en las noticias: el chaval abandonó a la brava una entrevista de radio en directo y luego sobrellevó con toda la desgana posible su aparición en el programa El Hormiguero de Antena 3. Para acabar de rematarlo, y mientras por aquí se le mentaba a la madre, Bieber publicó un mensaje en su Twitter que apenas duró unos minutos antes de ser borrado: «¿Qué cojones le pasa a los españoles? #NOVOYAVOLVERJAMÁS un programa de TV ridículo y la radio aún peor. Esa es la verdad».

Que un niñato te llame «ridículo» es como para pensárselo con fuerza. El caso es que Justin Bieber tiene razón. Tampoco es el primero en sentirse incómodo mientras es entrevistado en España. De hecho, empieza a convertirse en una costumbre típicamente española.

Los presentadores, generalmente adolescentes de cuarenta años con pocas lecturas pero mucha red social a cuestas, chupan cámara y acaparan el protagonismo mientras sueltan pésimos chascarrillos de codo en barra y un espontáneo traduce a un inglés de guardería lo que no son preguntas sino ocurrencias de aplauso lento. A ese inglés macarrónico los medios anglosajones lo llaman, muy educadamente, inglés roto. Por no llamarnos paletos, se entiende.

Háganse un favor y échenle un vistazo a esto o a esto. Eso es talento, provocación, agudeza y sentido del espectáculo. Y ahora compárenlo con los chistes y los monólogos de nuestras televisiones y radios. Y lloren.

Dice la rumorología popular que la expresión vergüenza ajena es típicamente española y que no tiene traducción fácil a otros idiomas. En realidad no es así, pero si algún país pudiera reclamar con autoridad la paternidad del sentimiento, ese sería España.