Las leyendas del café llegaron desde África y su aroma y sabor se alojaron en el Viejo Continente. La exótica infusión estimuló los paladares europeos y llegó a convertirse en sinónimo de cordialidad y charla tranquila. Desde entonces, su nombre ya no sólo define la bebida oscura y olorosa sino también a los locales en los que se consume.

Los Cafés más emblemáticos de Europa aún conservan ese perfume balsámico. A partir del siglo XIX y principios del XX, los Cafés europeos se convirtieron en el punto de encuentro preferido de los intelectuales. Grandes obras y proyectos se forjaron en unos establecimientos que pasaron a convertirse en instituciones culturales. Los más emblemáticos se adornan con una exquisita decoración. 

Café Majestic, Oporto 

Oporto es el sabor del vino dulce, el fado, los angostos callejones empedrados y el río Duero. Y pesar de todo, la ciudad portuguesa tiene corazón de Café. La hermosa decadencia del Majestic ilumina el centro de la ciudad. El antiguo Café Élite se inauguraba en los años 20 del mismo siglo. Ahora, a pesar del cambio de nombre, mantiene todo el romanticismo y la decoración de antaño.

Café Majestic, Oporto.

Café Majestic, Oporto.

Sus mármoles y esculturas cobijaron a escritores e intelectuales, pero también sirvió de refugio a artistas y políticos. Sus grandes cristaleras invitan, aún hoy, a atravesar sus puertas y disfrutar de un buen café. Dicen que J.K. Rowling, acodada en una de sus mesas, buscó inspiración para escribir alguno de los capítulos de Harry Potter. 

Café Central, Viena 

Viena sugiere ópera y encanto cultural. Lo atestiguan más de 100 museos y su eterna vinculación con la ópera y la música. Grandes compositores como Beethoven, Mozart o Strauss vivieron en la ciudad del Danubio. Y su música sigue viva. Escucharla en el Café Central, el más emblemático de Viena, supone un auténtico lujo.

Desde sus orígenes, hace más de 150 años, ha atraído a la élite intelectual de la ciudad. Ilustres nombres de la historia como los de Sigmund Freud o León Trotski formaron parte de su clientela y, desde luego, de los recuerdos del Central. A pesar de su renovación, la elegancia de sus salones, las lámparas y las columnas continúan creando un ambiente selecto y elegante. El lugar propicio para su exquisita repostería y sus conciertos de piano, con todo el encanto de la Vieja Europa.

Cafés españoles

El Gijón no necesita presentaciones. Abrió sus puertas en 1888, en el número 21 del paseo madrileño de Recoletos. Es toda una institución, un referente de la vida cultural española desde el pasado siglo. El café más famoso de España ha conseguido superar tiempos de crisis y mantener su vocación. Y en sus paredes queda algún recuerdo de aquellas doctas tertulias. Reuniones de grandes figuras de la ciencia, la literatura, el pensamiento y el arte. Clientes como Ramón y Cajal, Valle Inclán, Pío Baroja o Pérez Galdós se sentaron alrededor de sus mesas y enriquecieron el aire con sus debates.

La competencia del café Gijón se instaló en Pamplona, en el mismo año. El Café Iruña iluminó la ciudad en más de un sentido. Fue el primer establecimiento en disponer de luz eléctrica. Ahora, con sus lámparas de época, sus grandes espejos y escudos policromados, mantiene el rincón de Hemingway. La figura del escritor norteamericano permanece impasible ante los nuevos visitantes. 

Estatua de Hemingway en el Café Iruña.

Estatua de Hemingway en el Café Iruña.

Otros Cafés españoles sirvieron de eco a estos pioneros, aunque pocos han logrado sobrevivir al paso de los años. En la Ciudad Condal, el célebre Els Quatre Gats tuvo una vida breve pero intensa. Por su salón desfilaron un joven Picasso o el innovador Gaudí. 

Los cafés europeos fueron y son elegantes supervivientes de la historia.

New York Café, Budapest 

Ocupa el mismo lugar y es una réplica perfecta, aunque no el original. El New York Café está instalado en la planta baja del Hotel New York Palace de Budapest (antes Boscolo). Vivió su época de mayor esplendor en el periodo de entre guerras y quedó catalogado como el gran centro cultural e intelectual de la Europa Central. Fue el templo de la literatura húngara y la poesía, el lugar favorito de los grandes pensadores del siglo XX.

Con la llegada del comunismo alcanzó su mayor nivel de degradación. El siglo XXI ha devuelto el esplendor a una cafetería que muchos consideran la más bonita del mundo. Sus impresionantes columnas salomónicas, espejos, frescos y esculturas, se combinan con las lámparas de cristal veneciano, columnas de mármol y estucos dorados. Un conjunto que sobrecoge por su deslumbrante y exquisita elegancia. 

Gran Café Gambrinus, Nápoles 

La visión del Vesuvio, el bello casco histórico y el Gran Café Gambrinus son algunas de las maravillas de Nápoles. El Gambrinus tomó su nombre del legendario rey de Flandes, inventor de la cerveza. La intención de fusionar la cerveza, rubia y fría, y el café, oscuro y caliente, combinaron muy bien en el Gran Café. Ha sabido mantenerse en la hermosa Plaza del Plebiscito, en el número uno de la Calle Chiaia, una de las calles comerciales más conocidas de la ciudad.

Entrada principal del Gambrinus Caffè, en Nápoles.

Entrada principal del Gambrinus Caffè, en Nápoles.

Por sus salas pasaron grandes personajes de distintas épocas y de países diferentes. Oscar Wilde, Hemingway o Jean Paul Sartre probaron su café y, posiblemente, también la repostería. A lo largo de su historia ha sido refugio de poetas, políticos, intelectuales y artistas. Plasma a la perfección, el espíritu de los cafés literarios clásicos del la Europa del XIX. En 1938 fue clausurado ante la acusación de ser un refugio antifascista. Los años 70 lograron su resurrección. Ahora, sigue mostrándose esplendoroso.

Las leyendas del café continúan vivas. En el siglo XVI se consideraba una bebida de Satanás, incluso, tuvo que intervenir el papa Clemente VIII para asegurar que era una infusión apta para cualquier creyente. Siglos más tarde, los Cafés europeos se convirtieron en el templo pagano de la diosa cultura.