La paz de la desconexión en el campo extremeño

La paz de la desconexión en el campo extremeño

Viajes

La paz de la desconexión en el campo extremeño

Extremadura tiene lo mejor de cada casa: parajes sosegados, gastronomía exquisita y una arquitectura centenaria excelentemente conservada.

11 junio, 2019 02:01

Situada en el centro de Badajoz, la comarca Tierra de Barros toma su nombre de la tradición alfarera de la zona, y es conocida por la elaboración de embutidos o la viticultura, convirtiéndola en una de las tierras más fértiles de Extremadura y muy cotizada desde la antigüedad, como atestiguan los restos romanos de Medina de Las Torres o Alanges. En esta última localidad se encuentran unas famosas termas que se remontan al siglo III.

A tan solo 25 kilómetros, se encuentra la comarca de Zafra. Un paraíso lleno de historia donde visitar el antiguo Alcázar reconvertido en Parador y la Colegiata de la Candelaria, donde se encuentran retablos de Zurbarán y de Churriguera. Ubicada en plena Vía de la Plata, es una ciudad ideal para descansar y disfrutar de lo mejor de la gastronomía extremeña. El jamón ibérico es el producto estrella de esta tierra, pero no se quedan atrás platos tan típicos como las migas, el rabo de toro o la caldereta de cordero.

Precisamente entre encinas, olivo, y el inconfundible olor a azahar, oculta entre las comarcas extremeñas de Tierra de Barros y Zafra, se encuentra La Parra, lugar de señores y señoríos, llena de historia. A tan sólo 60 km de la capital pacense, esta localidad domina el único paso natural que hay en el camino histórico entre Jerez de los Caballeros y Mérida, situación estratégica que, para algunos autores, la convirtió en una fortaleza de los caballeros templarios. 

Oasis de desconexión

En su patrimonio destacan la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y el Convento de Santa Clara de la Parra, hoy, convertido en la Hospedería Convento de La Parra. Declarado Bien de Interés Cultural, este antiguo convento de las religiosas Clarisas, una joya del siglo XVII, se convierte en el destino perfecto para la desconexión y el descanso rememorando la vida monacal de antaño.

Con encanto y sin tecnología, el claustro es la única zona de wifi, es el destino perfecto para romper con el mundanal ruido y conocer en profundidad el sur de Extremadura. En plena naturaleza, se pueden divisar las inmensas extensiones de viñedos, con los que se elaboran los caldos de la denominación de origen Ribera del Guadiana

Hoy en día ya es un referente para los viajeros de todo el mundo que buscan de un hotel mucho más: una parada en el camino para cuidarse, reflexionar, disfrutar de lo mejor de la gastronomía extremeña, y descansar. Exquisitos platos regionales maridados con los excepcionales vinos de la Ribera del Guadiana que se pueden degustar en su restaurante, situado en el antiguo refectorio del convento. Tradición y vanguardia a partes iguales es la esencia de su carta. 

Manteniendo la esencia de las viejas celdas de reposo de las monjas, su decoración y disposición ha sido diseñada acorde al espíritu original de la vida de clausura. El blanco de los muros, las bóvedas de crucería, el silencio de la noche, la piedra, la madera, el hierro están presentes en cada rincón de esta hospedería invitando a la reflexión y al sosiego.

Arquitectura cuidadosamente conservada

Una piscina de aguas cristalinas ubicada en el antiguo huerto del convento invita a zambullirse y olvidarse de cualquier preocupación, centrándose en el sonido del agua. El solárium, a disfrutar del sol extremeño. Es un lugar de reposo, donde leer y pasear disfrutando de los olores del campo: azahar, vid, olivo, encina, alcornoque, jarra, retama, tomillo y orégano.

Un edificio sólido, como los de antes, hecho de mampostería y ladrillo, encalado en blanco con algunas pinturas murales, que mantiene prácticamente su estructura original. Vigas de madera y molduras, pilares, bóvedas y con una portada adintelada de piedra, este edificio erigido en 1673 está lleno de rincones que descubrir, sencillos y llenos de historia. Destacan especialmente los tres retablos barrocos de la iglesia del convento, que, desacralizada ya, sigue protagonizando la vida de aquellos que deciden celebrar ceremonias civiles. 

Este lugar tiene, además, curiosas anécdotas que contar. Como el descubrimiento, en 1999, mientras se hacían las labores de reforma, de un pozo tapiado con más de medio millar de piezas de loza decorada y objetos de vidrio, con piezas muy variadas y decoradas a mano mediante la técnica de la talla o el pintado del cristal. Posiblemente, tesoros escondidos de caer en manos francesas durante la Guerra de la Independencia en los primeros años del siglo XIX.

Un entorno de campo y ciudades con mucho que ofrecer (no olvidemos que la Feria Internacional Ganadera, celebrada en otoño, está entre las más importantes de Europa). Su casco histórico demuestra lo importante que fue en su día esta población, con distintas plazas, pórticos, iglesias, e incluso un Alcázar.

Su gastronomía, además, invita a hacer una para larga: además de las migas extremeñas y el bacalao dorado, en Zafra destacan los productos derivados del cerdo, como el jamón, el chorizo, la morcilla… por no hablar de sus vides y sus olivos, que ofrecen un aceite de gran calidad. Merece la pena hacer una visita al Molino de Zafra, a alguna de sus bodegas o, incluso, a una ganadería. 

Extremadura es un paraíso por descubrir… incluso en verano, siempre que se encuentre el lugar idóneo para refugiarse del calor, y disfrutar del sosiego y la tranquilidad de lo rural.