Más que ningún otro, Emiliano Rodríguez, merece la consideración de leyenda en el baloncesto español. Criado entre suelos de cemento y tableros de madera, Emiliano convirtió un deporte anclado en las estrecheces de la posguerra en el segundo más practicado y popular de nuestro país. Un adelantado a su tiempo que protagonizó los primeros capítulos de la historia moderna como capitán de la selección española y del Real Madrid.

Sergio Llull junto a Emiliano Rodríguez.

Sergio Llull junto a Emiliano Rodríguez.

Mejor jugador y máximo anotador de diversos Eurobaskets y Copas de Europa, quizá Emiliano haya sido el jugador que más influencia haya ejercido nunca sobre el baloncesto nacional. Por primera vez, un español no solo rivalizaba con los mejores europeos, sino que demostraba que podía ser mejor que ellos. Elástico, veloz, con una zancada poderosa y una envergadura extraordinaria, Emiliano era capaz de lanzar en suspensión, rectificar en el aire, jugar uno contra uno y de no perder ni un ápice de su velocidad cuando recibía el balón en los vertiginosos contraataques con los que el desparecido Frontón Fiesta Alegre se convirtió en una cancha inexpugnable.

Y es que una de las líneas laterales de la pista del Madrid de los primeros sesenta estaba pegada a la pared de un frontón, sobre el que se dibujó la cancha. Los visitantes soviéticos y checoslovacos observaban, con recelo y el freno de mano puesto, a un kamikaze de camiseta blanca correr como una centella al lado de un muro verde que parecía venírseles encima. Hasta corría el rumor de que, en ocasiones, Emiliano y Sevillano, su pareja de baile en el Madrid, se pasaban el balón botándolo contra la pared.

Fuera de la pista, Emiliano era el líder ejemplar que todos querríamos en nuestro equipo. Humilde, trabajador, siempre con una sonrisa en la boca, actuaba de cicerone para los extranjeros y de padre para los jóvenes, que aún hoy, convertidos en adolescentes de la tercera edad, hablan con admiración de él. Simpático y ocurrente, siempre encontraba alguna forma de aliviar las derrotas y de ahogar las penas.

Así que cuando José Ramón Ramos se destrozó la rodilla, Emiliano se presentó en el hospital con una botella de champán y media docena de copas para brindar por la próxima rodilla del excelente escolta, hermano del gran Vicente Ramos, uno de los mejores bases que ha dado este país. Raimundo Saporta bautizó estas ocurrencias como "emilianadas". Por cierto, que Emiliano tenía hilo directísimo con el factótum de Bernabéu y de los presidentes de la Federación de Baloncesto.

Fuera del ámbito deportivo, nuestro protagonista fue uno de los deportistas más populares en nuestro país en las años 60 y 70, un símbolo del crecimiento económico y del cambio social que los españoles tejían por entonces. Necesitada de nuevos modelos, figuras como Manolo Santana, Ángel Nieto y el propio Emiliano recibieron el reconocimiento de una sociedad que buscaba nuevos horizontes y enterrar el pasado.

En una de sus acciones publicitarias -lamento no recordar el nombre de la marca-Emiliano grabó un disco de vinilo de 45 rpm que se regalaba como gancho para el comprador. En él contaba, intercalado con los mensajes de rigor, cómo habían sido sus inicios en el baloncesto. Escuché, repetí e imité en innumerables ocasiones las recomendaciones que hacía quien era para los niños que empezábamos entonces un héroe al que veíamos de cuando en cuando en la televisión. Eso fue para mí Emiliano: un modelo, lo que yo quería ser, el Paco Gento del baloncesto.

Hoy su figura aparece un tanto olvidada por la inmediatez que nos fabricamos y que nos impide ver el bosque. Espero que el tiempo le ponga en el lugar que le corresponde. Hay jugadores que pasan a la historia porque ganan muchos títulos y son muy buenos. Hay otros que dominan una época y son mejores. Y hay otros que cambian el curso de la historia. Esos son los imprescindibles. Querido Emiliano, leyenda del baloncesto, que la vida sea generosa con usted y le guarde muchos años.