Viajes

23 horas en el Orient-Express

  • Cada vagón del tren actual resume en un panel las peripecias que presenció el capricho de una vez en la vida que se dio Mata Hari.
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8 abril, 2016 14:18
Elena del Amo Luis Davilla

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Mientras los operarios hacer brillar como un espejo su carrocería en la estación de Venecia, al Orient-Express se le arriman incrédulos los turistas. Por los andenes vecinos, los demás trenes parecen amilanarse ante el único de su especie con nombre, apellido y leyenda propios. ¡Y no es para menos! Desde que en 1883 “el tren de los reyes y rey de los trenes” comenzara a trasegar con la flor y nata del momento por las vías de Europa, su majestad ha inspirado casi una decena de películas, más del doble de novelas y hasta un foxtrot. Ya estaba aupado al olimpo de los mitos cuando Agatha Christie publicó su Asesinato en el Coche de Calais. Sólo tras rebautizarlo como Asesinato en el Orient-Express se convertiría en un best-seller.

Desde Mata Hari hasta Lawrence de Arabia, pasando por rajás, princesas rusas y vividores de todo pelaje, aliñaron de glamour su andadura, especialmente delirante en sus días de gloria de los años 20 y 30. Cada vagón del tren actual resume en un panel las peripecias que presenció, y todos y cada uno tienen una historia que contar. Si el coche 3425 formaba parte del convoy que el Rey Carol de Rumanía usaba para sus escarceos amorosos, el 3309 fue uno de los que quedó varado en la nieve durante diez días, dejando a su ilustre pasaje a la caridad de unos aldeanos turcos y obligando a los caballeros a dispararle a los lobos que aullaban por las vías para que el chef se los cocinara.

Incluso en uno de sus antiguos vagones se firmó el armisticio entre Francia y Alemania durante la Primera Guerra Mundial. De ésta el Orient-Express se recuperó. Fue sin embargo la segunda gran contienda la que le dio la puntilla a estos periplos para elegidos en los corría el champán, las damas se emperifollaban para la cena y los señores a los postres se retiraban a fumarse unos habanos mientras hablaban de cosas de hombres. La Europa desolada que asomaba del otro lado de las ventanillas daba poco pie a la frivolidad y, con los años, el tren, cada vez más ajado, acabó transportando inmigrantes junto a vagones del todo anodinos hasta que, en mayo del 77, cubrió su trayecto mítico de París a Estambul por última vez. O más bien la penúltima, porque apenas unos meses después el empresario norteamericano James Sherwood se hacía con dos de sus viejos coches en una subasta en Montecarlo.

La idea inicial era restaurarlos para ofrecerles viajes extravagantes a unos pocos millonarios. Pero –es lo que tiene tener tiempo y dinero–, Sherwood y señora se entusiasmaron con el proyecto y siguieron localizando vagones vintage de aquí y allá con los que armar el exquisito Frankenstein sobre raíles que volvieron a poner en marcha en 1982. Desde entonces el Venice Simplon-Orient-Express traza un buen puñado de recorridos por Europa y, casi sin excepción, cada uno de los como máximo 188 pasajeros que lleva a bordo tiene algo importante que celebrar: una pedida de mano, un regalo a una nieta por haberse graduado, unas bodas de oro… ¡Eso en Ryanair no pasa!

El Venecia-París, uno de sus itinerarios más breves, parte de la friolera de 2.511 €. Por barba, se entiende, aunque al menos, salvo que alguien quiera darse un capricho extra, todo queda incluido: la comida gourmet y después la cena que el chef Christian Bodiguel es capaz de elaborar en una cocina de apenas 13 metros y en movimiento, servidas ambas con cubertería de plata en sus coches-restaurante de lacados art-déco; un mayordomo disponible las 24 horas que a media tarde servirá el té en la intimidad del compartimento; una velada de tiros largos con pianista y todo o, antes de llegar a París, un desayuno en el que hasta los croissants acaban de hornearse a bordo.

No hay paradas entre la estación de Santa Lucia y la Gare de L’Est, pero sí casi un día entero, con su noche correspondiente, para paladear unos paisajes de impresión y, sobre todo, la voluptuosidad de viajar una vez en la vida al estilo de la belle époque. Para lo bueno y lo malo. Y es que, por eso de mantenerlos tal cual fueron en su día, los compartimentos vienen a ser un saloncito que, durante la cena, el mayordomo transforma en una habitación doble de literas no aptas para una noche de celebración. La segunda sorpresa es que el primoroso mueble de marquetería que luce en la esquina camufla un lavabo para adecentarse lo justo, con una oportuna bacinilla para una urgencia. No hay ducha y, el retrete, saliendo de la cabina al fondo del pasillo. En los años 20 las cosas eran así.

Guía práctica

Todos los recorridos del tren

Aunque incluso en su época dorada el itinerario más famoso del Venice Simplon-Orient-Express fuera el París-Estambul, este no era su único recorrido, y tampoco lo es hoy. De hecho este trazado mítico sólo lo hace una vez al año. Es en agosto, cuesta 8.559 €, y a lo largo de sus seis días se alternan las noches a bordo con otras en hoteles de lujo por Budapest y Bucarest.

Mucho más frecuentes, sus rutas con una noche en el tren entre París y Venecia, Verona, Praga, Budapest o Berlín, por 2.511 €, o prácticamente los mismos destinos pero saliendo de Londres, a partir de 2.983 €. También hay recorridos de cuatro días entre varias de estas ciudades, y el capricho más asequible durmiendo a bordo es su Venecia-Viena, por 1.445 €. Hay recorridos entre París y Londres desde 878 € combinando el Orient-Express y el British Pullman, aunque aquí ya no se hace noche en el tren.