Todo parecía ir bien en el paseíllo hasta que los toreros saludaron al presidente. Hubo dudas, se miraron Morante y Aguado, y la banda tocó el himno de España. No tengo ningún problema, pero tampoco había necesidad. Tengo la sensación de que la organización quiso forzar el acontecimiento y fallaba desde los tendidos agujereados. Los toreros que estaban invitados al callejón lo vivieron mucho, the place to be, parecían decir sus caras, escuchar el himno en Pucela. Se reanudó el rito ajeno a cualquier formalidad o boato o burocracia: eso es una de las mejores cosas que tienen los toros.

Había expectación por ver a Morante. El juampedro castaño pateaba el capote. Rodeado de silencio, Morante lo probó, y en el último momento, justo antes del cambio de tercio, surgió una verónica interrumpida acompañada de un ole y una decepción: al palo. El toro no había conquistado a nadie. La faena no parecía tener mucho futuro por culpa de las rachas de viento. Una voz le dijo a Morante que era una "vergüenza", sin especificar exactamente qué. Continuando con las generalidades, el matador se refugió entre las rayas. Hubo suavidad, tardaba el toro, los oles subían por los derechazos templados. Toreaba despacio Morante, apurando, de perfil. Un trincherazo lo amplificó. Cambió al toro para torear al natural. Hacía el mismo aire. El asunto acabó ahí.

Aguado se puso a torear fugazmente. Este juampedro era bajo, como moldeado, y le colgaba la cabeza del tablero del morrillo. A la verónica, abrió Aguado el capote, relajado a veces, llevándolo más otras, hasta la revolera y la brionesa. Las hechuras pintaban nobleza, quizá no tanto fondo, el toro embistió a los banderilleros ofreciéndose. Brindó al público Aguado, que quiso ayudar abriéndole los caminos al juampedro. Dos derechazos a favor, por dentro, sintonizaron. Del molinete, toreó girando la cintura, conociéndose: se le intuye un humo de oficio para conquistar al público sin descubrir del todo el tesoro de su concepto. Qué trincherilla. Al natural lo buscó dejándole la muleta en la cara y el mejor muletazo salió desde el palillo muerto. Suficiente. Un kikirikí, cuatro cosas, y ojalá se hubiese ido a por la espada, que se fue al minuto, después de la siguiente tanda, la tercera, aprovechando un mínimo fondo del toro envolviéndose en la embestida. Y, en fin, perdió la oreja con el pinchazo.

Muy metido en tablas, Morante se hizo con el de Jandilla. El toro tenía carilla de chaval. La gente cantaba los enganchones, la simple posibilidad, me siento reflejado en esa celebración de la previa. Un ole verdadero surcó la piedra con la verónica que traspasó al bicho. Morante se plantó para elevarse apoyado en los vuelos, es único ahí, tan despacio, a un ritmo imposible. Del trance salió el chamán sevillano con el toro buscándole las espinillas. Lo espantó tirando la serpentina. El viento fastidió a Morante, que dejó en stand by la faena un rato. El toro pedía explicaciones al callejón. Le noté la pereza al matador cuando se puso otra vez, y el torillo le hizo un favor escurriéndose. Le metió la mano rápido, envenenándolo. Sintió la muerte en seguida. La sangre asomaba por el hocico.

Mucho más hecho estaba el cuarto. 531 kilos pesaba Tramposo. Parado entre lances, se miraron sin llegar a ninguna conclusión. El toro arreó a los banderilleros. Sólo le ganó la cara el subalterno García, que calentó a la gente cuando coqueteaba con la resignación. Aguado montó la muleta por encima del embozo. Había que esperarlo, engancharlo del todo. Respondía el toro en el muletazo completo. Una brisa frenaba la muleta. Metía la cara Tramposo alternando los pitones, la guadañas oscilantes de las películas de Indiana Jones. Cuando por fin pudo vaciar por debajo de la pala, Aguado transcendió. Exigía el jandilla, apurado por el genio. El trazo poderoso se lo bebía. "Sigue, sigue", le decían desde el callejón después del tercer derechazo a Aguado. Se encaró con el toro en el final por doblones. El espadazo trasero encendió a Tramposo. La llamarada rodeó a los banderilleros. Aguado intuía la oreja mientras observaba la estampida.

