En la frontera con Suiza y Francia se encuentra la más pequeña de las regiones italianas. Un impresionante paisaje salpicado por las cimas más altas de los Alpes: Cervino, Monte Rosa, Gran Paradiso y “su alteza” Mont Blanc.

El Valle de Aosta fue lugar de paso en las rutas comerciales que se dirigían hacia Francia y el norte de Europa. Un espacio estratégico, muy disputado a lo largo de su historia, repleto de lagos, glaciares, bosques y cascadas. Poco accesible, de costumbres y tradiciones arraigadas, el valle es uno de los grandes centros de esquí del mundo. Y no solo eso, la altura de sus picos y la pasión por la montaña posibilitaron el nacimiento del alpinismo.

Courmayeur

Es la cuna del alpinismo, el lugar en el que nació la primera escuela de guías de montaña. En Courmayeur, la Casa de las Guías Alpinas alberga un lugar muy especial para los aficionados a los deportes de montaña. El Museo Duca degli Abruzzi revive las aventuras del alpinismo desde sus orígenes en el siglo XIX.

Dedicado al duque de Abruzzi, reúne herramientas y recuerdos que dan testimonio de las gestas épicas del montañismo y del origen del rescate de montaña en el Valle de Aosta. Además, conserva objetos y hallazgos de las expediciones más famosas al K2, el Polo Norte o el Himalaya.

La famosa ciudad de los deportes invernales está situada en una preciosa cuenca natural coronada por el Mont Blanc (Monte Blanco) que alcanza los 4.810 metros. Courmayeur posee más de cien kilómetros de pistas y la posibilidad de esquiar por las pendientes del llamado “techo de Europa”, un gran atractivo para esquiadores de todo el mundo.

Las rutas fuera de pista de Toula, destinadas a los esquiadores expertos, acercan hasta Chamonix a los más atrevidos. La perla de los Alpes ofrece toda la gama de deportes de invierno, incluidos el patinaje sobre hielo, la escalada, el ascenso o las más sencillas caminatas. Los aficionados a las compras también tienen la oportunidad de disfrutar en las numerosas tiendas de las calles del centro de la localidad.

El Valle de Aosta dispone de otras pistas de esquí, como Cervinia y Pila, muy conocidas entre los amantes del deporte blanco, al igual que Monte Rosa y los valles de Ayas, Gressoney y Valsesia. Entre sus imponentes montañas y sus hermosos valles se encuentra el primer Parque Nacional italiano, el Gran Paradiso, en el que es posible tropezar con marmotas, águilas reales, gamuzas (rebecos) y, por supuesto, con el símbolo de este hábitat natural, la cabra montesa.

No solo la naturaleza resulta impresionante. Ciento setenta castillos se alzan sobre inmensas peñas que flanquean el curso del río Dora Baltea. El hermoso castillo de Sarre fue residencia de los príncipes de Saboya hasta su exilio y uno de los preferidos para alojarse durante sus batidas de caza por la región. El interior del palacio conserva esa doble función de residencia y centro de diversión y muestra magníficas pinturas, muebles originales, esculturas y habitaciones ricamente decoradas. Todo un museo en el que los visitantes no pueden permanecer impasibles ante un salón repleto de cientos de cornamentas. Son los trofeos de caza que decoran el famoso Salón de los Cuernos, el nombre era inevitable.

También el Castillo de Fénis es uno de los más conocidos de la región y un ejemplo de la arquitectura de defensa militar de los siglo XIV y XV. Una fortaleza espectacular que dispone de planta pentagonal con torres circulares en las esquinas y dobles murallas almenadas. En su interior, mucho más refinado, destacan frescos de gran valor como los de San Jorge matando al dragón, San Cristóbal y la Anunciación. El camino de los castillos, y muy especialmente el de Fénis, nos acerca hasta la capital del valle.

Aosta, la pequeña Roma de los Alpes

Fundada por los romanos en el año 25 antes de Cristo fue bautizada como Augusta Praetoria y es el punto central de las principales carreteras que conducen hasta Francia y Suiza. La ciudad de Aosta mantiene su esencia romana en monumentos como el Arco de Augusto, La Porta Praetoria (entrada oriental de la antigua ciudad romana), el teatro, el Foro y la muralla.

Pero su ambiente medieval tampoco ha desaparecido y anima a un interesante recorrido para visitar la Catedral de Santa María de Assunta que presume de un hermoso altar barroco, de mármol negro y taraceas, y una cripta del siglo XI de tres naves separadas por finas columnas medievales y algunas romanas. Su Museo del Tesoro aglutina ricas piezas del tesoro de la catedral y muchas obras de arte de diferentes parroquias del valle.

Nadie puede entrar en Aosta y no detenerse a contemplar los elegantes edificios neoclásicos de la Piazza Chanoux, el punto principal del casco antiguo. Otra visita obligada lleva al visitante a admirar una de las joyas religiosas de la ciudad.

Desde el siglo XI, permanece en pie el complejo de La Colegiata de Sant'Orso. Su claustro románico, con modificaciones góticas, posee cuarenta capiteles de mármol decorados con escenas bíblicas y de la vida y leyendas del santo que da nombre a la construcción. Un santo que, por cierto, tampoco podía faltar en uno de los acontecimientos más llamativos de Aosta. A finales de enero, la exposición de Sant'Orso atrae a miles de turistas que acuden a la ciudad engalanada para conocer las más antiguas producciones artesanales del valle. Esculturas de madera, hierro forjado, piedra, cuero, mimbre, tejidos de lana, encajes, juegos o máscaras que decoran, aún más, un entorno realmente encantador.

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