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La historia del loro Ravachol, el animal más insolente y querido del carnaval pontevedrés

Todos los Lunes de Entroido se reproduce en la ciudad del Lérez el entierro de su animal más ilustre, un impertinente ave que vivió en una botica de la plaza de la Peregrina y que hoy forma parte del patrimonio cultural de Pontevedra
Estatua del loro Ravachol en la plaza de la Peregrina, en Pontevedra.
Estatua del loro Ravachol en la plaza de la Peregrina, en Pontevedra.

La botica de Don Perfecto Feijóo abre sus puertas en la plaza de la Peregrina en 1880. El banco de piedra que daba la bienvenida a los visitantes pronto se convirtió en uno de los lugares más bulliciosos de Pontevedra e incluso acabaría convirtiéndose en un importantísimo foco de actividad social de la ciudad: llegó a albergar tertulias entre personalidades tan conocidas como Montero Ríos, Emilia Pardo Bazán o Miguel de Unamuno.

No obstante, no fue solo el amplio catálogo de pócimas y medicamentos lo que hizo famosa esta farmacia del centro de la ciudad. Tampoco se recuerda hoy, aunque cueste creerlo, por las voces políticas que se reunían a sus puertas. El culpable de la fama de la botica de Perfecto Feijóo fue un loro llamado Ravachol.

La historia del curioso animal de compañía marcó tanto a las gentes de Pontevedra que todavía hoy en día, cada entroido se recrea la botica en su esquina de la Plaza de la Peregrina; y cada Lunes de Entroido se rinde un particular homenaje al dicharachero loro Ravachol.

Divertida insolencia

Ravachol llegó a la botica del señor Feijóo en 1891, según cuenta el Museo de Pontevedra probablemente procedente del Regimiento de Infantería de Guillarei (Tui). El director de la banda de música del Regimiento, Martín Fayes, podría haber sido el autor de este original regalo. El animal exótico, aunque no era el único que habitaba en la Boa Vila en aquel momento, sí logró ser el más conocido, tanto es así que hoy es un símbolo más de la ciudad.

Su personalidad, alborotadora y rebelde, fue la que le granjeó el nombre de Ravachol en honor al revolucionario francés François Claudius Koënigstein, anarquista, terrorista y ladrón. Según cuentan varios escritos de la época, el loro era conocido en la ciudad por sus frases impertinentes, casi siempre en gallego, con las que divertía y escandalizaba a partes iguales.

Imagen del loro Ravachol. Foto: Museo de Pontevedra

No obstante, Ravachol no siempre fue el insolente loro que hoy se recuerda, sino que algunos historiadores de la época cuentan que tardó un tiempo en acostumbrarse a la botica y permaneció casi mudo durante algunos meses. Pero pronto comenzó a mostrar su verdadera personalidad e incorporar a su "vulgar vocabulario cuartelero" las frases que había escuchado en sus primeras semanas en la farmacia de Perfecto Feijóo.

Prudencio Landín, Enrique Fernández-Villamil o José Luis Calle son algunos de los que recogen las frases más conocidas del exótico papagayo, que repetía sin cesar "se collo a vara" (si cojo la vara), reproduciendo las reprimendas que su propio dueño hacía. Los visitantes de la botica comenzaron a obsequiarlo entonces con chucherías, un gesto que el que no hacía acababa escuchando un "vaite de aí, lambón" (vete de ahí, goloso).

También ejercía de "timbre" y avisaba al boticario de que había clientes cuando éste se iba a la trastienda, bajo el grito de "Don Perfeuto, parroquia", además de advertir a los visitantes de que "aquí non se fía". Llegó a insultar a ilustres escritores como Emilia Pardo Bazán, que aseguraba que la había llamado "puta", o al presidente de la República Emilio Castelar, al que llamó "Demo das barbas" (Diablo de barbas) en una reunión de políticos a los que tachó de "ladrones".

El luto de toda una ciudad

El impertinente Ravachol llegó a convertirse en un personaje ilustre, amado por (casi) todos los vecinos y un hijo más de la ciudad de Pontevedra. Tan querido era que el día siguiente a su fallecimiento, el 27 de enero de 1913, la prensa local se hizo eco de la "desconsoladora noticia" de la muerte del loro. Las teorías sobre el deceso del pobre animal iban entonces desde una enfermedad desconocida hasta el envenenamiento llevado a cabo por algún cliente descontento con sus insolencias.

La cercanía de las festividades de carnaval hizo que la Boa Vila se dividiese entre el luto y la celebración, lo que acaba con una feliz casualidad que convierte al loro en el mito que es hoy. Un prolongado velatorio, llevado a cabo los primero días en la botica de Don Perfecto Feijóo y más tarde en el local de la Sociedad de Recreo de Artesanos, culmina con un multitudinario entierro.

Su cadáver, embalsamado y expuesto sobre una mesa cubierta de flores en la farmacia, es velado por los vecinos, que se acercan desde toda Galicia para transmitir sus condolencias al boticario y, quien no puede hacerlo, las envía en telegramas llegados de todo el país. El "solemne sepelio" tiene lugar el domingo de carnaval, día 2 de febrero, y se prevé el entierro el mismo Miércoles de Ceniza, para lo que se convoca a los pontevedreses "disfrazado cada uno a su manera y llevando en vuestras pecadoras manos un farol lo más funerario posible".

Nace el mito

Desde el local de Artesanos, en la plaza de la Constitución (hoy la Herrería) parte la comitiva fúnebre que desfila con el exótico animal engalanado y seguido de toda la ciudad. Miles de personas completan el recorrido que atraviesa las calles más importantes de Pontevedra y que hoy se ha convertido en una tradición más del carnaval. El coro Aires da Terra y el orfeón de la Sociedad Artística entonan el De profundis de Mozart como despedida frente a la botica en la que Ravachol había vivido.

Esa misma noche, el Circo-Teatro celebra una velada en honor al loro en la que se recitan poemas, se cantan réquiems y, en definitiva, se rinde homenaje al animal como se habría hecho con el vecino más ilustre de Pontevedra. Finalizada la velada, el cuerpo de Ravachol es trasladado hasta una finca de Perfecto Feijóo en Mourente, donde será enterrado en presencia de varios políticos de la ciudad y, por supuesto, de su compungido dueño.

A pesar del impresionante despliegue que tiene lugar para el sepelio y entierro de Ravachol, no es hasta 1985 cuando se incorpora al carnaval pontevedrés, una tradición que hoy se ha convertido en una de las favoritas de los vecinos. Este particular velatorio, cuya comitiva fúnebre también recorre varias calles de la ciudad, se realiza cada Lunes de Entroido y sirve de culmen a una semana de fiestas en Pontevedra.

Como en el habitual Entierro de la Sardina, un "meco" gigante representa al loro Ravachol, disfrazado de un tema de actualidad diferente cada año. Tras su llegada a la Herrería, seguido de plañideras y demás pontevedreses que lloran su muerte vestidos de luto riguroso, presencian su quema para simbolizar el fin de las restricciones de la cuaresma.

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