Mi vaso suele estar medio lleno. Lo digo de antemano, para que se me entienda. Soy optimista irredenta. E intento estar informada. Lo digo por aquello de que dícese que el pesimista es un optimista informado. Nada que ver. Y, desde mi posición, me cuesta mucho más que a la media llegar a conclusiones negativas. Me niego.

Sin embargo, o mucho empujamos todos o alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se vislumbra cada vez tarea más complicada. No parece muy factible arribar a buen puerto y con la puntualidad establecida. E insisto, no es pesimismo. Son los datos a todas luces creíbles.

Lo que no parece que fluya es la información que conciencie a la sociedad ni que esté llegando en tiempo y forma adecuada. Lo he comprobado en las últimas semanas, y confieso que con cierta frustración. Por decir, últimas. Doy bastantes clases y charlas sobre moda y sostenibilidad, sobre comunicación en general y, siempre que puedo, y puedo siempre, incluyo los cambios que debemos llevar todos a cabo sin solución de continuidad y con los ODS como bandera y señal de meta.

Cuando lo hago, pregunto a los alumnos, generalmente de posgrado, por su conocimiento de los ODS. Suelo dar por hecho que están no solo informados, sino imbuidos de su consumación. Y cuando les digo “porque sabéis qué son los ODS…, ¿verdad?”, muchas veces casi lloro al descubrir su desconocimiento, bien porque lo exhiben, bien porque lo sugieren sus miradas incrédulas.

No son las únicas personas que no muestran interés por la agenda 2030. Últimamente, he escuchado a más de uno —y más de dos— sus dudas. De pronto, como una especie de ola gigante, se añaden los Objetivos de Desarrollo Sostenible a argumentos catastrofistas en boga. De quienes por razones que desconozco los denostan. De quienes ponen un acento más grave en las dificultades de alcanzarlos, que ya sabemos que existen, que ya he dicho al principio que existen.

La Historia no es de otros ni la construyen otros. La Historia no es obra de gobiernos y gobernantes. La construimos nosotros. También con nuestra capacidad de establecer y de torcer rumbos que se adivinan tortuosos. Y para ello la información, la mejor, la objetiva, es crucial. Por eso, me fascinó desde el primer momento la creación de este vertical, ENCLAVE ODS, dentro de la oferta del periódico EL ESPAÑOL. Y por ello me he sentido muy honrada aceptando la responsabilidad de dirigirlo.

La responsabilidad de Enclave ODS es precisamente la de informar para que no exista tergiversación posible sobre su significado. La Agenda 2030, todos los aspectos relativos a la sostenibilidad, esa necesidad de presente y, sobre todo de futuro, los criterios ESG —medioambiental, social y de gobernanza, por sus siglas en inglés— deberían ser materia conocida por toda la ciudadanía para obrar en consecuencia. Y los medios tenemos la misión de darlos a conocer. Después, una vez alcanzado el conocimiento, a cada cual le corresponde actuar con el compromiso que el tiempo requiere. Y en efecto, el tiempo hasta cumplir con la Agenda 2030 es corto.

Hace unos días, en una mesa redonda sobre políticas públicas de igualdad, organizada por el Concello de Vigo, Laura Seara, socia consultora de Red Talento Consultoras, me preguntaba por el camino hacia el cambio, hacia la consecución de la igualdad. Y puse el futuro en manos de los ODS. Porque en efecto, mirado uno por uno, deberían ser el marco de trabajo, el personal, el empresarial, el social, el gubernamental. Una especie de mandamientos, 17 frente a los diez católicos, que aúnan el abracadabra de nuestro futuro y resumen las grandes iniciativas a activar para crecer sintonizando con la partitura vital trascendental de nuestra era.

Basta con leer el enunciado de cada uno de ellos para descubrir el trayecto del desarrollo sostenible. Personalmente, y como es lógico, el número uno que preconiza el fin de la pobreza y el número dos que llevan el hambre a cero son fundamentales. Las grandes desigualdades parten de ahí. Sin embargo, el camino sigue siendo tortuoso.

Si hablamos de pobreza, se considera en el entorno de 700 millones las personas que viven bajo su umbral, con menos de 2,15 dólares al día. Y ya se ha estimado que en 2030 esa cifra tan solo se verá reducida en 100 millones. Sí, expuesta de esta manera son muchos, pero en neto equivaldrá a 600 millones de pobres. Y en cuanto al hambre, las guerras y grandes crisis alimentarias hacen que, según Save the Children, 24 millones de menores lo sufran. Imposible transformar el mundo, ese que no parece el nuestro, sin estos asuntos concluidos.

Propiciar la salud y el bienestar, una educación de calidad, una sociedad igualitaria en general y con la igualdad de género resuelta, en particular, no son tampoco bicoca alcanzable. En parte, se ligan con los dos primeros objetivos, pero también con una especie de contrarreforma de la revolución social a la que asistimos que, focalizada en las brechas de género, amenaza con una involución que en sociedades avanzadas podría parecer más cuestionable. Pero se muestra palpable en lugares como Irán, por poner un simple ejemplo.

El trabajo decente, la energía asequible y no contaminante, la innovación en la industria, el cuidado de la vida de los ecosistemas terrestres, la producción y el consumo responsable solo pueden trabajar en favor de una sociedad más sostenible, en el amplio sentido de su palabra, con esa mirada supra cenital de los objetivos y concentrada en los criterios ESG.

Solo pueden dar lugar a una concienciación por el clima absolutamente necesaria, con una acción climática que permita subvertir ese cambio que tan malas consecuencias tiene sobre el planeta. Y entre las urgencias, el agua, como bien común que solo la sequía ha convertido en preocupación de favorecidos cuando en otros lugares es pesadilla, si no universal, sí de los más desfavorecidos.

En aquellas jornadas de Vigo dejé muy claro lo que siempre he sentido y es que de todos los ODS, siendo los 17 necesarios, es precisamente el último, el de las alianzas, el nodal. Y no solo como se cita en la Agenda 2030 para potenciar el alcance de todos, sino como filosofía de este siglo XXI que es el de retos cuantificables. Solo con alianzas, con colaboración, en un mundo solidario, seremos capaces de transformarlo.