Ronda

A Morante le caía la moña antigua por los hombros, envuelto en el capote. Pablo Aguado hizo el paseíllo con uno azul, andaban los dos custodiando al sobresaliente, un hombrito al que quizá encontraron en mitad de la serranía. Eran las 18.00 horas y la goyesca era un cocido y nosotros los garbanzos, sudorosos, pegados, hirviendo. Los carruajes calmaron el pelotón de jubilados que protestaban en la puerta principal, la aparición de los toreros bajando la calle fue un analgésico a la revuelta provocada por la requisa de botellas de agua organizada por la empresa. Los abuelos perdían Cuba. Apuraban el último sorbo para templarse las fiebres del final de agosto. El bochorno cocía la piedra. Cómo tenían que estar pasándolo los de las chaquetas.

Al salir el primer toro el murmullo de cigarras recorría los tendidos. Morante cambió el cuchicheo por oles. Algunos con la inercia, Morante a la verónica es siempre un acontecimiento, otros de verdad. El mejor lance fue el segundo, componía Morante un poco tenso. Castaño, estrecho de sienes, el juampedro se quedaba un poco y la verónica era demasiado espesa. Cambió de capote mientras lo picaban. Morante hizo un quite por delantales picantón, el toro iba perdiendo la mecha. En el inicio con la muleta hubo un muletazo templadísimo. Y eso fue la faena, momentos muy buenos en el ocaso del toro, dos o tres naturales templados aprovechando el buen embroque, un cambio por detrás, esa forma de andar por la cara, los derechazos tirando de la embestida, abriendo el muletazo al final a ver si así podría sujetarse el bicho. Lo mató regular. Alguna voz soltó una guasa.

El diestro Morante de la Puebla, durante el primer toro de la corrida goyesca de Ronda. Efe

Por Pablo Aguado corre el calambre de la expectación. Se mandaron callar unos a otros cuando se abrió con el capote. Sinceramente, hubo muchas más ganas de encontrar la verónica buena que verónicas buenas. Aguado bosquejaba el lance, los partidarios disfrutaban. Este juampedro estaba más rematado: se le podían ver los kilos. La cara era extraordinaria. “Muy torera”, coincidió Arturo Macías. Las chicuelinas al paso fueron ligeras, tuvieron cierta gracia, lo llevó Aguado saltando nenúfares a compás. La primera verónica del quite fue buenísima: apenas le sacó los brazos, literalmente lo redujo en un centímetro. Vinieron dos medias ligadas acompañadas de los bienes que repican aún en alguna taberna. El toro escondía las manos en el caparazón castaño. El pitón blanco. Un dije. Aguado lo esperaba en el embroque. El toro, sin embargo, esperaba a morirse. Los subalternos salieron como si hubieran llamado al 061 cuando hizo el amago de echarse. Lo sostuvieron. La morfina no llegó a tiempo: pinchó dos veces arriba el matador.

Estaban congelados los tendidos cuando salió el tercero. Una sombra de sospecha sobrevolaba por todo lo que hacía Morante: ni tres verónicas construidas desde delante levantaron los ánimos. Cayó por fin bien un puyazo. Por chicuelinas ahora, Morante envolvió al toro negro, le sobresalía el morrillo, la culata, un toro musculoso al que abanicaba el capote de Morante. Qué media. Brindó a Abascal fugazmente. Eso animó al público. En fin, qué ruina. Venía el populismo de Vox para cantar los ayudados, rompiendo al toro hacia delante. Ayudándolo por su camino. No había manera de que humillara. Toreó entonces muy despacio. Colocado de perfil, abría la muleta, encontrándose los dos en un instante, tiraba de la cintura Morante, encajado, componiendo las curvas fundacionales del toreo; jugando con las líneas. Los redondos fueron enormes, pasándoselo por el fajín, yéndose detrás de la embestida con el pecho, desplegado como una vela. Un ayudado rodilla en tierra abrió los naturales. Por el molinete de antes rodamos unos cuantos. Sacó fondo el toro, que mantenía un ritmo suficiente. Morante toreó a cámara lenta al natural. Surgió uno buenísimo. Dos o tres de pecho para coleccionarlos. Cerrando el compás, ligó antes de irse a por la espada, en un ritmo nuevo. Morante gestiona tan bien su talento. Lo pinchó delanterillo. Cambió, y en la suerte natural metió el brazo en buen sitio. Cayó rápido el toro. Y cortó una oreja, que paseó sonriente.

Aguado salió caliente del burladero. De rodillas, la larga cambiada lanzó al toro. Más montado, llevaba un tranco templado. De pie, toreó genial, los flecos del capote eran un leve oleaje y por ahí enganchaba al toro, sutil, despacio, breve, con más mérito que en su quite: estaba el toro entero. Buenísimo. Mantenía el ritmo el juampedro, otro castaño, ojo de perdiz, embistió bien al subalterno García. Algo hizo cambiar al toro. Tenía dos o tres marchas deshilachadas. Iba de verdad, eso sí. La faena transcurrió entre las rayas, entrando y saliendo. Tanteó Aguado hasta que se enfadó por la derecha. Lo entendió perfecto al natural, colocándose, llevando la embestida hasta atrás. Hubo naturales relajados, desde el que abrió la serie, imponiéndose al toro sin aspavientos. Un gusto verlo ganar así el paso para redondear la embestida. La banda tocó en el descuento. La mandaron callar. Ya le había ganado la partida al bicho, cerrándose con un ayudado y dos de pecho. El final a pies juntos tuvo cosa, la referencia en los bronces de Colón. Lo mató con medio espadazo muy agarrado. Verlo dar la vuelta al ruedo fue suficiente para entender qué es torear la goyesca. Supongo que no hay nada mejor que ser torero en días así.