Morante de la Puebla se lamenta tras matar a su primer toro en la Feria de la Virgen de San Lorenzo de Valladolid. Efe

Un aliento frío acompañó la salida del colorao de Domingo Hernández, que congeló el ruedo con esas pisadas de hielo. La plaza bajó un par de grados. La brisilla de septiembre en Valladolid es puntiaguda y en ese instante el verano estaba lejísimos, la goyesca parecía que pasó hace una década. Fue deprimente sentir cómo se marchaba. El prólogo del invierno levantó gateras en el capote. Era enorme el toro y además parecía que no veía bien. En Ronda no funcionaron los juampedros, y Jandilla y esta bicha de frozen y el Frankenstein siguiente venían a asegurar la vuelta del mano a mano, yo qué sé, en días así prefiero seis que se queden cortos a tres que revienten el día por una fórmula sin equilibrio.

El toro se fijaba en el bulto más lejano, olvidándose de Morante, que dio órdenes a los picadores. Sangraba hasta por la boca el toro persiguiendo a los banderilleros en los esquinazos. La lidia tuvo la épica de la supervivencia. Una intifada. Morante salió con la espada de verdad. El macheteo fue torerísimo. Cuando se perfiló, algunos protestaron, los gritos de "fuera, fuera" atronaban, vimos la imagen vieja de la desesperación, la necesidad de amortizar las entradas. A los toros es mejor ir sin pensar en justificar cada euro. Qué bronca escuchó el matador por culpa de la economía.

El sexto era feísimo. A los veedores se les olvidaron las lentillas el día que fueron al campo, y allí estaba aquello, tan montado, alto, un armatoste. Quiso torearlo Aguado a la verónica. Cuajó alguna, repetía el toro, que buscaba. Lo encontró en el quite. Voló Aguado por los aires, atropellado, fue rapidísimo. En el suelo, quiso conseguir el KO, pero se escurrió el torero, palidísimo, por una rendija. Lo lidió cumbre Iván García, haciendo de dique, marcándolo como un controlador aéreo. Había dejado la pista iluminada.

En esa movilidad salvaje tuvo que ponerse a trabajar Aguado, que logró una tanda de derechazos tragando mucho, olvidándose de componer y la naturalidad. Fue buenísima, apurada con un cambio de mano que remató la intensidad cambiándola por el temple. Ese contraste hechizó al público. Sonó la música. Mandaron parar: se escuchaba un tam tam de guerra. A la guerra, de todas formas, le quedaba un suspiro, ya no hubo otra serie igual, y Aguado se fue a por la espada después de intentarlo brevemente sin alcanzar el nivel de antes. Empate, ¿no? Quiso matarlo rápido para asegurar la puerta grande y en las prisas se perdió, hartándose de pinchar.

A Morante lo despidieron a almohadillazos. Ni se inmutó.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Valladolid. Miércoles, 11 de septiembre de 2019. Tres cuartos de entrada. Segunda de feria. Toros de Juan Pedro Domecq, 1º sin fondo y el 2º muy noble, Jandilla, 3º sin entrega y el exigente 4º; y Domingo Hernández, el 5º orientado y 6º encastado.

Morante de la Puebla, de mandarina y azabache. Pinchazo en la yema, un pinchazo trasero, pinchazo, pinchazo, pinchazo hondo . Aviso (pitos). En el tercero, espadazo algo caído (pitos). En el quinto, espadazo y estocada. Un descabello (pitos).

Pablo Aguado, de gris marengo y oro. Pinchazo trasero y media estocada atravesada (palmas). En el cuarto, espadazo trasero (oreja). En el sexto, cinco pinchazos y espadazo bajo (ovación).

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