Por la punta negra le vería algo Morante al toro que no le gustó. Tenía cuello, buena expresión, el pitón cerrado por los gatillos. Una media fue el prólogo al salto de garrocha de uno de los banderilleros. Había expectación, la gente se lo tomó como una guasa más de Morante. Cierta ironía recorrió los tendidos cuando le dieron el palo al hombre. El saltó salió, sin más. Disfrutó el banderillero, de Sánchez Vara a la goyesca con Morante pues le había cambiado la vida al menos un ratillo. La estampa que pintó Goya. “Muy bien, pero ese no es de aquí, ¿no?”, dijo alguien resumiendo un poco la sensación que quedó en la plaza. Brindó al público Morante, más bien fue una despedida. El inicio tuvo prestancia, andándole al toro, con ayudados, doblándose. Algún analfabeto se los cantaba con guasa, y un gordo que no paraba de sudar se preguntaba qué aplaudía la gente. Así cualquiera quiere irse al hotel. Efectivamente, se fue a por la espada. Ahora le dio motivos a los seres inertes que no paraban de quejarse. Entró a matar sin complicaciones. A la cuarta o por ahí hizo guardia. 'El Lili' se cortó al tratar de sacar la espada. Morante dejaba abierta la vuelta de Valladolid, conformándose.

El diestro Pablo Aguado, durante el cuarto toro de la corrida goyesca celebrada en Ronda. Efe

Aguado prefería dejarlo hecho en Ronda. Volaron los sombreros en el desplante, recogido el capote, Aguado abría las aguas. Sonaron algunas palmas por bulerías. El albero de sol se cubrió de panamás. Había alcanzado los medios abriéndose paso entre la maleza. Esperó mucho, el toro no descolgaba, llevaba la cara por la esclavina, y el resto era del matador, pulseando a su altura se elevó en el lance. 'Aguado Airlines', cogiendo vuelo verónica tras verónica. Tres soltando sólo los dedos en los medios, enloquecieron al público. Normal, vaya. Las dos medidas salpicaron, una onda recorrió el albero. El toro no humillaba, al contrario, se asomaba por el hombro como un loro. La faena fue intermitente: la interrumpía el toro echándose. Por cada mano hubo un puñado de muletazos de uno en uno, por las alturas del juampedro infectado de termitas. Tuvo que cortar. Mató a la segunda. Se había quedado la tarde a medias.

La megafonía anunció que Pablo Aguado decidió torear el sobrero. Se lo había regalado Morante.Caía la tarde en Ronda, se habían despejado los tendidos, estar a esa hora en la plaza tenía algo de esperar el atardecer en la playa, si me dicen que por el patio de cuadrillas rompían las olas de Sanlúcar me lo habría creído. El sobrero era de Garcigrande. Aguado lo recibió arrebatado, ganándole la acción, adelantando la verónica. Cómo huelen los toreros los hierros. La revolera tuvo electricidad. En la playa de Ronda se estaba estupendamente, y la lidia transcurrió con cierta intimidad, el toro apretaba en los capotes con más intensidad que los otros seis juntos, había runrún. Aguado brindó al público. Se dobló con el garcigrande. Salían chispas de las pezuñas.

No ganaron nunca la primera raya. Igual habría ayudado más bordeándola, pero por la cal más cercana a tablas ocurrió todo. Aguado se lo quería llevar atrás. Hubo naturalidad, se hace gigante en la normalidad este torero. El garcigrande pedía mando y de alguna forma lo hubo, sobre todo toreando despacio, lo mejor de la actuación. Cuajó al toro por el temple, despejándolo de la fórmula de distancias y colocación que pedía el bicho. Aguado logró pasajes cumbres. Un cambio de mano templadísimo volcó la faena definitivamente. En medio, los molinetes y esa forma de andar como si no pasara nada mientras el resto del mundo enloquece. Dos naturales desde el cáncamo no fueron limpios. Se encaró con el toro, y volvió a remontar, agarrándose al giro de muñeca con el que arropa los toros hasta la cadera. Montó la espada. La plaza tomó aire. Aguado se tiró, enterrando el acero, algo trasero pero en buen sitio. La petición le sacó el segundo pañuelo al presidente cuando las mulillas olisqueaban la sangre. Los chavalillos lo sacaron a hombros antes de que el ruedo se llenara de instagramers.

FICHA DEL FESTEJO 

Real Maestranza de Ronda. Sábado, 31 de agosto de 2019. Tradicional corrida goyesca. Toros de Juan Pedro Domecq, 1º sin romper, 2º desfondado, se dejó el 3º, 4º a menos, 5º parado, 6º vacío y un buen sobrero de regalo de Garcigrande.

Morante de la Puebla, de vainilla y grana. Pinchazo trasero y media espada (silencio). En el tercero, pinchazo delantero y espadazo arriba (oreja). En el quinto, cuatro pinchazos y estocada que hace guardia (putos).

Pablo Aguado, de gris perla. Pinchazo arriba y pinchazo (saludos en el tercio). En el cuarto, media muy agarrada algo caída (oreja). En el sexto, pinchazo y estocada (saludos). En el sobrero de regalo, buena estocada algo trasera (dos orejas).

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